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Humilde. Una de las muchas barracas que jalonaban la huerta y donde vivió la tía Pepa.
La tía Pepa 'La Galla' tenía una 'medalla portento'

La tía Pepa 'La Galla' tenía una 'medalla portento'

La curandera, quien adquirió fama nacional, decía sanar cualquier dolencia e incluso la calvicie, hasta que la Iglesia la condenó

ANTONIO BOTÍAS. CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Domingo, 1 de octubre 2017, 08:18

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Para curar el aliacán, que así siempre se llamó a la tristeza en la huerta, bastaba con buscar una acequia o el río y ver el agua pasar. Mientras una curandera o «mujer que mira» recitaba muy secretas jaculatorias. Solo podían sanar aquella dolencia, que realmente era ictericia pero llegaba acompañada de muchos de los síntomas de la actual depresión, quienes tuvieran cierta 'gracia' divina. Y había muchas mujeres donde elegir, pero quizá ninguna halló tanta fama en todo el país como la tía Pepa 'La Galla'.

El académico Antonio Martínez Cerezo, con la intuición que le caracteriza, desempolvó en la revista 'Murgetania' la historia de esta curandera, quizá Josefa Martínez Requena en el siglo, de cuya trayectoria dieron cuenta algunos periódicos madrileños. Así sucedió con 'La Discusión', que publicó en 1864 cómo en la villa de Beniel «se ha presentado una santa, según confesión propia, con una medalla que hace toda clase de milagros». Tildaba el rotativo a la mujer de embaucadora.

Martínez Cerezo aclara que la tía Pepa era natural de aquel municipio, de la pedanía La Basca, que era una anciana y que poseía una «medalla portento», como se describió en la época. Era un amuleto capaz de curar cualquier enfermedad y representaba a la Virgen del Amor Hermoso, advocación también conocida hoy como la Virgen de la Medalla, mire usted por dónde, por la historia de 'La Galla'. E incluso la milagrosa medalla es sacada en procesión.

Otra publicación, 'El Museo Universal', concluirá unos días después de 'La Discusión' que la tía Pepa era más bien joven, pues «no hay vieja que de repente pueda hacerse santa». Y concluía para qué era muy efectiva su medalla: «Cura enfermedades crónicas, da vista a los que no la tienen, endereza las piernas de los que caminan torcidos, pone en su lugar miembros dislocados». Tanta fama tenía la curandera que «llueven ofrendas sobre ella». Hasta un cura propuso reformar una antigua ermita para que allí se venerara la medalla.

'La Iberia' insertó en su edición del 22 de mayo de 1864 la carta de un murciano enfadado, quien denunciaba que hasta la casa de la tía Pepa iban «infinitos carruajes de esta capital con enfermos, y aunque se ve que vuelven lo mismo que fueron, predomina tanto el fanatismo, que se asegura lo contrario, diciendo [que] vuelven sanos y milagrosamente salvados».

Actúa la Guardia Civil

La afluencia de forasteros obligó al alcalde de Beniel a solicitar refuerzos, puesto que la Guardia Civil apenas lograba contener aquella multitud de enfermos que cada día rodeaban a 'La Galla'. También por el alcalde conocemos qué jaculatoria pronunciaba en sus rituales: «Oh María, sin pecado concebida, ruega por los que recurrimos a vos. Amén». Es la misma oración que, según Martínez Cerezo, aún hoy pronuncian los fieles a la Virgen de la Medalla.

Y parecía infalible para todo. Incluso para que, según se contaba, le creciera el pelo a un calvo con solo acariciarle la cabeza monda y lironda. Tela. No es de extrañar que, al poco tiempo, muchos se llevaran puñados de tierra de la humilde barraca de la tía Pepa, atribuyéndoles propiedades curativas porque era pisada por la curandera. Tela del telar. E incluso alguno llegó a diluirla en agua para beberse el mejunje resultante. Tela del telar del telón.

Rodolfo Carles, en su serie 'Doce murcianos importantes' publicada en el semanario 'El Álbum', también ironizó sobre 'La Galla'. El autor aclaró que una persona con 'gracia' tenía que haber nacido un Viernes Santo, «o tiene una cruz en el paladar, o tiene esa cruz cabalmente porque nació en tal día, o lloró en el vientre de su madre, o mostró de algún modo que iba a estar dotada de algo sobrenatural».

Mejor la tienda de pelucas

Sobre la tía Pepa advirtió Carles de que los milagros «los hacía de primera fuerza, mientras la autoridad eclesiástica no tomó cartas en el asunto». También destacó que la mujer disfrutaba de «una clientela pasmosa junto a la ciudad, a la orilla del río», si bien no aporto más datos sobre la localización exacta.

En la capital, el semanario jocoso 'El Sacamuelas' supo sacarle rédito periodístico a la cuestión. No era para menos, claro. Durante varios números se burló de los supuestos poderes de 'La Galla' y de la incredulidad de quienes creían que podía sanarlos.

De hecho, en uno de sus artículos recomendaba a los calvos que anduvieran a la calle Príncipe Alfonso, que es la actual Trapería, «donde habita la segunda Providencia en la tierra para las cabezas: ve allí, dile sin rubor tu falta, consúltale tu cuita, muéstrale tu despejada frente» y, en un plazo muy breve, tu cabeza será cubierta con una peluca». En aquel lugar había una tienda de pelucas.

La curandera, como publicaron en otro número, tampoco era capaz de evitar las muertes que se estaban produciendo en la Vega. Pero tenía menos gracia. Se referían a los fallecidos por las aguas estancadas y los azarbes estrangulados con motivo de la llegada del ferrocarril a Murcia, cuyas obras se retrasaban ya dos años.

Años más tarde publicaría el entonces joven periodista José Martínez Tornel un librito con algunos romances, entre los que dedicó uno a la tía Pepa. Ya al frente de su propio periódico, en 1880, Tornel reeditó la composición. Si tenemos en cuenta que el periodista nació en 1845, bien pudo conocer a la protagonista de este relato.

Es posible, por esta razón, que algunos de los datos que aporta en su romance sean verídicos. Entre ellos, que la anciana «se ganaba el pan abriendo pimientos verdes en todo el Esparragal», pimientos que se abrían para ponerlos al sol más tarde. Y a esa tarea quizá retornó cuando sus prácticas fueron condenadas por la Iglesia. Pero la medallita aún se conserva y se mantuvo la tradición de acercarla a la cama de los moribundos para que el trance les fuera más leve.

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