Borrar

Mapas sin mundo

«Todavía no he conocido a un tonto que no se crea eterno»

PEDRO ALBERTO CRUZ

Domingo, 23 de noviembre 2014, 01:30

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El 'pacto de obligada agresión' que rige la vida pública española conlleva que el individuo moderado aparezca siempre como un serio peligro para el sistema. La ponderación es contemplada en la actualidad como un grave acto de indisciplina. Unos a otros se intentan anular mediante el gesto hiperbólico: la consigna es «más a más». Y así el ruido y el furor crecen, el volumen se eleva por momentos hasta que, por pura lógica, el sonido se 'raja' y el mensaje se distorsiona. Quien, en este proceso de incesante contaminación acústica, se atreva a hablar más bajo, paralizará el mundo. La levedad de su voz sonará tan contundente y distinta, tan honesta y a contracorriente, que se ganará la admiración del pueblo. Ya nadie se cree el énfasis discursivo de los personajes públicos porque no responde más que a una competición de gallos, y no a un subrayado de los problemas reales. Cuando el ruido prepondera, más ruido todavía no quiere decir nada, no transmite jerarquía ni ilusión alguna. Se acabó la época del chiste fácil ante los micrófonos: el ingenio verborreico supone un vestigio maloliente de la caverna que, a día de hoy, penaliza hasta niveles que algunos anacrónicos aún no han querido ni sabido comprender.

***

Todavía no he conocido a un tonto que no se crea eterno. Y por eterno quiero decir esa condición del alma incauta que, después de sobrevivir por la caridad de los demás, agarra un poco de poder entre sus manos y se considera autoengendrado, omnisciente, inmortal. Aquella frase tan tétrica y desagradable de «polvo eres y en polvo te convertirás» habría que recordársela a algún que otro superhéroe que no para de cruzar con demasiados aspavientos el firmamento. Las estrellas solo se ven desde cerca cuando estás a punto de estrellarte.

***

Preservo todavía intacta una pequeña isla de asombro que compensa el vasto imperio de decepción que se ha apoderado de lo que me rodea. La desproporción entre un tamaño y otro es sobrecogedora. Y soy consciente de que hay procesos que no se pueden revertir y de que aquello que se perdió una vez está perdido para siempre. Llegado un momento, la decepción es de por vida. Pero ahí está: ese mínimo margen de asombro por el que el orden final y cerrado de los acontecimientos se trastoca en algunos matices y es capaz de conmoverte ligeramente cada día. Nuestros ideales se han reducido a esporádicas experiencias de vida microscópica. En la biología están los restos 'más tangibles' de la felicidad.

***

La inteligencia no es nada más -ni nada menos- que un estado de máxima porosidad ante las cosas. El ensimismamiento, el solipsismo, el egocentrismo resultan incompatibles con este estado de profunda afectación y sensibilidad frente al mundo que activa los procesos intelectuales y creativos. Nadie, absolutamente nadie que no sea capaz de reconocer y admirar las obras de los demás -sean éstos de la condición que fueren- levantará la nariz un palmo del fango de la mediocridad. Hay que estar siempre con las ventanas abiertas para que el aire no se emponzoñe. Unas veces entrará viento del sur, otras del norte, en ocasiones luz, también oscuridad... Pero la vida de la inteligencia es precisamente eso: la oscilación natural entre los opuestos, el dejar ser y hacer a la alteridad. Quien no asume que más allá de sus límites suceden cosas, está condenado a dormir cada noche con la mala conciencia de su vulgaridad. El insomnio está de moda. La madrugada se encuentra colapsada de mediocres en vigilia. No hay tanto espacio para ellos. Sus pasos retumban y se escuchan a kilómetros. Por los pasillos y callejones, se les confunde con fantasmas. La actual es la época dorada de lo paranormal.

***

El poder de una mano para hacer sentir única y privilegiada a otra. Todo lo demás es complicar la vida.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios