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CRÍTICA DE ARTE

La gracilidad del gesto infinito

Siempre es grato tener la experiencia de recorrer una muestra del artista yeclano Emilio Pascual

MARA MIRA

Jueves, 18 de diciembre 2014, 10:19

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En su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, el gran artista Joan Hernández Pijoan reflexionaba sobre la frase de la pintora canadiense Agnes Martin: «Todo aquel que sea capaz de estar un rato en el campo, sentado sobre una piedra, es capaz de ver mi pintura». Con la cita explicaba de un plumazo cómo debía contemplarse su pintura. La mirada pausada nada más -y nada menos- sobre el paisaje: la naturaleza amansada por el hombre. La argumentación sobre el tiempo / pensamiento / mirada rige la praxis artística de Emilio Pascual (Yecla, 1961). No es baladí la referencia a Pijoan, como tampoco empezar con este trocito del hermoso discurso: ambos creadores, Pijoan y Martin, son citados por Emilio Pascual en los muros de su exposición en la Fundación Pedro Cano. Con tan definitiva carta de presentación, el espectador deberá recorrer la muestra atento a las variaciones sobre el tema que Emilio desarrolla casi compulsivamente. No se esconde bajo ningún paraguas argumental. Así, afirma: «Mi visión del arte no es conceptual, no es intelectual, está basada en lo vivido, en lo natural, en la sensibilidad de la mirada».

Siempre es grato tener la experiencia de recorrer una muestra del artista yeclano porque defiende su obra con la misma pericia con la que un músico interpreta una y otra vez una composición hasta que la cree perfecta. No en vano, él mismo es un excelente violinista. Como ejemplo de su quehacer también recuerdo su bellísimo y laborioso trabajo fotográfico sobre 'la copa de Ramón Gaya' que gestó para su homónimo museo. Allí y aquí, Pascual afronta con intensidad y sutileza las mil variaciones sobre el tema, de ahí su entrega a las series inabarcables de cuadros y papel. Atentos al título de la muestra, 'Con las manos llenas de colores'. Como subtítulo podría añadir: y las paredes llenas de cuadros.

Para admirarlos debemos dejar que fluya el tiempo, el sentir cercano al infinito, la decisión del gesto, la emoción de la mirada. Ese bucle que es la creación sincera que tan bien expresa Antonio Arco en el texto del catálogo cuando arguye: «En la aparente sencillez de las composiciones hay preguntas sin resolver, retos superados, inteligencia, pasión, razón, don, entrega... hallazgos, eternidad».

Concluyendo. Resulta iluso buscar recovecos más allá de la pintura, más allá de la interpretación del músico / intérprete perfeccionista. Esta muestra es la traducción de una vivencia emotiva. La gracilidad del gesto infinito está servida. Personalmente admiro su labor de inquieto docente y su saber estar elegante en este complicado cosmos de estrellas y cometas que es el arte contemporáneo.

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