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Cámara y el jefe de Alcaldía, Eduardo Martínez-Oliva, este miércoles. :
Ataques de histeria en el Gobierno local

Ataques de histeria en el Gobierno local

Concejales con ganas de reñir, pugnas por competencias, escándalos innecesarios y conspiraciones, el pan de cada día en el PP

Manuel Madrid

Lunes, 24 de noviembre 2014, 10:49

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La histeria que se ha apoderado del Gobierno municipal no ha germinado en esta semana 'horribilis'. Apareció años atrás. Al menos desde que en 2010 empezó a asociarse el nombre del Ayuntamiento de Murcia a la corrupción urbanística por dos casos: 'Barraca' y 'Umbra', que han colocado a funcionarios públicos, a cargos políticos y a conocidos empresarios en el foco de la Justicia.

Los nervios se acentuaron con la imputación en mayo de 2012 del alcalde de Murcia en el 'Umbra' -está acusado de un presunto delito de prevaricación administrativa en seis convenios urbanísticos de la zona norte-, convirtiéndose Miguel Ángel Cámara en un político atrapado en su particular situación procesal, volcándose en su defensa para conseguir una 'desimputación' que no llega -lo único que justificaría su empeño en repetir como candidato en 2015- y dejando una sensación de desgobierno en la ciudad que lastra y oscurece su gestión y la de su gabinete.

Desde que arrancó esta legislatura casi todo lo que ocurre en la Casa Consistorial es como un entremés de los hermanos Álvarez Quintero: concejales con ganas de reñir, pugnas por competencias, posicionamientos repentinos y variables, meteduras de pata memorables, descoordinación y desorganización, ninguneo de otras administraciones, suspicacias y hostigamientos a empleados públicos, conspiraciones en las juntas municipales, filtraciones interesadas, acusaciones veladas -y de mal gusto-, amiguismos, odios enfermizos entre 'compañeros', alineaciones embarazosas, escándalos innecesarios y, sobre todo, mucha hipersensibilidad emocional. La imputación de Cámara ha dejado sumido al Gobierno local en un laberinto, consiguiendo que el PP roce el descrédito en un municipio que lleva gobernando con mayoría absoluta desde las elecciones del 95. Y, a pesar de todo, el PP aún mantiene la confianza en que los murcianos apoyarán un sexto mandato.

La oposición ha rentabilizado mediáticamente la desbandada popular y ese inexplicable alejamiento del alcalde de las cosas domésticas para centrarse en sus intereses judiciales. Cámara se ha ausentado de lo primordial, ha cedido la primera fila a la portavoz del Gobierno, Nuria Fuentes, y la orquesta, con su sustituta al frente, ha desafinado a las primeras de cambio. La cacofonía del PP en La Glorieta ha dado lugar a continuos desatinos que han obligado al 'jefe' a matizar, liando aún más la madeja, como ha ocurrido tantas veces con la polémica postura que ha mantenido el Gobierno local con el proyecto del soterramiento, apoyando manifestaciones a favor de la desaparición de las vías, paralizando a Adif estudios previos, amenazando con plantes que no se llevaron nunca a cabo... para acabar aceptando la entrada en superficie del AVE a El Carmen y seguir prometiendo a los vecinos un proyecto integral cuando se pueda.

Los momentos de mayor debilidad del PP han coincidido con la escenificación pública de las rivalidades internas. En las últimas dos semanas hemos asistido a una sucesión de ellas, aunque los enfrentamientos más sonados han sido los protagonizados por Adela Martínez-Cachá y Javier Iniesta por una campaña de seguridad vial que Iniesta no consultó con el Observatorio de la Bicicleta, que preside Cachá; y el «cabreo monumental» de José Arce con Ana Martínez Vidal a cuenta del encendido del alumbrado de pedanías, que ella anunció como un éxito del ahorro en la gestión, algo que Arce reivindica. La falta de comunicación entre ellos no ha sorprendido lo más mínimo ya que el partido en Murcia está librando, como dice un peso pesado del grupo, su particular «guerra civil». La posibilidad de que Cámara no repita como candidato puede suponer la despedida de la política para toda su comparsa, y ante esa tesitura nadie quiere ver tachaduras en sus expedientes y menos que los galones, si los hubiese, acaben en brazos equivocados.

En estos cuatro años los concejales del PP han dado a menudo la sensación de que estaban más preocupados de la caza del ratón que de los problemas reales de los murcianos. Cuando se supo que Miguel Cascales llevaba meses ausentándose de las Juntas de Gobierno, como el propio alcalde, los teléfonos se quemaban literalmente para adivinar quién había soltado la liebre; cada vez que Ramón Luis Valcárcel reaparece en un acto en Murcia a su alrededor se deja ver Joaquín Moya-Angeler, que aún confía en sus posibilidades para suceder a Cámara si éste se viera forzado a abandonar el puesto por imperativos de Madrid; cuando saltó el escándalo de las adjudicaciones 'a dedo' de contratos menores en la Concejalía de Cristóbal Herrero a un número reducidísimo de empresas a casi nadie le pareció escandaloso -incluso Arce ha discrepado en público de que Contratación exija mayores garantías legales en ese proceso, solicitándose hasta 5 ofertas y rebajando las cantidades que pueden adjudicarse sin concurso público-; cuando Nuria Fuentes paralizó en agosto las oposiciones de auxiliar de biblioteca lo primero que hizo fue lanzar la piedra sobre los funcionarios y esconder la mano, para acabar poniendo 'cuerpo muerto'.

La polémica por el pago de los maceteros de Belluga y Trapería ha abierto otro frente en el Ayuntamiento con Ana Martínez Vidal en el ojo del huracán. La oposición no ha querido sacar tajada porque ve en ella «a la concejal más trabajadora y dialogante del PP». Para sus propios compañeros, sin embargo, Vidal, que se estrenó en política con su pelea proverbial con el arquitecto Antonio González Serna, es todo lo contrario y, con total descaro, airean sus errores y despotrican sobre su tornadiza personalidad. Ella asegura tener el respaldo del alcalde.

Fichajes inoportunos

Cámara ha vivido una legislatura para el olvido y, en la intimidad, admite la inoportunidad de ciertos fichajes. También ha tenido sus más y sus menos con veteranos de la Corporación que han pasado sin pena ni gloria estos años -José Ros ha aprovechado para sacarse un máster y aprender inglés para buscarse la vida, dice él, en un país árabe- y ha perdido su confianza en otros a los que creía leales.

El alcalde, imputado y hastiado por las guerrillas a su alrededor, es el primero de todos los de su Gobierno que está deseando ya pasar página.

El equipo que el químico metido a regidor consideró «capaz e ilusionado» para trabajar por Murcia y conseguir un municipio más atractivo y mejor vertebrado, para facilitar la vida de los murcianos y darle alternativas, se ha vuelto gris y ha sido víctima de sus ambiciones. Hasta los funcionarios reconocen que el ambiente de La Glorieta es irrespirable.

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