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José Carlos García, en su peluquería, le corta el pelo a un cliente. Antonio Gil / AGM
El último corte de 'Perlica'

El último corte de 'Perlica'

La barbería de la calle San Francisco cierra mañana, tras casi 140 años de actividad. José Carlos García trabaja ahí desde los 12 años, heredó el local de su padre y ahora, a los 67 y sin herededos, ha decidido parar

RUBÉN SERRANO

Cartagena

Jueves, 28 de diciembre 2017, 01:26

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Sostiene las tijeras con delicadeza, con los dedos pulgar e índice, y da cortes muy seguidos. Luego pasa la maquinilla y repasa varias veces la nuca y las patillas, hasta que están perfectamente simétricas. Las herramientas de José Carlos García están impolutas y ninguno de sus clientes duda de su profesionalidad. No en vano, va a cumplir 68 años y trabaja en su peluquería de la calle San Francisco desde los 12. El negocio abrió hace casi 140 años, ha pasado por tres generaciones y García, que ya nota «los problemas de circulación en las piernas», no tiene herederos ni aprendiz. Cerrará mañana la última barbería «de toda la vida» que queda en el centro.

El negocio empezó a funcionar poco después de 1880. La regentaba «el maestro Enrique Jiménez, un verdadero artista y un gran maquillador», recuerda García, que «ponía guapos a los grupos de teatro de la época y diseñaba pelucas», como la del Cristo de Medinaceli. La saga de los García empezó en 1939. Después de la Guerra Civil, el padre de José Carlos, Gregorio, empezó a trabajar en la calle San Francisco, como aprendiz, hasta que se hizo con las riendas del negocio en 1959. «Mi padre murió a los 90 años con las botas puestas, cortando el pelo hasta un mes antes de fallecer», recuerda orgulloso 'Perlica', como sus clientes le llaman cariñosamente.

El local abrió poco después de 1880, ha sido reformado tres veces y ha sobrevivido «en una zona decaída»

«No me hago a la idea, pero podré disfrutar de mis nietos y salir con mi mujer, porque nunca tenía tiempo», dice

El jabón y la navaja

Forjado en una escuela de Escombreras, allá por la década de los sesenta, José Carlos se puso mano a mano a trabajar con su padre, con tan solo 12 años. «Venía los domingos por la mañana y le ayudaba a preparar a los clientes». Primero los sentaba en una silla de barbero profesional, y luego les daba jabón por la barba, antes de pasarles la navaja. «Mi primer corte se lo hice al párroco de Alumbres, Miguel García, un buen hombre. Era tan pequeño que me tenía que subir a un taburete», recuerda sonriente.

'Perlica' fue «aprendiendo» de su padre, «que era el maestro», y poco a poco le dio «más protagonismo» en la peluquería: primero fue afeitar, luego, «como les gustaba a los clientes», se animó a pasar la maquinilla, y así hasta tomar definitivamente las riendas del negocio. «Los sábados eran los días más fuertes; cortábamos el pelo a familias enteras, a todos los invitados de una boda o de un bautizo. Esta calle [de San Francisco] ya no es lo que era antes, con infinidad de comercios funcionando. Aquí he sobrevivido; la gente me aprecia y siempre ha tratado de hacer bien mi trabajo, con modestia».

En todos estos años, la peluquería fue reformada tres veces: primero predominaba el mármol, luego la madera y ahora hay un práctico tono amarillo en las paredes, con las clásicas bandejas de madera, un repertorio de más de veinte tijeras, dos grandes espejos y un amplio número de trofeos, que logró en los concursos que se celebraban en el casco histórico. «He trabajado muchísimo, hasta las once de la noche, y este negocio le ha dado de comer a mi familia; nunca nos ha faltado de nada», recalca García.

«Me da una pena inmensa»

En 2015 hizo el amago de jubilarse, pero sus clientes de toda la vida -que son muchos-le convencieron para seguir: abre solo por las mañanas, y por las tardes va a la Universidad de Mayores. «Soy un enamorado de mi oficio y me da una pena inmensa pensar que esto va a estar cerrado. Pero ya es hora de dejarlo y disfrutar de los nietos y estar con la mujer, que el tiempo nunca me lo ha permitido». García tiene dos hijas, que viven en Murcia y «ya tiraron por otro camino», así que no habrá ningún heredero que siga sus pasos. «Me hubiera gustado comprar el local, donde estoy de alquiler, y enseñar a algún chico el oficio, darle unas directrices, y entregárselo, pero nunca me quisieron vender el bajo», lamenta.

Después de echar la persiana, este peluquero estará «distraído», pues una de sus aficiones es el senderismo. «Ya noto el cansancio del trabajo, mi cuerpo ya no aguanta tanto tiempo de pie y lo noto en la circulación». Algunos de sus clientes, como Pedro Pena, se despiden de él sin todavía dar crédito. «Estoy jubilado y venía aquí desde que era un crío, cuando estaba su padre. Aún no me he hecho a la idea de que vaya a cerrar; no sé dónde voy a ir ahora», comenta uno de sus amigos más fieles.

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