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Un momento de la faena de Antonio Ferrera.
Una faena magistral de Antonio Ferrera

Una faena magistral de Antonio Ferrera

Inspiración, reposo, calidad y talento del torero extremeño en una tarde redonda que solo tuvo un lunar: la espada. Por no acertar con ella se le van las orejas de un gran toro

BARQUERITO

Jueves, 23 de abril 2015, 23:17

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La corrida de Victorino, muy bien hecha, tardó en romper dos toros. El primero se empleó a la manera de los saltillos mexicanos en embestidas nobles, perezosas, distraídas a veces, a veces frenadas. Ferrera lo lidió con criterio seguro, finura y cabeza, y lo pasó de muleta despacito, con autoridad suficiente y natural. El poso no tan nuevo del torero extremeño. Ni un solo tirón. Todo bastante redondo. No fue toro de público este primero. Ni tampoco lo fue la faena a pesar de su calidad secreta. Una estocada caída.

A El Cid le costó sujetarse con el segundo: capotazos sobre las piernas, muchos capotazos. Castigado por un lesivo puyazo trasero, el toro amenazó con aplomarse antes de la segunda vara. Después de banderillas escarbó. La mejor idea de El Cid, en tarde muy oscura, fue salirse fuera de las rayas toreando por delante. Y poco más: muletazos de abajo arriba, me quito y me pongo, intentos de enganchar por el hocico sin apenas fe, muchas voces, viajes cada vez más rácanos del toro, que tendía a apoyarse en las manos, mareo perdiguero, un aviso.

A las siete y veinte asomó el tercero, negro entrepelado. El mejor hecho de los seis. Elasticidad, agilidad, la personalidad propia de lo más granado del encaste. Fijo en el caballo, mimosa la segunda vara, galope en un tercio de banderillas que compartieron Ferrera y Escribano. Toro de rico estilo y ritmo mutante pero siempre vivo. Se revolvía si el trazo del muletazo era más corto que largo, y eso pasó por la mano derecha, y se entregaba por la izquierda con son profundo. Toro de sangre caliente.

Hizo el gasto Escribano en una faena desigual -el hilo cortado en momentos clave- pero salpicada de espléndidos muletazos sueltos con la zurda. Engarzados, es decir, ligados en solo una tanda que casi a última hora hizo arrancarse a los músicos. La faena fue de aguante -toda en los medios, incluidas las pausas- y por eso se sostuvo, a pesar de sus desigualdades, con emoción. Una estocada de ley. No hubo petición suficiente. Una oreja.

El gran espectáculo vino enseguida. Una faena extraordinaria de Antonio Ferrera. Al toro más serio de los seis: ni el más pesado, ni el más hecho, ni el más armado tampoco. Pero el de fondo más bélico y, seguramente por eso, el que mejor y más se dio. Toreo del grande y del caro. Completo Ferrera. La lidia, de una precisión y una sobriedad nada comunes. El toro volvía contrario, echó al principio las manos por delante, los dos arreones al caballo de pica fueron escalofriantes, y la manera de apretar. Una punta de fiereza.

Sobre un caballo sensacional de la cuadra de Peña, picó bien de verdad Dionisio Grilo. De los dos puyazos y tras dos largas peleas salió el toro suelto sin disimulo. Hasta esas dos salidas pareció haber dado Ferrera por descontadas. Le cumplía el toro, le gustaba. Banderilleó con diligencia -dos bravos pares de poder a poder, un tercero cambiado en tablas- y brindó al público.

La cosa estalló enseguida. Tres muletazos de tanteo y a los medios sin más espera. El toro pretendió soltarse -una rara y pasajera querencia hacia la puerta de arrastre- pero Ferrera acertó a sujetarlo sin violencia. Dos o tres veces. Como si lo convenciera. Un dechado de conocimiento: la distancia, el modo de enganchar por abajo, el compás de cada trazo y cada tramo. A los diez muletazos, Ferrera, plantado en la boca de riego, ya era el dueño del toro. Y a partir de entonces vinieron a sucederse hasta siete tandas de rigor y primor extraordinarios. La medida justa: cuando el toro admitió seis ligados, los seis; si cinco, los cinco. Y los remates cambiados o de pecho. El toro vino humillado y desahogado, mejor por la diestra que por la siniestra.

El jaleo fue monumental: la banda de música -tal vez el 'Ragón Felez' no fuera el pasodoble adecuado-, el murmullo de fondo, el clamor de la gente, los óles y los bienes subrayando todos y cada uno de los muletazos. Solo un rasgadito del envés de la franela en un pase por alto. Un delirio, que fue creciendo cuando, hecha la faena, Ferrera se adornó con toreo enroscado en redondo a cámara lenta. Fantástico ritmo.

Antes de la igualada, que iba a ser en el mismo terreno donde el toro había pretendido soltarse, Ferrera toreó a placer. Muletazos genuflexos por bajo, larguísimos, de grueso calado. Cuadrado para la muerte, el toro se encampanó ligeramente. Ferrera atacó en la suerte contraria. Un pinchazo hondo y trasero. Rompió a aplaudir la gente con sorprendente pasión. Un segundo pinchazo en la suerte natural pero en contraquerencia, un aviso, un descabello a solas. No hubo orejas. Vuelta por aclamación para el toro de Victorino: 'Mecanizado', número 73. Y vuelta aclamadísima para Ferrera. La faena de la feria. La más redonda que se le recuerda. Magistral. Un detalle final no menor: en su turno Ferrera quitó al sexto del caballo a la manera clásica. Del peto lo sacó él y lo hizo con el garbo de unas chicuelinas de recurso.

La faena de Ferrera pesó como una losa sobre El Cid y, de otra manera, sobre Escribano también. El quinto toro, cinqueño, brochito, el de menos cara de toda la feria, fue de dos caras: bravo en el caballo y al salir de varas -humillando-, a la espera en banderillas -lidia y tercio desafortunados- y tardo y un punto correoso en la muleta. No hubo acople ni decisión. Incómodo el torero de Salteras. El sexto, alto de agujas, muy astifino, cantó la gallina en el caballo -cabezazos y genio- y fue en la muleta uno de tantos, algo incierto, mansito y todo. Un poco machacón Escribano, otra vez seguro y listo con la espada.

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