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«¡Más gente que en la guerra, nene!»

«¡Más gente que en la guerra, nene!»

Antonio Botías

Martes, 13 de septiembre 2016, 02:22

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Ni datos policiales. Ni cálculos aproximados a vista de pájaro desde los helicópteros de la Guardia Civil. Nada. La cifra más aproximada del número de personas que se dio cita camino del santuario del monte la aportó, sin pretenderlo, Carmen Marín, una romera anónima que, tras un profundo suspiro, concluía: «¡Más gente que en la guerra, nene!». Y, como cada año, resultó imposible determinar el número exacto de los miles de romeros (800.000 personas anunciaron desde el Ayuntamiento) que acompañaron a la Fuensanta, patrona de Murcia, en los siete kilómetros que separan la Catedral de su santuario del monte.

A las ocho en punto de la mañana en la plaza de Belluga no cabía ni un alma. Sin contar aquellos que, por ser más madrugadores, cuajaban la Catedral. Al son de la Marcha Real, los caballeros de la Patrona sacaban la histórica imagen a la calle. Aún el cielo andaba encapotado, aunque comenzaban a dispersarse las nubes que, apenas una hora más tarde, dejarían paso a un sol de justicia. Un estruendo de vivas, los primeros de la mañana, acompañaban el paso de la Morenica hacia la calle Arenal, La Glorieta y el Puente Viejo bajo las órdenes de su cabo de andas, Joaquín Vidal.

Justo a las puertas del Carmen, que siempre se llamó el Barrio, el trono que regalara la marquesa de Aledo, de plata antigua y encendida, se detuvo unos instantes ante la hornacina de la Virgen de los Peligros, como exige la tradición. Aunque no se volvió a ella, como antaño se hacía y, desde hace algunos años, se ahorran los caballeros, vaya usted a saber porqué.

Pero, de igual forma, resonó la antigua campana mientras camino de Floridablanca resultaba imposible dar un paso ante la multitud allí reunida. «Vengo desde hace medio siglo y seguiré viniendo, cuando menos, otros cincuenta años», advertía muy seria María López, una de las romeras que, a malas penas, aguantaba el ritmo de caminar que le imponían sus dos hijas.

La despedida oficial, aunque nunca escrita, se celebró a la puerta de la parroquial del Carmen, hasta donde llegaron las autoridades, políticas en gran medida, aún ataviadas con los trajes que lucieron en la misa catedralicia.

Las vías, sin soterrar

El común de los vecinos, en cambio, vestían según los cánones del romero: calzado cómodo, la ropa justa para afrontar el calor, algún sombrero o gorra y mochila con agua fresca para el camino. «¡Y una caña licera para apoyarme!», añadía Fermín Galindo, un huertano de La Arboleja que, desde que era un zagal, sube al monte siempre delante de la Patrona.

Otros cientos de miles de romeros hicieron lo mismo. Hasta el extremo de que muchos, cuando apenas la Fuensanta había llegado al paso a nivel, ya andaban de regreso desde el santuario del monte, a siete kilómetros, paso arriba paso abajo, de la ciudad.

Otro año más, La Morenica cruzó el tendido ferroviario sin soterrar, ante la protesta de quienes exigen que, si es posible, desaparezcan las vías para dar paso al AVE. «Y eso sí que sería un milagro, pero de los gordos», apostillaba Carmen Jiménez, vecina de la zona. Más arriba, a la puerta de la parroquia de la Esperanza, en el corazón del barrio de El Progreso, aguardaba otra multitud para recibir a la Patrona, también como cada año, entre cánticos y bailes.

Para eso estaban dispuestos hasta casi medio centenar de integrantes de diferentes cuadrillas que, a lo largo de toda la carrera, disfrutaron y divirtieron con sus malagueñas, seguidillas y jotas a cuantos se acercaron a saludarlos, que fueron muchos. No menos visitaron los ciento cincuenta millones de puestos de churros que, a cada paso, salpicaban el recorrido oficial junto a otros tenderetes improvisados de cascaruja, bocadillos, juguetes varios y, por encima de cualquier otra cosa, botes de cerveza y refrescos.

Fueron una parada obligada a partir de las once de la mañana cuando las nubes se evaporaron y muchos se convencieron de que la previsión de lluvias a partir de las dos estaba equivocada. «¡Aquí llover, llover, nada! A menos que sea cerveza en mi garganta», bromeaba otro romero sin percatarse de que se empinaba una bota de vino.

A buen paso, incluso unos diez minutos por delante de su horario habitual, la Morenica cruzó el puente del Reguerón, ya entre los últimos huertos donde las tomateras disputan la tierra a las matas de berenjenas, y en dirección a Algezares. Allí, en el bar Hidalgo, no cabía ni un alfiler. Y menos aún cuando la Patrona alcanzó la plazuela donde, como también es tradición, vuelven su trono hacia Murcia y su vega en señal de despedida. Aplausos y pétalos desde los balcones y, de nuevo, resuena la Marcha Real.

Arroces entre los pinos

Apenas quedaban unos metros para enfilar la siete históricas cuestas que desembocan en el santuario, en cuyas inmediaciones se repartían otros cientos de miles de romeros, ya dispuestos, cumplidas las dos, a comenzar a cubrir de arroces los refritos de mil paellas que, aunque todo el año esté prohibido, ayer crepitaban bajo los pinos. «¡Es que estamos 'desmayaos'!», apuntaba José Marín, un mecánico de Sangonera que daba cuenta, en ese instante, de un bocadillo de jamón de a palmo.

La entrada de La Morenica a su santuario, en cuya explanada apenas se podía respirar ante la concentración de fieles, culminó con emoción una de las romerías más multitudinarias que se recuerdan en los últimos años. Aunque, ¿cuándo no?. «Es que la cosa está muy mal y venimos más a pedirle a la Virgen», advertía otra romera.

Entretanto, el operativo de seguridad estableció diversos anillos concéntricos para evitar cualquier incidente. Pero no hubo que lamentar, salvo alguna intoxicación etílica o algún sofoco, problema de importancia. Eso sí, cientos de miles de murcianos disfrutaron de una auténtica borrachera de tradición e historia hacia su Patrona más querida.

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