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El guardia de la plaza Martínez Tornel era bien agasajado con 'aguilandos' por los murcianos.
«¡Por ocho duros no le vendo a usted este par de pavos!»

«¡Por ocho duros no le vendo a usted este par de pavos!»

El mercado de los jueves se alargaba varios días hasta la víspera de Nochebuena, pues los murcianos se proveían allí de aves y cascaruja

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Domingo, 24 de diciembre 2017, 11:17

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Cada cosa tiene su tiempo... y los nabos, en Adviento. Así reza una máxima huertana que, a las puertas de la Pascua, viene que ni cantada para recordar que si ahora es tiempo de algo lo será de 'aguilandos'. Pero no en su acepción de regalo que se ofrece en Navidad, que también, sino en la de cantos alegres y pegadizos, de cuartetas ingeniosas, de sonidos de pandereta y botella de anís y castañeta, que es una caña rajada para que suene, de coros de voces improvisadas que a cualquier murciano evocan su infancia y despabilan su nostalgia.

El aguinaldo, como es sabido, es una tradición romana que, tras la llegada del cristianismo, incluso fue prohibida. Hay autores que señalan como origen las ofrendas florales a la diosa romana Strenia y que se celebraban el primer día de enero. Eran las llamadas 'strenalias', que luego devinieron en la donación de comida.

Durante la Edad Media llegaban a colocarse a la puerta de las casas mesas repletas de manjares (el que los tuviere) para ofrecerlos a amigos y vecinos. En tales días también se guardaban de prestar nada, pues no había, según la costumbre, obligación de devolverlo. Las primeras inocentadas. Aquella costumbre llegó a tildarse como «mesas del Diablo» que la iglesia prohibió, aunque más tarde se recuperara como agasajos entre gente principal. Hasta devenir en canción y banda sonora de la Navidad.

La Nochebuena de hace un siglo se presentó, cosa increíble en estas latitudes, lluviosa. De hecho, el mercado semana fue un desastre en su cuarta jornada a causa de las precipitaciones. Sí, cuarta jornada. Porque era costumbre que el tradicional mercado de los jueves, establecido en ese día desde tiempos de Alfonso X, se extendiera durante los días previos a la Pascua. Y eran muy numerosos los murcianos que acudían a proveerse de viandas, sobre todo de aves y huevos.

También gozaban de gran éxito los puestos de cascaruja que, según el diario 'La Paz de Murcia', «son por lo común los más favorecidos» en todas las jornadas que duraban las ventas en la calle. De esta forma, en 1917, la Nochebuena se celebró un lunes, aunque el mercado permanecía, día a día, desde el jueves anterior. De hecho, el mismo diario refirió en su edición de aquella jornada que «el día de ayer que hubiera sido, sin duda, el de mayor venta para ellos [los mercaderes], a causa del aguacero, fue un verdadero desastre».

Y los precios suben

La lluvia no impidió que los precios, como también era costumbre antes, se dispararan. Y si hoy le sucede eso a las gambas, hace un siglo le ocurría al pavo. «Ayer vimos ofrecer por dos pavos, que no eran de los más grandes, ocho duros, y negarse a darlos la vendedora», señalaba el redactor de 'La Paz'. La razón también la explicó la buena señora a preguntas del periodista: «Hoy no pasan esos precios en el mercado y sería una primada».

La previsión de lluvias resultó acertada, aunque tampoco fuera para asustarse. Lo suficiente, según los diarios, para que los murcianos desistieran de disfrutar de los tradicionales paseos por el Malecón y, debido al mal tiempo, eligieran los teatros.

Por falta de oferta no sería, salvo el día de Nochebuena, cuando no había función. Hasta tres teatros tenía la ciudad. En el primero de ellos, el Romea, se estrenaban aquellos días las zarzuelas 'La España de pandereta' y 'La tierra de la alegría'. En el Teatro Circo se representaba la opereta 'Las damas vienesas' y 'La viuda alegre'. Por último, en el cartel del Ortiz destacaba para el primer día de Pascua la actuación de la danzarina 'Nereida' «y la eminente canzonetista 'La Venus'», según 'La Paz'.

Y la vida discurría plácida entre las obligadas compras. Había de todo, manjares incluidos: foie gras y faisán, jamón en dulce, caviar y langosta, artículos de La Fonda Negra o Pedreño. Como regalos podían adquirirse guantes en la Perfumería Morell, en la calle de la Merced. O acercarse el día de Navidad a los toros que se querían correr, aunque al final el aguacero lo impidió, en La Condomina o en Orihuela y donde se sortearían, es de suponer que en el descanso, «una máquina Singer, un cerdo bien cebado y una hermosa cabra de pura raza para la leche». Leche también buscaba don Francisco Narbona, de la calle Lucas. Pero era la leche de un ama de cría «de un mes y que sea primeriza».

Otros, en cambio, preferían el llamado 'Antisarni', un remedio infalible contra la sarna. Y otras los «Polvos de Arroz Manola, perfumados a la violeta». Ya ento nces, por cierto, era afamado el arroz de Calasparra. Sin olvidar la obligada visita a la fábrica de anisados, licores y jarabes de Bernal Gallego, en El Palmar. Y no digamos las compras de regalos en el legendario Bazar Murciano, en la Platería.

Sin incidentes

Incluso para prevenir los efectos de tanta comilona, los diarios murcianos anunciaban los casi milagrosos 'Polvos de Cassia Richelet' para estreñidos. Y el anuncio no tenía desperdicio: «El espejo os recuerda vuestro padecimiento: os presenta pálidos, desencajadas las facciones y como terroso el semblante». Casi nada. Aquella Nochebuena de hace un siglo justo fue tranquila. No hubo que lamentar ningún incidente, contarían al día los diarios. A pesar de que «Baco no dejó de reinar sobre algunos de los súbditos del manoseado dios».

Las Misas de Gallo reunieron a muchos en la Catedral, iglesias y conventos donde sonaría también algún aguilando de los que seguirían llenando los días de Pascua, como ya lo venían haciendo las ancestrales campanas de auroros desde la Purísima Concepción.

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