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El diestro Daniel Luque da un pase al primero de su lote.
Un puerto de mansedumbre

Un puerto de mansedumbre

Cinco toros sin casta condicionaron el devenir de una tarde en la que Daniel Luque dejó detalles de torería, Antonio Ferrera anduvo firme con un auténtico barrabás, mientras a Miguel Abellán le falló el ánimo y las ideas

JAVIER LÓPEZ (EFE)

Martes, 26 de mayo 2015, 22:53

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Mansedumbre: Dícese de la falta de codicia en un animal bravo para afrontar la pelea, la cual rehuye insistentemente o, en algunos caso, hace frente con mal estilo, defendiéndose o empleándose con brusquedad e, incluso, violencia.

La corrida del Puerto de San Lorenzo fue un claro ejemplo de esta definición. Cuatro de los cinco toros que saltaron al ruedo mostraron su absoluta falta de casta prácticamente desde asomar por chiqueros, muy abantos, desentendiéndose de todo, y marcando pronto su querencia.

En la muleta tampoco "rompió" ninguno, todo lo contrario, fueron a peor: defendiéndose algunos por su falta de fuerzas y fuelle, gazapeando, topando y echando la cara por las nubes otros, si no desarrollaron sentido o se rajaron directamente.

Si acaso el noble segundo que, sin embargo, careció de transmisión, se dejó algo más, aunque su matador, en este caso Abellán, no mostrara más que una voluntad aparente, con un compromiso más bien justito, y vendiéndose a base de remates y alardes de cara a la galería.

No estuvo Abellán lo bien que debió estar con este toro. Le faltó romperse con él, fajarse y entregarse de verdad, y poner esa chispa que le faltó al del Puerto de San Lorenzo para calentar una faena ligerita y fría como un témpano. Menos mal que con la espada anduvo mejor.

El quinto, por su parte, fue un auténtico elefante con cuernos, un toro más para las calles que para una plaza con el prestigio como la de Las Ventas.

¿Se le ha ido el juicio a los veterinarios de Madrid? Echar bueyes cargadísimos de kilos no es ni trapío, ni cuajo, ni seriedad. Si a este toro lo pintan y le cuelgan un cencerro, pasa por cabestro, seguro. Así está el panorama en los corrales de la primera plaza del mundo.

Como era lógico, no se empleó nunca. Huido en los primeros tercios, medio embistió a empellones y con la cara por las nubes. Abellán, que lo probó por uno y otro lado, no tuvo otra que abreviar.

Lo más artístico de la tarde corrió a cargo de Daniel Luque con el toro malo de su lote, el tercero, un animal feo que, además, buscó pronto el refugio de las tablas, de donde fue prácticamente imposible sacarlo. Se tragaba un muletazo, pero al segundo ya "cantaba la gallina".

El mérito de Luque fue que nunca tiró la toalla, y, aunque estuvo todo el tiempo jugando al "pilla, pilla" con él, logró momentos sueltos de cierta enjundia; aunque lo bueno fue el compromiso y la actitud mostrada. La espada aquí le jugó una mala pasada.

El sexto, sin embargo, fue un sobrero de Pereda con poder y mucha transmisión, con el que estuvo rapidito, sin domeñarlo en ningún momento, y dejándose tropezar mucho los engaños. Es verdad que el toro tuvo su exigencia, pero a él le faltó poso, asentamiento y temple para dominar la situación.

La plaza, en época de rebajas, se volcó con él, y tras una gran estocada, una de las mejores de la feria, le pidieron la oreja que el presidente acabó denegando.

Ferrera sorteó en primer lugar un toro que manseó mucho como toda la corrida en los dos primeros tercios, y que se apagó enseguida en la muleta. El hombre, que anduvo con reposo y cierto gusto en las probaturas, tuvo que desistir ante la imposibilidad de armar faena.

En cambio, con el marrajo que hizo cuarto, toro bronco y que acabaría orientándose, volviéndose en la muleta como un gato, se jugó el tipo Ferrera sin trampas ni cartón, muy firme y sin volver la cara en ningún momento. Pero no le tomaron en cuenta.

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