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Un instante del estreno de 'Carmen' por la Compañía Nacional de Danza. :: jesús vallinas
Rompiendo moldes
CRÍTICA DE DANZA

Rompiendo moldes

La versatilidad de los bailarines de la CND y el talento de Johan Inger, elementos perfectos para una 'Carmen' diferente

MARGARITA MUÑOZ ZIELINSKI

Domingo, 12 de abril 2015, 01:15

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Una Compañía Nacional de Danza como la que dirige José Carlos Martínez no tiene por qué ceñirse a un estilo concreto y exclusivo. Ofrecer dos vías alternativas, repertorio clásico junto a montajes contemporáneos, es uno de los planteamientos más idóneos que se pueden afrontar, disponiendo para cada proyecto de los bailarines tan versátiles que permiten romper los moldes de una línea inamovible y ofrecer productos tan distintos como seguramente discutibles por el gran público. En esta ocasión, y mientras se termina para diciembre el próximo Don Quijote, del que en Murcia ya vimos una suite, ha tenido lugar en Madrid el estreno absoluto de la 'Carmen' de Johan Inger, que desde luego no tiene nada que ver con otras versiones para ballet desde la creada por Alberto Alonso en 1967 para Maya Plisestkaya.

Para esta nueva representación del icono de la novela de Merimée, José Carlos ha reunido en torno al coreógrafo sueco Inger, talento creativo descubierto por Kylian, un equipo comprometido con la idea de crear una nueva 'Carmen' sin caer en el tópico de una obra con carácter español. Para ello, nos encontramos con una composición musical que entremezcla Georges Bizet y la suite de Rodion Sehchrin con la original de Marc Álvarez, buscando pasajes diferentes en función de las emociones diferentes para cada una de las escenas de la historia que va a ir transcurriendo a través de la mirada de un niño. No es una obra fácil, y dentro del argumento ya de por sí dramático, se va a priorizar el tema universal de la violencia, dominio, libertad. La escenografía es básica en el desarrollo, ya que los elementos geométricos desplazados van a ir ubicando los episodios sin que sea una ciudad concreta ni un espacio determinante. Golpes en puertas que pasan a ser ventanas, habitaciones, celdas. Cuando en otros ballets no hay sorpresas, es solamente seguir la historia y ver cómo lo bailan, aquí Inger juega con lo inesperado, obligando a tratar de entender la intención de movimientos lejos de una estructura clásica a la que estamos acostumbrados. Pasos que van desde lo contemporáneo a simples gestos naturales con apariencia de algo improvisado, combinando los más armoniosos con los más primitivos.

Con el apoyo de la dramaturgia se entremezclan la rabia, el deseo, la impotencia, la no aceptación y las sombras de la muerte. El vestuario, un tanto peculiar. Hay volantes y lunares, pero los trajes y el color son también la propia piel, el cuerpo, como el rojo del que sale Carmen en su muerte. Obra muy intensa, ocasión de conocer de cerca y agradecer el talento de Johan Inger. Hay tantos detalles que lo mejor es que, cuando puedan, vayan a verla.

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