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José Belmonte, ayer en Expo Libro con un ejemplar de 'Se está haciendo de noche'.
«No me olvido de la imagen de mi padre abrazándose a los árboles»

«No me olvido de la imagen de mi padre abrazándose a los árboles»

El profesor y crítico literario de 'La Verdad', José Belmonte, publica en 'Huerga & Fierro' su nuevo poemario, 'Se está haciendo de noche'

Antonio Arco

Lunes, 20 de octubre 2014, 13:23

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'Se está haciendo de noche', el poemario que José Belmonte (Murcia, 1957) ha publicado en 'Huerga & Fierro', «se comenzó a gestar hace 14 años, cuando vi cómo mi padre iba muriendo poco a poco, y cómo, con él, algo de mí iba desapareciendo para siempre», cuenta el autor, profesor y crítico literario de 'La Verdad'. «Entonces -prosigue- me prometí a mí mismo contar cómo fueron esas sensaciones. Hacía falta encontrar el tono preciso, la forma más eficaz. Y dejar que el paso del tiempo trajera consigo una necesaria calma, una perspectiva desde la que contemplar y analizar con detenimiento lo que había sucedido en realidad».

  • El libro.

  • 'Se está haciendo de noche', un poemario de José Belmonte. Con prólogo de Julio Llamazares e ilustración de portada de José Luis Cacho. Editado por 'Huerga & Fierro'.

  • Presentación.

  • El lunes, 13 de octubre, a las 19.00 horas. Hemiciclo de la Facultad de Letras. En el acto, presentado por Isabelle García Molina, el autor estará acompañado por Antonio Huerga, Eloy Sánchez Rosillo y Antonio Arco. Organiza el Aula de Poesía de la UMU.

'Se está haciendo de noche', para el que ha escrito un prólogo Julio Llamazares, y que será presentado, el lunes -a las 19.00 horas- en el Hemiciclo de la Facultad de Letras de la UMU, comienza con una dedicatoria a su padre, «que ya no abraza los árboles», y a su amigo el pintor José Luis Cacho, «que amanece cada noche en su Mirador de la Luna». 'Miro hacia atrás y solo encuentro un lejano y dolorido olor a brezo', escribe Llamazares en su obra 'La lentitud de los bueyes'. José Belmonte mira hacia atrás y se encuentra, también, con la felicidad, por ejemplo, que encuentra en sus viajes a Génova, donde le esperan amigos y esa luz suave con la que le gusta disfrutar del olor de los pinos y el espliego. Mira hacia atrás y se acuerda, porque en ellas disfruta de la caída de la tarde, «seguro de haber alejado los extraños presagios, sin sentido, /de tu pertinaz angustia», de esas maravillosas pequeñas tabernas junto a la playa, antiguas guaridas de lobos de mar, / zalameros, canallas, / con música de acordeón quejoso y voces aguardentosas, tristes como un maullar de gatos / en las postreras brumas, / que refugia la noche / con su oscuro y tachonado manto».

Mira hacia atrás y se reencuentra con su primera juventud, aquellos años «de indecorosa valentía», de «baños a la luz de la luna, madrugadas de viernes, de caricias / en lugares secretos». Aquellos años en los que era posible «el gozar por nada». 'Se está haciendo de noche' se lee con la naturalidad con la que un vaso recoge el agua fresca que anhelamos, con la naturalidad con la que se abren puertas y ventanas para llenar las casas de luz y de aire puro; con esa misma naturalidad, sin esfuerzo ninguno, con la que canta el gallo. El poemario está poblado de jardines y de vientos que arrastran nubes y estrellas, y de modestos geranios y huertos vecinos llenos de fruto, y de temor, tristeza, añoranza, ternura y sentimientos parecidos a los que podría sentir «un lobo cansado y solitario / que al fin se retira a su guarida».

