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EFE
Viernes, 28 de agosto 2015, 01:16
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Siguen embistiendo mucho y bien los toros esta feria de Bilbao. De hecho, ayer se sumaron otros tres astados al cuadro de honor de un abono en el que la bravura y la nobleza están apareciendo más que el buen toreo.
Esos tres ejemplares de Garcigrande, finos y de buenas hechuras, rompieron a embestir justo cuando tocaron a matar, en un último tercio donde dieron sobradamente sus mejores prestaciones: unas embestidas largas, profundas, entregadas y de mucha calidad que pedían un toreo al mismo nivel y que no siempre encontraron.
Al primero de todos ellos, un colorado que derribó en varas, le hizo Enrique Ponce una faena de detalles estéticos, de vistosa compostura, pero inconexa y desigual en su estructura. El trasteo transcurrió muy cerca de tablas, por aquello de la molestia del viento, lo que al final hizo acobardarse un tanto al de Domingo Hernández aunque sin perder nunca ese dulce comportamiento con el que Ponce, que acabó paseando su oreja, estuvo muy cómodo pero sin provocar entusiasmos.
También el segundo rompió a embestir con prontitud y alegría tras las banderillas, lo que El Juli aprovechó para abrirle faena con tres impávidos pases cambiados en los medios. Le faltó a este otro buen toro un punto más de recorrido en los engaños, pero aún así se mantuvo fijo y obediente ante la muleta que el torero madrileño manejó desde la total quietud, paseando una oreja. El Juli repitió trofeo con el quinto, que fue, con notable diferencia, el mejor de los tres buenos toros de la corrida. La faena del torero de San Blas fue muy larga, y tuvo dos partes muy bien diferenciadas: una primera ortodoxa y menos rotunda, donde, aun toreando largo, mostró una ansiedad similar a la del turno anterior; y una segunda de absoluta quietud, que fue la que avaló su triunfo. Una estocada muy defectuosa le privó de la tercera oreja de la tarde.
Antes, Ponce había porfiado sin éxito, y sin mucho sentido, con un cuarto reservón y afligido de cuartos traseros, mientras que Miguel Ángel Perera tuvo la suerte de espaldas con dos toros de raza muy medida a los que templó siempre pero sin conseguir el lucimiento que le ayudara a subir al carro del triunfo.
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