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Un niño lava con mimo a su mascota junto a un remolque de feria.
Nacidos en la caravana

Nacidos en la caravana

La Asociación Habito alerta de que el chabolismo histórico afecta ya a 74 familias y se extiende a zonas de Alcantarilla

Jorge García Badía

Sábado, 7 de marzo 2015, 00:57

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El Mercedes 3000 no arranca y tiene sus ruedas pinchadas. Lleva cuatro años y medio parado, pero nadie en el campamento tiene valor para llevarlo a la chatarrería. «Me trae buenos recuerdos y no quiero que lo vendan», advierte Aurora. A sus 77 años jamás ha vivido entre cuatro paredes, nació y morirá en una caravana. Ese Mercedes tiró de su 'casa' por toda España y Portugal. «Nunca he tenido casa, antes vivíamos mejor porque llevábamos a los pueblos el cine portátil». Aurora es el ejemplo de lo que la Asociación Habito denomina «chabolismo histórico, heredado de generación en generación, y del que es más compleja la salida». Este colectivo alerta de que en Murcia hay ya en esta situación 74 familias.

En el caso de Aurora, actualmente conviven con ella en el poblado chabolista tres generaciones: hijos, nietos y biznietos. Habito subraya que es importante «aclarar el término chabola, porque abarca otros sistemas habitacionales de exclusión residencial extrema como infravivienda, caravana, derribos...».

El concepto ha evolucionado, tal y como comprueba un equipo de 'La Verdad' al adentrarse en uno de los poblados más longevos de la capital, que suma ya ocho años escondido tras la loma de la montaña de una pedanía y que está perfectamente estructurado. «Cuando vemos coches nos asustamos», reconoce José, que al igual que el resto de residentes salen de las quince caravanas al percatarse de la presencia de extraños. Todos conviven con la incertidumbre de ser desalojados en cualquier momento.

«Vamos de sitio en sitio, como los feriantes, y al final hemos acabado aquí. Nos echaron de Valencia, de Barcelona, de Madrid...nos multaban con 70 u 80 euros por caravana, pero nunca pagamos», reconoce Rafa, uno de los hijos de Aurora. «Mi infancia ha sido una caravana». Precisamente por este motivo las organizaciones Habito, Cáritas, Copedeco y la Fundación Secretariado Gitano, están aportando propuestas a la Comunidad Autónoma para que elabore un plan regional de erradicación del chabolismo.

«Si solo les damos ayudas que caducan, no salen del sitio. Necesitamos un parque de viviendas que paguen con obligaciones sociales y con un equipo de apoyo para hacer la transición de la chabola a una casa, la escolarización y la búsqueda de empleo», detalla el presidente de Habito, Enrique Tonda. A su juicio, este plan podría obtener resultados porque en 2010 hubo una experiencia piloto en Murcia: la Consejería de Fomento aportó siete viviendas y «las familias siguen allí, cuando un niño vive en una casa, hará lo que sea para no regresar a la chabola».

Organillo y chatarra

De momento, este poblado resiste porque los dueños de los terrenos les dieron permiso para ocuparlos y no les delatan. Además, cada día se reparten el trabajo: dos miembros de cada familia, equipados con organillo, piden limosna en una pedanía, barrio de Murcia o municipio limítrofe. La otra alternativa laboral es la recogida de chatarra y está totalmente prohibido coquetear con la venta de droga. «Nunca en la vida», sentencia Rafa. «Aquí nadie ha estado preso».

La jornada de trabajo arranca a las 11 horas y acaba a las 14.30. «Cuando hay fiestas sacamos 100 euros, pero los días de diario, 18 euros», detalla José. Aunque a veces regresan al poblado con pérdidas «porque la 'pulicía' nos multa por tocar el organillo y hay días que no tenemos ni cuatro euros para gasoil». Mientras los hombres trabajan, las mujeres limpian a los niños en los barreños y palanganas, antes de llevarlos al colegio. Ángela, la mujer de Rafa, reconoce que, a pesar de que jamás ha vivido en una casa, porque nació en una caravana y conoció a su marido en un campamento ilegal de Valencia, «echo de menos un baño».