Hay tiempo y espacio en 'Se está haciendo de noche' para los nombres propios, como el de Brigitte, una niña francesa, «un milagro / en aquellos años de oscuridad, / de miedos y tristeza», que fue su primer amor y que dejó en el poeta «un raro sentimiento que aún perdura, / como si solo hubiera sido un sueño». O también como el de José María Párraga, el pintor murciano al que está dedicado uno de los poemas más exultantes del libro: «Inmortal, sublime como un ave solitaria. / Ajeno ya al desamor, al olvido. / Al dolor del fin. A la temida magnitud de la tragedia. / Eres la suma de los días, / la sublime voz sin tiempo. / Un relámpago. / Insólito fulgor intenso y maravilloso».

El poemario de Belmonte es también un homenaje a la infancia y a los seres queridos perdidos para siempre, y un canto de triste bienvenida a la lenta pero tenaz llegada de la vejez, que siempre, en el mejor de los casos, viene para quedarse. Ay, esos niños que «encierran en un bote transparente / un lento y perezoso escarabajo, / una mariposa atrapada al vuelo, / que luego exhiben como un delicado tesoro / del que no esperan recompensa alguna». ¿Y cómo no añorar al padre amado ausente, del que dibuja con palabras sencillas un retrato cargado de admiración, cariño y ya familiar vacío tras su muerte? Un hombre sencillo que sabía «el nombre de las plantas / más humildes del campo y la huerta, / bledas, camarrojas y rabanizas. El nombre de las flores, / de los frutos carnosos del verano, / la dirección del viento, / las horas del día al mirar el sol». Un hombre que se abrazaba -«yo mismo pude verlo», recuerda emocionado Belmonte y sin poder olvidarse de esa imagen- «a los troncos de los árboles, / agradeciendo su sabiduría, / su imponente y delicada belleza».

Y es su poemario un cántico a la importancia de la poesía, a su facultad secreta para sanar los corazones heridos, para encender la llama del deseo de estar vivo, para acunarte en ella y entre sus frutos: las palabras. Qué cierto lo que cuenta este poema, 'La salvación': «Un sencillo poema puede salvarte / de un día aciago, de una larga noche / de insomnio. De un amor poco propicio. / De la guerra perdida de la vida. / De la triste aventura de ser hombre, / de la muerte». De una muerte que cuando llegue, tras haber disfrutado de la vida todo lo posible, de esa vida que camina erguida, / con su espada de oro, ajena a los que la contemplan, a lo mejor la recibe el lector como espera hacer un día -muy, muy lejano-, Belmonte: esperando tan solo «desaparecer por una senda / expedita, oscura. / Sin ruidos, sin lamentos. / Como una sombra que vuelve al abismo, / que atisba una delgada luz en el horizonte».

En 'Se está haciendo de noche' «no ha existido la prisa de publicaciones anteriores, esa ansiedad por ver publicada la obra cuanto antes», dice su autor, a quien no le hubiera importando «dejarla inédita, en un cajón dormida para siempre. Yo había cumplido con mi misión y llegado a un punto muy cercano al placer o a la felicidad. El siguiente paso, su publicación, ha sido una simple anécdota».

Críticas

Eso sí, ahora no puede negar que ver el poemario publicado «ha sido una muy grata sensación. El editor, Antonio Huerga, que creyó en el proyecto desde que le envié el primer borrador, se ha empleado a fondo». «No sé si el fondo está a la altura», indica. «En todo caso», precisa, «dije cuanto quise decir y esta circunstancia me ha ahorrado muchas sesiones del psicólogo. He logrado conocerme mucho mejor a mí mismo, y eso ya justifica el esfuerzo».

Y frente a las críticas por llegar, sostiene que «el autor de obras de creación no se tiene que parar a pensar en lo que dirá posteriormente la crítica, ni siquiera sus lectores, aunque el ego de cada uno se congratule ante el juicio positivo de los demás». Es cierto que «nadie te ha obligado a publicar tu libro». Así que, por tanto, «si lo haces has de someterte al juicio de los demás». En su opinión, «tu única defensa ante la adversidad no es la pataleta, sino el escribir un nuevo libro, seguir luchando, como un auténtico gladiador, hasta conseguir expresar cuanto querías decir y con lo que el lector se pueda identificar y compartir unos cuantos versos. Eso ya sería suficiente».

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