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Vayamos a la búsqueda de lo único necesario

FRANCISCO RUBIO MIRALLES PÁRROCO DE ZARANDONA

Lunes, 25 de julio 2016, 12:02

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Vivimos la época de las prisas, el tiempo de las carreras. Nos afanamos por mil cosas, que absorben nuestro tiempo y nos hacen llegar al final de la jornada con la sensación de que nos ha faltado día.

Es bueno estar ocupado. Cuando nos sobra tiempo o, lo que es peor, no tenemos nada que hacer, suele ser por dos motivos: por enfermedad o por pereza. El primero, aunque no nos haga culpables, no es deseable; el segundo es evidentemente reprobable.

Dicho esto, puede ser oportuno hacer alguna precisión. Es una convicción generalmente compartida que el trabajo es un mandato divino que dignifica a la persona. Por eso el trabajo se ha de realizar siempre en unas condiciones en las que la dignidad humana no quede dañada. Una forma de que el trabajo no alcance su objetivo como elemento dignificante es cuando se convierte en una realidad absorbente, que nos esclaviza y se sitúa en la vida del hombre en un lugar que no le corresponde, pues deja de ser una actividad debidamente razonable y realizada con la perspectiva ética que le es propia.

Estamos en pleno veranos y son muchos los que se encuentran gozando de unas merecidas vacaciones, mientras otros se preparan para hacerlo. Es, pues, tiempo de descanso y muy apropiado para dedicar algunos momentos a reflexionar, entre otros, sobre el tema que venimos proponiendo: ¿Cómo es nuestro trabajo? ¿Es una actividad que realizamos de forma racional y ordenada o nos absorbe de tal manera que nos domina y esclaviza, obligándonos a posponer otros aspectos de nuestra vida personal o social?

El Evangelio, que oiremos proclamar en las eucaristías de este Domingo nos da pie para reflexionar, de forma sencilla, sobre el trabajo que hacemos y sobre cómo lo llevamos a cabo. El Evangelio nos habla de una de las ocasiones en que Jesús, al pasar por Betania, se llega a la casa de Marta y sus hermanos, María y Lázaro. Como siempre, es recibido con mucho gusto, pues es grande la amistad que les une. Marta, mujer activa donde las haya, se pone de inmediato a preparar lo necesario para comer, mientras María prefiere sentarse a los pies de Jesús para escuchar su Palabra.. La actitud de María rompe la paciencia de Marta, quien dirige a Jesús la consabida protesta: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?».

Marta, evidentemente molesta, pretende dar lecciones a Jesús. Pero éste, con gran calma responde: «Marta, Marta, te preocupas y te afanas por muchas cosas». Dile entonces que me ayude. Pero Jesús, con gran calma, le respondió: «Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha escogido la parte buena, que no le será quitada».

La palabra que Jesús dirige a Marta expresa un criterio de gran utilidad práctica. Jesús no desprecia la vida activa, ni en concreto la hospitalidad generosa que Marta le ofrece y las atenciones que tiene con Él. Pero sí que llama la atención sobre el hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestro quehacer diario.

El mensaje evangélico es bien sencillo de entender: la persona humana debe trabajar, pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Trabajemos, sí; pero no perdamos de vista lo necesario.

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