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Joya. La célebre arqueta japonesa que albergó los restos de la religiosa y de los santos de Cartagena
Una arqueta de Japón en la Murcia del siglo XVI
LA MURCIA QUE NO VEMOS

Una arqueta de Japón en la Murcia del siglo XVI

Sirvió como sarcófago a la Madre Mariana de San Simeón, fundadora de las Agustinas

ANTONIO BOTÍAS CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Domingo, 31 de agosto 2014, 00:31

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Mariana de San Simeón, bautizada con el mismo nombre y oriunda de Denia (Alicante), aunque no naciera en Murcia, llegaría a convertirse en una murciana por derecho tras la fundación del remoto convento de Las Agustinas, donde sería enterrada.

Mariana nació el 24 de noviembre de 1569 y, tras quedar huérfana de madre, se encargó del hogar familiar, hasta que con 14 años consagró su vida a la religión. Aquella decisión nunca fue aceptada por el padre, quien ya la había prometido en matrimonio a pesar de que la joven manifestó su voluntad de convertirse en monja. Solo lo consiguió cuando aquél, de forma inesperada, falleció tras un asalto en 1589. En el año 1604 se convertía en agustina descalza en Denia.

Después de un tiempo desempeñando diversos oficios en el convento fue nombrada priora de un nuevo monasterio en Almansa en 1609. Fueron años difíciles por la escasez de recursos. Pero la Madre Mariana aplicó a la comunidad los conocimientos como tejedora que había desarrollado siendo una niña y la comunidad salió adelante.

Pronto creció la fama de santidad de esta religiosa, hasta el extremo de que el obispo de Cartagena, Francisco Martínez, le propuso trasladarse a la ciudad para fundar un nuevo convento gracias a la donación de dos murcianas. El proyecto tuvo que esperar hasta 1616 y tan grandes fueron los problemas de la fundación que Mariana enfermó de gravedad para nunca recuperarse del todo.

Intento de asesinato

Aún restaba lo peor. Las dos beatas murcianas que habían donado su fortuna para crear el monasterio llegaron a odiar a la fundadora, hasta el extremo de revelarse en cuantas cosas les proponía. De hecho, una de ellas, la madre Luisa, intentó asesinarla una noche. Y no lo logró porque Mariana acostumbraba a orar hasta bien entrada la madrugada y se percató de la amenaza.

Cierto día, la religiosa sintió que iba a morir. En contra de los consejos del resto de hermanas se acercó hasta el confesionario del templo y le advirtió al confesor de que aquel era su último día. El resto de la jornada, ante el estupor general, lo dedicó a despedirse, una a una, de todas las agustinas, a quienes ordenó que se reunieran en el coro para rezar por su alma.

Mariana de San Simeón murió el 25 de febrero de 1631, después de que una fragancia inundara toda su celda y acompañara su cadáver, según pudieron comprobar centenares de murcianos, desde su velatorio hasta su entierro. Las exequias, por orden del obispo, Fray Antonio Trejo, duraron ocho días. Luego fue sepultada en el coro bajo. Tenía 61 años.

Un lunar en la mejilla

Otra monja, la Madre Mariana de San Esteban, consignó para la historia una descripción de la fundadora: «Era la Madre Mariana de San Simeón de más que mediana estatura, de color algo moreno, ojos majestuosos, cejas muy pobladas, nariz derecha, en la mejilla izquierda un crecido lunar que la agraciaba notablemente; su aspecto era grave, pero apacible. Fue de excelente capacidad intelectual, de viva penetración y agudo ingenio y de gran corazón».

Esta descripción fue tomada del libro del padre José Carrasco La Phenix de Murcia. Vida, virtudes y prodigios de la venerable madre Mariana de San Simeón, escrito en 1746. La comunidad agustina conserva aún un retrato que tras su muerte se hiciera a la religiosa.

Excepcional murciana, aunque de adopción, ligaría su destino tras la muerte a una de las más curiosas obras de arte que se conservan en la ciudad. Porque sus restos llegarían a ocupar una misteriosa arqueta japonesa. La pieza, como destacó Jesús Belmonte en su libro sobre la historia de las Agustinas 'De la salida del sol hasta su ocaso', pudo llegar a Murcia con una embajada de los príncipes de Japón, quienes recalaron en la ciudad en 1584. Durante su estancia en Murcia se hospedaron en el antiguo Colegio de San Esteban, de la Compañía de Jesús.

El cofre de la Madre Mariana es una de las arquetas de estilo nambam, una especie de mezcla de arte japonés y occidental del siglo XVI. De forma rectangular, es de madera y laca, con incrustaciones de nácar, plata y bronce.

El cronista portugués Frois, en su obra 'Historia do Japao', hará referencia al espléndido recibimiento en Murcia de la delegación nipona. Tal era la multitud apostada frente a la recién inaugurada iglesia de San Esteban que hasta el corregidor, Luis de Arteaga, tuvo que partir dos de las varas que identificaban al Concejo en las espaldas de algunos curiosos para abrirse paso, no sin que luego excusara ante los japoneses tan dura conducta con el argumento que debían ser recibidos sin sobresalto alguno. Así lo recuerda José Guillén en uno de los pocos trabajos editados sobre la materia, La primera embajada del Japón en Europa y en Murcia (1582-1590).

Coincidió por aquellos años, concretamente en 1594, que el entonces obispo Sancho Dávila, ordenó trasladar las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina a la Catedral. Y fue aquella arqueta nipona la que custodió los sagrados despojos hasta el año 1748.

Fue entonces cuando el racionero, José Marín y Lamas, regaló la actual urna de plata que los atesora, no sin antes solicitar que el anterior cofre fuera donado a las Agustinas para qué en ella guardaran los restos de la fundadora Mariana de San Simeón. Y allí reposaron desde entonces hasta que en la Guerra Civil fueron destruidos, si bien el cofre se salvó y constituye el bien más preciado de la comunidad.

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