En su día a día, esta madre de siete hijos sortea todo tipo de obstáculos: «En invierno calentamos agua para que se aseen y echamos polvos en verano para matar pulgas y garrapatas». La peor estación para vivir en el poblado es el verano, «porque los críos se asfixian y hay muchos mosquitos». Las caravanas están agrupadas levantando una especie de muro circular y a un lado está la 'lavandería', «un barreño para lavar y otro para aclarar», los 'tendederos', «unos tubos metálicos», las gallinas, la leña «para hacer fogatas por la noche», un bidón de agua potable de Cáritas...

«Cuando se acaba el barril vamos a las gasolineras a por agua», aclara Ángela, al tiempo que admite que «preferiría vivir en una casa». Su marido recuerda que la nueva generación está escolarizada, «a ver si los críos aspiran a algo». Y añade que los mayores «están apuntados en eso del paro», porque a Rafa las administraciones y los servicios públicos le suenan a chino. El presidente de Habito expone que por este motivo también demandan «medidas para que se inserten en el mundo laboral» y reclama una estadística regional para saber cuántas personas viven en poblados.

La asociación recuerda que «los estereotipos estigmatizan a todo el grupo». Da fe de ello Manuel, otro residente del poblado, que lamenta que «dejo currículos en almacenes, pasan los días y nunca llaman». A lo que se añade que los miembros del poblado que acaban el colegio y llegan al instituto, no suelen terminar la Educación Secundaria Obligatoria. «Estudié hasta tercero de la ESO, me hubiera gustado acabar, pero me tenía que ir con mi padre con el piano para comer y recoger a mis hermanos en el colegio», cuenta José. A sus 18 años, ya está «'rejuntao' por el rito gitano», y espera su primer hijo. «Deseo que él pueda estudiar, y que sea bombero».

La primera generación

Habito advierte de que estos problemas para insertarse laboralmente y cubrir un plan de estudios, «dificultan que cualquier intento de intervención social con las familias obtenga resultados». Esta asociación también presta atención en Alcantarilla, donde el chabolismo histórico afecta a 24 familias. Entre Murcia y Alcantarilla hay unas 300 personas, la mayoría de etnia gitana, y de las que más de la mitad son menores de edad. En uno de los enclaves del municipio alcantarillero, Frederic es, junto a su mujer y su hijo, de 3 años, la primera generación chabolista. «Yo vivía antes en Francia, trabajaba en el servicio de limpieza y jugaba al rugby. Cuando vine a España conocí a mi mujer». Se casó y trabajó de jornalero hasta que hace siete años cayó en las garras del paro: él no eligió el chabolismo, fue su única alternativa.

«Compré una caravana abandonada por 50 euros y mi suegro me regaló otra. Las arreglé y las coloqué en forma de 'L'». Con su manos levantó dos muros y colocó chapas metálicas para hacer un salón. Viven en 18 metros cuadrados; una caravana es la habitación del matrimonio y el niño; la otra, la cocina, y en el espacio que queda en medio puso losas, la nevera y la mesa para comer. «Hacemos nuestras necesidades en un cubo». A unos metros de su 'casa', hay otra familia que vive en una caballeriza. «Lo que era el matadero es la cocina», explica Salvadora.

El periodista observa cómo las vigas de lo que ellos llaman el 'salón' están empezando a curvarse. Aunque a Salvadora, su marido, y su hija, de 3 años, lo que más miedo les da «es la lluvia porque entra como una catarata y nos tiramos toda la noche en vela, observando el techo».

En el patio está instalada una caravana, sujetada con piedras, con la puerta desencajada, y que pese a todo es el hogar de Jerusalén, y su hijo, José. A sus tiernos dos añitos juega con una pelota pinchada, mientras su madre cuenta que «mi marido me dejó, solo recibo 145 euros cada seis meses, 50 euros al mes para comida y otros 50 para higiene».

A todos les gustaría cambiar el poblado por una casa, tal y como resume Frederic: «A veces pienso en ocupar una casa porque hay muchas vacías y tengo miedo de que mi hijo se haga mayor aquí y se vea inferior a los demás».

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