El colegio de Doña Nico
TOMÁS MARTÍNEZ PAGÁN
Domingo, 19 de junio 2016, 00:31
Desde que tengo memoria he vivido en la misma casa y en la misma calle. En ella, los vecinos nos comportábamos como una misma familia. Compartíamos lo que teníamos y sabíamos. En las tardes primaverales y principios de verano, cuando el sol declinaba, después de barrer y rociar nuestras puertas, salíamos a realizar las labores que por entonces estaban de moda: coser, hacer ganchillo... Mientras, los niños iban a lo suyo, y las niñas cantaban y jugaban al corro o a la comba. Por la noche, los mayores se reunían para contar los acontecimientos más importantes del día, o incluso algún chiste. Los más jóvenes oíamos por la radio los discos dedicados de las canciones modernas. Era el principio de la televisión y la mayoría aún no teníamos. Eran otros tiempos y hacer esto ya no se lleva. Ahora vamos muy deprisa, cada uno a lo suyo, pero a mí me sigue gustando el Barrio de la Concepción y su calle Rambla».
Con estas palabras Nicolasa Cañavate Gázquez hacía la introducción del libro cuyo título es el mismo que el de mi artículo de hoy, un libro escrito por su nieto, mi amigo y extraordinario Cartagenero Mariano R. Guasch que, aunque nació en Sabadell en 1979, pronto se integró en la Trimilenaria a donde llegó en 1982.
Durante sus años de colegio descubrió el mundo de la literatura. Empezó a escribir desde los 14 años. Es licenciado en Historia del Arte. Con la llegada de internet incluye entre sus actividades el diseño gráfico y la edición de vídeo. En 2009 da un paso más y comienza a publicar su obra escrita, novela corta, relato y poesía.
Actualmente desarrolla su labor profesional en el Hotel Restaurante Los Habaneros, que dirige mi también buen amigo Bartolomé. Allí fue donde nos encontramos y, aceptando la invitación que me hizo, nos sentamos en el clásico salón a probar la carta de verano. Platos de degustación al centro elaborados por el chef Juan Páez: Foie fresco casero, caviar de vino de Oporto y confituras de violetas; lechuga viva con gambas crujientes y salsa césar; ajoblanco de melón con tartar de salmón; tataki de lomo ibérico en escabeche de apionavo; y shitake y pulpo a la brasa con verduritas sobre mojo rojo.
Maestro Páez
Para terminar, el maestro Páez preparo un chuletón de chato murciano napado de chutney de peras y jengibre y una panacota de café asiático y gominolas de licor 43. ¡Soberbio el postre! Y todo regado con un Rioja Izadi Selección 2011, de 16 meses en barrica
Y para la sobremesa, un Ron Dos Maderas Luxus, un ron con una marcada personalidad que reside en su doble crianza, en el Caribe primero y finalmente en las instalaciones de la bodega Williams & Humbert en Jerez.
Pero volviendo al libro con el que he empezado, me contaba Mariano que su abuela, Doña Nico, había sido siempre una mujer muy especial. Nació en Galifa, población ubicada a nueve kilómetros al oeste de la Trimilenaria, en 1925, era la quinta de siete hermanos. Vivían allí porque su abuelo trabajaba en una compañía minera que tenía yacimientos cerca de las playas del Portús, donde también montó una antigua fragua en la que trabajaba su padre arreglando las herramientas que cada día le traían los trabajadores del campo y de otras ocupaciones. Todo ello ocurrió después de haber terminado su jornada laboral en la Constructora Naval, donde trabajaba.
Hacía su recorrido diario a pie, hasta que se compró su burra 'Lola', con la que iba hasta la Constructora dejándola suelta en la Rambla de Benipila. Al salir, silbaba y 'Lola' acudía de inmediato y juntos regresaban.
En 1932 su padre sufrió un accidente laboral en la Constructora y perdió un ojo. Le indemnizaron con 3.004,80 pesetas las cuales empleó en comprar un solar en el barrio de La Concepción donde edificó una vivienda en la que continúa viviendo Doña Nico. Muchos fueron los acontecimientos que allí vivió hasta iniciar sus estudios de Magisterio 'por libre' en Murcia. Por entonces, en la Trimilenaria no se impartía dicha titulación. Enseguida la llamaron para sustituir a una maestra en las Graduadas.
En 1949, a los 24 años, obtuvo el título de Maestra de Primera Enseñanza y empezó a ejercer en Escombreras. Poco después creó un aula junto a su casa, aula que se llenó inmediatamente. Consciente del éxito escolar alcanzado, decidió realizar los trámites oportunos para que el Ministerio de Educación le reconociera oficialmente el colegio. Finalmente, le concedieron la autorización para el curso 1966-67, cuando empezó a funcionar con el nombre de 'Colegio San Nicolás'. Allí impartió clases de Primero a Quinto de EGB. Llegó a reunir a cinco educadoras y cerca de cien niños de entre cuatro a diez años.
Primera etapa de párvulos
En 1975 el colegio pasó a convertirse en una Escuela Infantil, pero lejos de resentirse con el cambio como a priori pudiera parecer, esto todavía le reforzó aún más ya que el centro adquirió mucho prestigio por lo bien preparados que salían los niños para empezar la enseñanza obligatoria. Así se mantuvo hasta que el colegio del barrio abrió unas aulas de primera etapa de párvulos, para convertirse entonces el colegio de Doña Nico en una guardería. Así estuvo durante los últimos años de su etapa laboral.
Por fin, la bien merecida jubilación le llegó en 1990 y ahora con este libro se le ha rendido tributo por toda la dedicación demostrada. En él, se cuenta toda su vida y como, a sus 92 años, es recordada y querida por todo su pueblo e infinidad de alumnos que aprendieron cómo enfrentarse a la vida gracias a ella.
Y termino con las palabras del fabricante de los vehículos Barreiros «Es vital trasmitir el espíritu emprendedor a los más jóvenes. Que piensen: Si alguien que sale de la nada ha sido capaz de hacerlo, por qué yo no».