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DIVULGACIÓN CIENTÍFICA

Biotecnología y referéndums

JOSÉ MANUEL LÓPEZ NICOLÁS

Martes, 25 de agosto 2015, 12:12

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Hace pocos años dirigí una tesis doctoral que analizaba la actitud del consumidor frente a los nuevos alimentos, entre ellos los modificados genéticamente. Los resultados mostraron cómo el desconocimiento acerca de la biotecnología, los alimentos transgénicos o la ingeniería genética es, al menos, preocupante. Porcentajes elevadísimos de la población afirmaron que jamás consumirían un producto lácteo en cuya elaboración haya sido empleado un microorganismo ni comerían un tomate que llevase genes. A pesar de estas sorprendentes respuestas (decenas de derivados lácteos se elaboran usando microorganismos y todos los tomates llevan genes), la mayoría de la población encuestada no tenía reparos al afirmar rotundamente que estaba absolutamente en contra de la biotecnología y de los alimentos transgénicos.

El rechazo de la población a los productos transgénicos va asociado a un desconocimiento de los conceptos más básicos de biotecnología y las consecuencias son devastadoras para el sector biotecnológico. La falta de cultura científica, unida a la presión ejercida por determinados colectivos, ha provocado que, a diferencia de otros continentes donde la ingeniería genética está a la orden del día, muchas empresas biotecnológicas hayan tenido que abandonar la UE por motivos que poco tienen que ver con el debate científico.

¿Quiénes son los responsables de esta caótica situación? ¿Es el consumidor culpable de su falta de conocimientos? ¿Hay solución posible? Para dar respuesta a estas preguntas voy a contarles una historia que ocurrió hace 17 años en Suiza y de la que, según los resultados mostrados en la tesis anteriormente citada y las posturas actuales de determinados partidos políticos, hemos aprendido muy poco.

En 1998, una iniciativa popular llamada 'Iniciativa para la Protección Genética (IPG)', formada principalmente por grupos ecologistas, algunas ONG y el Partido Verde, logró que el Gobierno suizo convocara un insólito referéndum en el que el pueblo debía decidir, ni más ni menos, si frenaban los avances de la ingeniería genética.

Basándose en los posibles riesgos de la biotecnología, IPG logró que fuese el pueblo suizo quien decidiera en referéndum sobre tres importantísimos aspectos: la prohibición de todos los animales transgénicos, la prohibición de todos los trabajos de campo con plantas transgénicas y la prohibición de la concesión de patentes asociadas a la modificación genética de animales y vegetales.

Los primeros sondeos fueron demoledores para el futuro de la biotecnología. Una amplia mayoría de la población suiza estaba en contra de la ingeniería genética. Además de los enormes intereses económicos en juego, se calcula que entre 4.500 y 5.000 científicos, y en total unos 40.000 empleos, estaban en la cuerda floja. A la biotecnología le quedaban pocos meses de vida. La situación era de alto riesgo y solamente un giro de 180 grados podía provocar un cambio en el panorama..., y este llegó de la única forma posible.

Investigadores, profesores, académicos y otros profesionales que empleaban la ingeniería genética como herramienta decidieron dejar la 'torre de marfil' en la que trabajaban diariamente, totalmente alejada de la sociedad, y participaron de forma activa en el debate. ¿Cómo? Echando mano de la divulgación científica. Los biotecnólogos salieron a la calle para establecer puentes de entendimiento entre sus conocimientos especializados y una población que difícilmente puede seguir el acelerado ritmo de los descubrimientos científicos si no se les explica claramente. Impartieron charlas a la gente explicando los beneficios de sus investigaciones, participaron en debates en los medios de comunicación, organizaron jornadas destinadas al gran público citando las ventajas e inconvenientes de los transgénicos... incluso convocaron una conferencia de prensa en la que todos los suizos galardonados con un Premio Nobel apoyaron la biotecnología.

Durante las semanas previas al referéndum, los biotecnólogos le contaron al pueblo suizo algo que hoy en día es necesario volver a repetir. A lo largo de la historia las modificaciones genéticas siempre han estado presentes gracias a los procedimientos clásicos de mejora genética animal o vegetal que han dado lugar a especies con mejor aspecto, sabor o aroma. La ingeniería genética solamente es una herramienta que provoca modificaciones genéticas mucho más precisas seleccionando cuidadosamente los genes que deben ser modificados.

Controles sanitarios

¿Y esto es peligroso? Hay que recordar que los alimentos transgénicos no han provocado ningún problema de salud. De hecho, los controles sanitarios que se les exigen son infinitamente superiores a los que pasan los alimentos convencionales y ningún transgénico sale al mercado sin los pertinentes informes de las autoridades oficiales. Tampoco, a diferencia de lo que muchos creen, han aparecido problemas medioambientales como consecuencia del uso de la ingeniería genética mayores a los surgidos con la agricultura tradicional. Además, no solamente la alimentación es susceptible a este tipo de tecnología. La insulina que se administran los diabéticos procede de la ingeniería genética. El algodón que se emplea en la mayoría de la ropa o en los billetes de euro es transgénico. En la industria de los productos de limpieza muchísimos detergentes utilizan en su composición enzimas procedentes de modificaciones genéticas... y podríamos seguir enumerando decenas de productos de uso diario donde los transgénicos están presentes.

Pues bien, durante varias semanas los biotecnólogos suizos les contaron todas estas cosas a sus compatriotas empleando la divulgación científica como arma. Por fin, el 7 de junio de 1998 Suiza decidió en referéndum el futuro de la biotecnología. Los sondeos previos dieron un vuelco espectacular en las urnas. La iniciativa popular contra las manipulaciones genéticas solo fue apoyada por el 33,4 % de los votantes, mientras el 66,6 % decidió dejar abierta la puerta a los organismos modificados genéticamente. A pesar de que no creo que los referéndums populares sean la mejor opción para decidir sobre el progreso de la ciencia, sino todo lo contrario, los resultados permitieron respirar a los científicos helvéticos y gracias a ellos Suiza es actualmente uno de los países europeos punteros en biotecnología.

El suceso que les he contado dejó tres importantes lecciones que deberíamos haber aprendido. Por un lado, la sociedad es capaz de entender los más complicados aspectos científicos si se le explica con un lenguaje asequible. Por otra parte, los investigadores, cuyos trabajos están financiados en un alto porcentaje con dinero público, están obligados a salir de la hermética 'torre de marfil' en la que trabajan y explicar al ciudadano en qué gastan sus impuestos, lo que repercutirá positivamente en su futuro y en el de la sociedad. Por último, el referéndum suizo nos muestra que una sociedad formada es capaz de tomar las decisiones adecuadas basándose en el rigor científico y no en mitos y leyendas.

A pesar de que el camino a seguir está claro desde hace 17 años, los resultados mostrados al principio de este artículo reflejan que no solo no hemos aprendido la lección, sino que incluso vamos a peor. A la escasa cultura científica y a la mala percepción social de la biotecnología se ha sumado la actitud de algunos partidos políticos que, fruto del desconocimiento científico, pretenden tomar la absurda y populista decisión de proponer ciudades, regiones o países 'libres de transgénicos'. Por favor, seamos rigurosos, aprendamos de lo ocurrido en Suiza y apostemos por la divulgación de la biotecnología en particular, y de la ciencia en general, como herramienta para formar una sociedad más preparada y exigente.

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