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Imagen de la esquina que ocupaba la farmacia, tomada en 1920.
La botica Picó

La botica Picó

La histórica farmacia de la calle Mayor fue testigo de numerosos hechos socioculturales, sanitarios y políticos acaecidos en la ciudad, durante sus más de 170 años de existencia

LUIS MIGUEL PÉREZ ADÁN

Sábado, 20 de enero 2018, 11:01

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La botica de la calle Mayor, también conocida como botica Picó, fue una farmacia que se situó en lo que hoy es manzana de las calles Mayor, Medieras, Aire y Plaza de San Sebastián, en pleno casco antiguo.

El solar de la botica fue ocupado desde 1580 por un convento dominico consagrado a San Isidoro, hasta que el real decreto del 25 de julio de 1835 ordenó su puesta a la venta en el contexto de la desamortización de Juan Álvarez Mendizábal (1836). El terreno correspondiente al convento sería comprado por la familia Picó, mientras que la iglesia quedó como propiedad eclesiástica.

Para 1856, Benito Picó había hecho demoler el edificio y construir una botica para su hijo Eduardo Picó y Bres (1829-1902), quien el año anterior había obtenido el doctorado en Farmacia por la Universidad de Madrid.

Eduardo Picó convirtió el establecimiento en un centro desde el que participaba activamente en cualquier emergencia sanitaria de la ciudad, además de dar cobijo a actividades artísticas, científicas y políticas. A nivel artístico sirvió de plataforma promocional para el pintor Manuel Wssel de Guimbarda y el poeta José Martínez Monroy, mientras que en el campo político destacó que en la farmacia se formara la organización progresista llamada Sociedad de los Burros, que llegó a sobrepasar los 500 tertulianos.

En la crisis final del reinado de Isabel II, la botica sirvió de lugar de encuentro para los conspiradores que pretendían derrocar a la Reina y su decadente régimen en lo que sería la Revolución de 1868, La Gloriosa. Solía asistir con frecuencia el expresidente Salustiano Olózaga, y en menor medida también lo hicieron otros militares y políticos como Eugenio Gaminde, Lorenzo Milans del Bosch y Manuel Ruiz Zorrilla.

Pero sería el general Juan Prim su visitante más ilustre. En agosto de 1868 aparece por esta botica tras su fracaso en sublevar en Valencia al regimiento de Borbón. El fiasco de esta intentona obligo a Prim a ocultarse durante dos días en las proximidades de Cartagena (en concreto, en una casa de campo de La Palma, propiedad de Bartolomé Spottorno), y pocos días después tras un rocambolesco episodio que, lo llevó incluso a disfrazarse, permanecer escondido en la rebotica de esta farmacia de Eduardo Picó y Bres de la calle Mayor, para poder embarcar posteriormente en el puerto en una pequeña falúa de pescadores (conseguida y financiada por el industrial cartagenero Rolandi Barragán), que lo trasladaría a Orán.

La farmacia pasó el 1 de enero de 1875 a Simón Higinio Martí y Pagán, hijo de Simón Martí, quien fuera compañero de conspiraciones de Eduardo Picó. Con el fallecimiento de Simón en 1886 regresa a manos de Picó, que se haría cargo de ella hasta abril de 1902, cuando fallece y revierte la propiedad en su sobrino Agustín Malo de Molina y Picó.

Este tercer boticario es el que decora la botica para darle mayor importancia y ponerla a la altura de los mejores establecimientos de su clase.

La decoración de Minoci

Para ello empieza por el techo, con una pintura atribuida a Minoci, decorador italiano que al parecer trabajaba en Cartagena por aquellas fechas. Según descripción de M.J. Aragoneses en su obra 'Pintura decorativa en Murcia', el techo de esta farmacia centra su composición en la figura de Galeno con barba y pelo abundantes, que aparece sentado, desnudo el torso y con su manto rojo cubriéndole las piernas. Detrás de él, una matrona de albo manto y en pie simboliza la Farmacopea. Rodean a este grupo, entre nubes blanquiverdes, hasta treinta amorcillos que aportan hierbas medicinales, trastean con probetas o majan ingredientes en morteros de pie.

Las paredes son recubiertas con anaqueles blancos arabizantes en donde se colocan un notable botamen, siendo el mostrador una simple mesa de fina ebanistería con tablero de mármol y patas vistas.

Según nos cuenta José G. Merck-Luengo en su libro 'La Botica de la Calle Mayor de Cartagena', en 1922 el establecimiento fue arrendado a Agustín Merck y Bañón, para pasar en 1932 a Manuel Malo de Molina. A su fallecimiento en 1971 fue administrada por su viuda hasta que esta mujer la vendió a María Dolores Ros, su última propietaria, quien trató de mantener su aspecto hasta el final cuando el edificio que, había sido remozado en 1943 añadiéndole un piso más, fue declarado en una polémica ruina. En el año 2000, la farmacia fue trasladada al edificio Asís, en la Avenida Reina Victoria, con toda su decoración.

Posteriormente, el edificio fue derribado en su interior, conservándose solo la fachada. Se realizaron excavaciones arqueológicas en su solar en donde se pudo documentar restos de pozos.

Actualmente en el espacio que ocupaba la antigua botica de Calle Mayor se encuentra un establecimiento dedicado a la venta de ropa juvenil.

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