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La presencia sorprendente de Cristo

JOSÉ CERVANTES SACERDOTE MISIONERO Y PROFESOR DE SAGRADA ESCRITURA

Domingo, 23 de noviembre 2014, 01:29

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La parábola de la comparecencia de todas las naciones ante el Hijo del Hombre (Mt 25,31-46), lectura de la fiesta de Cristo Rey, constituye la quintaesencia del mensaje del Evangelio y, con elementos del género literario apocalíptico, presenta la venida gloriosa del Hijo del hombre, Jesús, como pastor y rey acompañado de todos los ángeles. Esto no es un video anticipado del juicio final, sino la última y suprema enseñanza de Jesús, el Señor de la historia, el cual pone como núcleo de su mensaje la relación de fraternidad con los más pobres del mundo, los necesitados y los marginados. Ante él comparecerá la asamblea de todos los pueblos de la tierra e irá separando a cada persona colocándola en el lugar que le corresponda. Unos heredarán el Reino y otros serán apartados de él.

Pero no será la arbitrariedad del pastor la que dicte sentencia. El criterio de selección de los justos y de los merecedores del castigo está ya establecido. El rey, juez y pastor, sólo tendrá que aplicar el único criterio de verdad y de justicia que aparece en el diálogo del juicio universal: «Cuanto hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» y «cuanto no hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40.45). Entonces se desvelará quién es cada cual según ese criterio. No cabe duda de que los hermanos más pequeños de Jesús son los últimos de la sociedad, los marginados y excluidos de la misma. La justicia a la que apela el primer evangelio tiene su fundamento en la identificación plena de Jesús con todo ser humano sumido en el sufrimiento por carecer de los bienes y derechos humanos más básicos y en la consideración como hermanos suyos de todos ellos sólo por el mero hecho de ser víctimas. En virtud de su condición de marginados, paradójicamente, los que son considerados los últimos y desechados por esta sociedad, son valorados como hermanos por el Señor y rey de la historia.

La relación de fraternidad no se crea meramente por una acción esporádica de atención a los que sufren, ni por el hecho de sentir lástima por ellos, sino que nace de la identificación con los marginados y del compartir con ellos su misma experiencia y su mismo destino. El destino del Hijo del Hombre es el mismo que el de todos los crucificados y de todas las víctimas de la injusticia humana. Es este profundo vínculo fraterno con los sufrientes del mundo, y no cualquier otra manifestación poderosa o espectacular, el que hace posible todavía hoy la presencia real del Señor resucitado, del Hijo del Hombre, en la historia humana. El horizonte universal de la fraternidad proclamada por el evangelio constituye el auténtico sentido misionero de la iglesia, la cual partiendo de la fraternidad iniciada por Jesús y proyectada a través del verdadero discipulado de los hermanos y hermanas alcanza a los necesitados y desheredados de toda la tierra. Esta fraternidad universal trasciende toda raza, cultura, lengua o estrato social, tiene su centro de atención en los excluidos del mundo y constituye el gran proyecto en el que ha de trabajar permanentemente una iglesia que quiera renovarse según el mandato de su Señor. Por eso la atención a los pobres, los hambrientos y sedientos, los inmigrantes y desamparados, los enfermos y los cautivos es el criterio decisivo del juicio en la comparecencia universal ante el Hijo del hombre y ha de ser el criterio esencial en la orientación de la conducta humana. Ésta es la conducta requerida en las conocidas como obras de misericordia.

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