Borrar
Juan José Quirós moldea en su taller la figura, aún en barro.
Gestación y alumbramiento de una escultura

Gestación y alumbramiento de una escultura

Juan José Quirós elabora la figura del patrón de San Javier que presidirá la glorieta de España del municipio. La imagen del santo pasó de pensamiento a barro en manos del artista, y después a silicona, cera, tierra y el bronce final que resistirá el paso del tiempo

ALEXIA SALAS

Lunes, 30 de marzo 2015, 12:47

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Antes que barro, fue pensamiento. Una idea en la cabeza que se convirtió en deseo, al principio mudo y fecundo como una semilla, hasta que con el riego oportuno de un presupuesto público, la figura pasó a su forma de papel, esa existencia etérea de todo proyecto engendrado en una administración. Ésta es la historia de la gestación y alumbramiento de una escultura, la de San Francisco Javier, el patrón que presidirá la glorieta de España dentro de pocos días, cuando el protocolo municipal lo inaugure con todos los honores. Mucho antes del bautismo oficial, el santo se hace barro, pero a una escala diminuta, como un neonato con potencial de ídolo, ante el que unos se santiguarán, otros posarán para un 'selfie' religioso y algunos teorizarán sobre arte sacro.

La germinación y llegada al mundo de la figura encierra secretos tan fértiles como una lluvia sobre barbecho o la chispa incendiaria de las cavernas. «Barro diréis que soy», pensó José Saramago. Lo que no fue la escultura del misionero es trazo de lápiz.

«Yo no dibujo mis obras», explica el escultor cartagenero Juan José Quirós, cuyos dedos empiezan por modelar una talla a escala que materialice la idea inicial, esa naturaleza inexacta que reside entre chispazos de neuronas. La pequeña figura dirige la construcción de una estructura de madera que ya augura la voluntad de monumento. Nada menos que 2,20 metros de cabeza a pies, que se posarán sobre una bola de 5 metros de altura y, ambos, a su vez, sobre una piedra marmórea con reflejos de cuarzo del Cabezo Gordo.

Mucho antes de tener que mirar hacia arriba, ya sea con devoción o con admiración artística, quedan tantos insomnios y caricias de barro que parece otro estadio de vida anterior. Queda la vida en la larva, el trabajo de soledad del artista, que va modelando los 300 kilos de barro con sus músculos y ropas. «Siempre empiezo desde la cabeza hacia abajo. Muchas horas de entrega y, siempre cuento con la ayuda del jefe: que sea lo que Dios quiera», cuenta Quirós en la intimidad revuelta de su taller artesano en el barrio de Santa Lucía.

Una vez marcados los ojos, la figura parece respirar. Por delante, las horas de la verdad, de los dedos amasando los pliegues de la vestidura, el movimiento del cinturón, el carácter de Poseidón de la melena. Repasar, enmendar, acariciar mil veces por el mismo flanco, solo con las manos como herramientas, una pequeña cuña cóncava y un pulverizador de agua para que los errores nunca se conviertan en definitivos. «Prefiero un defecto técnico que uno artístico», piensa el autor mientras hunde el pulgar en las arrugas de la tela imaginaria. La mayor preocupación, darle esa potencia que le reconoce al santo. «Es una responsabilidad. Era un tío con fuerza, con una potestad tremenda, y no quiero que sea indiferente. Quiero que seduzca», se dice mientras repasa y perfila, redondea y alisa, realza y equilibra. Se confiesa a sí mismo que «lo más complicado es que tenga armonía plástica». ¿Cómo supo que dentro del barro estaba ese hombre, después santo?, le preguntaría al artista el niño de la leyenda del escultor.

Incontables madrugadas calladas con las manos rojas y frías. «Soy muy nocturno. Me gusta el silencio de la noche. Soy como Nicodemo, que iba a visitar al Señor de noche», descubre el maestro de su disciplina de trabajo, nunca en sigilo total. «Éste San Francisco lo he modelado mientras sonaba de fondo el 'Pace in terris' de monseñor Marco Frisina, compositor del Papa», cuenta de su intimidad creadora, rodeado de figuras que fueron parte de algo, otras que serán, restauraciones en curso, una varicela de manchas anaranjadas, herramientas dispersas, botes abiertos, fotografías amontonadas, una mecedora arrinconada y, como un coro mudo, decenas de figuras de párpados caídos que le miran sin pestañear. Serruchos, cedés extraviados de sus fundas, recortes amarillentos de periódico, y una añosa botella de sidra rondan por el taller-estudio que deja fuera un barrio marinero, y más allá una Región que tiene a Quirós como el autor con más obras civiles repartidas por su geografía.

Con los últimos gestos, le preocupa el movimiento. «No concibo mi obra sin movimiento», asegura. Por eso insiste con obsesión en los vuelos de la manga, que cae bajo el brazo elevado del santo. Más allá, las manos, que compiten en expresividad con la cara. Las del misionero saludan sin palabras. «Las manos siempre las hago al final. Es lo que más me cuesta», reconoce Quirós, que dedica a los nudillos, la palma y los dedos nudosos las horas finales de la existencia en barro.

El siguiente paso cubrirá al Apóstol de la India de una capa gelatinosa que, al endurecerse, permitirá obtener el molde exacto del siguiente santo, el de silicona. Su textura permite al escultor cartagenero repasar los detalles, la tensión que debe quedar entre los dedos, las arrugas de expresión o el vuelo del ropaje, antes de pasar a la fase final. El molde definitivo se inunda de cera, que escapará como el sudor de una vela al paso arrollador del bronce incandescente. De pies a cabeza, el misionero va endureciendo sus facciones en esa aleación de metales que el hombre domina desde la Prehistoria. A más de mil grados, una ola de mil kilos de bronce se acomoda a los nervios y tendones de San Francisco Javier, donde se quedará para siempre.

El próximo 29 de marzo, la figura del patrón se inaugurará junto con la remodelación de la plaza de España, donde a la aleación del bronce, con el paso del tiempo, se le unirán el sol inclemente, la lluvia y los recuerdos de los pájaros.

En Granada

Las alegorías al teatro, 'La Dama del Broche' o 'La Niña Modigliani' han viajado a Granada, donde el escultor Juan José Quirós expone parte de su obra hasta el 29 de marzo en el Museo Casa de los Tiros. Una treintena de piezas de bronce y terracota componen la muestra 'Arte y sentimiento', que cuenta con el patrocinio de la Consejería de Cultura de Murcia y la colaboración de la Junta de Andalucía.

Con las huellas de los que tiene por sus dos maestros, José Sánchez Lozano y Francisco Salzillo, Quirós ha realizado obra civil y religiosa, parte de la cual se encuentra en colecciones privadas e instituciones como la Casa Real, las embajadas de India y Japón y el Vaticano. Es el único escultor vivo con obra permanente en el Museo Salzillo de Murcia.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios