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Censurar es caminar sobre cristales

Galería T20 ·

Si en estos tiempos se encarcela a raperos y se secuestran libros, puede llegar el día en el que tengamos que memorizar libros para que no se pierdan en las hogueras de Ray Bradbury

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Martes, 27 de febrero 2018, 04:15

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El 30 de octubre de 1903 ardía el teatro Iroquois en Chicago dejando 602 cadáveres calcinados. No se conoció al principio la magnitud de la tragedia, la mayor ocurrida en un teatro hasta la fecha, porque el alcalde hizo retirar muchos cadáveres disminuyendo así el calibre de una tragedia evitable: nefastas medidas de seguridad, solo seis extintores y sobornos a inspectores antiincendios con entradas gratis. Sin embargo, parece ser que la causa última es que las puertas abrían hacia dentro, ocasionando un tapón insuperable para centenares de antorchas humanas. Desde ese día, en Chicago ninguna puerta abre hacia dentro. Acción, reacción y repercusión, la historia de los avances del hombre. Demasiadas veces las acciones políticas derivan de un trauma. Demasiadas leyes y medidas se promulgan con los cuerpos aún calientes, en medio de tragedias que hacen a la opinión pública elegir entre libertad y seguridad. Siempre eligen seguridad. Siempre elegimos seguridad.

Tal vez la presión social contra los políticos cuando la crisis empezó a erosionar la vida de la gente tuvo por reacción un endurecimiento de leyes que pueden tener como repercusión un recorte de libertades que me preocupa cada vez más. Al principio tuve dudas, la idea de «delito de odio» me resulta extraña, pero al fin y al cabo no entiendo de leyes. Después estaba la cuestión de que amenazar de muerte a alguien sí entra dentro de lo que entiendo como delito, pero cuando se empezó a llevar a juicio a gente por hacer chistes entendí que el auge de la censura y la autocensura contemporánea es algo que se acabará volviendo contra todos. La historia, desde su origen hasta la decapitación de Robespierre, está llena de víctimas de su propio rigor. El poder debe tener altura de miras y sobre todo frialdad a la hora de entender el uso de ley en lo que a derechos y libertades se refiere. Tanto como en lo que a obligaciones respecta.

Este debate está en la calle, no solo en los medios o las redes, y es un debate en el que nos jugamos mucho. He empezado a pensar en el poema que se suele atribuir a Bertolt Brecth, pero que es en realidad de Martin Niemöller, y lo reproduzco parcialmente porque resulta demasiado largo: «Cuando vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar».

Lo ocurrido en ARCO con la pieza de Santiago Sierra, algo que no necesita ser explicado aquí, es síntoma de un clima social que debemos repensar. Ha sido una situación que no me es extraña, pero me hace pensar y ver la realidad con preocupación. Lo realmente inquietante es que no se debata la situación desde las ideas, no encuentro demasiadas tomas de postura de la alta intelectualidad y veo un debate subterráneo poco efectivo. Estoy a favor de cuestionar la realidad en todo momento, creo en el escepticismo activo. Me sorprende en ese sentido cómo el independentismo está pervirtiendo hasta las palabras para justificar lo injustificable. Callificar de exiliado a Puigdemont es escupir sobre la memoria de Antonio Machado y todos los que cruzaron la frontera para no morir perseguidos en el 39. No consigo entender que, siendo tantos nacionalistas catalanes damnificados en aquel éxodo, sus nietos se presten a una manipulación semántica que roza el fascismo intelectual. Estamos luchando una guerra sin darnos cuenta, una guerra en la que podemos perder hasta las palabras que nos permiten comunicarnos, que nos dan la libertad. Si en estos tiempos se encarcela a raperos y se secuestran libros, puede llegar el día en el que tengamos que memorizar libros para que no se pierdan en las hogueras de Ray Bradbury.

Santiago Sierra es un enorme artista, no hay que ser un gran experto para darse cuenta, pero la oportunidad o el oportunismo son inseparables de una mirada crítica, corrosiva de una realidad que no es de color rosa por mucho que se nos intente hacer ver así. A nadie escapa que ARCO es el gran foco mediático, el lugar idóneo para que esta acción tenga sentido. Es un jugador de ajedrez que plantea sus series desde un sentido estratégico. Esto le ha venido muy bien, es cierto, pero él ha jugado sus cartas. Realmente prefiero otros desarrollos más lentos, más potentes y llevo tiempo estudiando a mi admirado Francesc Torres, un artista en muchos sentidos opuesto a Sierra. Francesc lleva a cabo una crítica de la historia de la cultura desde desarrollos lentos, no mediáticos. Es necesario hoy su trabajo porque son necesarias las ideas, porque ellas nos harán libres y críticos.

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