Borrar
Víctor Manuel en su puesto ambulante de castañas. Juan Carlos Caval / AGM

De chatarrero a castañero y viceversa

Una pareja de vendedores ambulantes narran a 'La Verdad' cómo se ganan la vida en una profesión que consideran «en peligro de extinción»

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 31 de diciembre 2017, 09:42

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Una corteza de largas y delgadas espinas protege el crecimiento de la castaña hasta la llegada del otoño. Para muchos, este es el manjar navideño por excelencia, ese que recuerda a infancia en cada bocado con olor a lumbre. La cocina tradicional de la castaña es un secreto a voces, "es muy fácil, tan solo hay que darles un corte, echarlas al fuego y moverlas constantemente", cuenta Víctor Manuel Roncero, el castañero que cada tarde ubica su carro ambulante en la Plaza de Santo Domingo.

Junto a él se encuentra Rosa María Gandía, su mujer, la que lleva más de 30 inviernos vendiendo castañas, regaliz y caña de azúcar por las calles de la ciudad. Ambos son vallisoletanos residentes en Murcia desde hace décadas. "Como no había trabajo por ningún lado, nos vinimos aquí y empezamos a trabajar en la venta ambulante", cuenta ella.

Juguetes en verano

Para ser castañero se necesita un carro, ser autónomo y una licencia municipal. Pero no es una profesión que Víctor Manuel y Rosa María puedan mantener durante todo el año. Él se dedica al campo en primavera y verano: recoge zanahorias, patatas, limones. En invierno vende flores de pascua en un invernadero y ayuda a Rosa con las castañas, "y cuando no hay nada, pues recojo chatarra... Hay que buscarse la vida", sentencia.

Ella es la dueña del carro. "Cuando se acaban las pascuas vendemos globos, juguetes... Vamos de pueblo en pueblo, moviéndonos según los días de fiesta", explica. Por su autorización de venta en la vía pública Rosa María paga alrededor de 200 euros anuales. Como ella, en Murcia y sus pedanías hay alrededor de 50 vendedores con autorizaciones que se dividen entre estáticas o dinámicas: puestos que se mueven por la ciudad, como el de Rosa María, e instalaciones que se emplazan siempre en el mismo lugar.

"¿Cree que algún día desaparecerán los castañeros?". La amargura se ríe en la boca de Rosa María y la certeza esfuma su risa de un plumazo: "Sí. Este es un trabajo en extinción, pero no porque la gente no compre, sino porque los ayuntamientos ponen cada vez más trabas y dan menos licencias. Aquí en Murcia, por ejemplo, solo renuevan a los que ya llevamos muchos años, pero nuevas ya no se conceden", asegura.

La protección de la tradición

Fuentes municipales han confirmado que estas licencias se mantienen estables desde hace cinco años, momento en el que se aprobó la Directiva de Servicios de la Unión Europea. Esta normativa regula la venta en la vía pública y establece que a estos títulos concurran en igualdad competitiva personas físicas y jurídicas. Rosa María no sabe que, si no se conceden autorizaciones nuevas, precisamente es para evitar que ella pierda la suya.

Si el Ayuntamiento decidiera otorgar nuevas licencias, las grandes empresas podrían acaparar los puestos ambulantes y dejar sin trabajo a las personas que se dedican a ello. Por eso, el consistorio decidió no abrir procedimientos a concurso y simplemente "prorrogar los títulos que ya existían, para proteger a estos vendedores tradicionales", aseguran.

Además de velar por estos trabajadores ambulantes, la decisión municipal también es un intento de buscar el equilibrio entre la protección del entorno urbano y la competencia desleal. "No queremos que se entienda que la venta ambulante es una oportunidad de negocio. Algunos de estos puestos provocan ruidos, humos y son competencia desleal para las pequeñas empresas, pero tampoco podemos dejar a estas personas sin trabajo. Por eso les prorrogamos las licencias hasta que los titulares se jubilen", afiman las mismas fuentes.

Entre 400 y 2.000 euros al mes

En los meses más fuertes, Rosa María puede llegar a vender 2.000 euros en castañas. "Pero cuando la cosa flojea, apenas se llega a los 400 euros", asegura ella. Víctor Manuel también comparte la opinión de que la venta ambulante se acabará pronto, pero él apunta a "la calamidad" como responsable de que "nadie se quiera dedicar a esto porque se pasa mucho frío para lo poco que se gana, estás tirado en la calle y a veces no merece la pena. Te dan ganas de recoger e irte".

"¿Qué harán si llega el momento en que no puedan vender en la calle?" La pregunta se hunde por completo en el centro de la diana y la incertidumbre se dibuja en el rostro de Rosa María: "No lo sé. Es algo que no he pensado aún". Los 28 años de Víctor Manuel se asoman a sus ojos con determinación: "Pues trabajar en otra cosa, en lo que salga. O volvernos para Valladolid", sentencia.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios