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Albarracín y Bermúdez, a la derecha, con otros comensales en el transcurso del almuerzo de homenaje.
En el Marquesado de las Campanillas

En el Marquesado de las Campanillas

La finde de La Puebla acogió un homenaje al pimiento de bola y al famosísimo pimentón

TOMÁS MARTÍNEZ PAGÁN

Domingo, 25 de enero 2015, 00:19

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Es esta una bonita finca ubicada en el corazón de nuestro campo, y más exactamente en La Puebla, diputación donde se crían las mejores patatas de nuestra tierra; de hecho allí tienen hasta su propia fiesta en la que se degusta tan rico tubérculo preparado de distintas formas. Pero esta semana no es de eso de lo que les voy a hablar, sino de otro producto muy relacionado con dicho Marquesado, donde nos reunimos con un escogido grupo de agricultores de nuestro campo junto con ejecutivos y empresarios de la capital, y es que el heredero de la finca, mi buen amigo Esteban Bermúdez, nos convocó a 26 personas en torno a una extraordinaria mesa, en uno de los muchos aposentos con que cuenta tan singular edificación, para rendir un doble homenaje en dos vertientes que confluyen: por un lado, la de los hombres que cultivan el pimiento (también conocido como bolas) y, por otra, la otra el fabricante que, partiendo de tan rica materia, consigue elaborar el famosísimo pimentón de nuestra tierra.

Y como no podía ser de otra manera, dos grandes apellidos se unían en este Marquesado: el de Bermúdez, cosechero y agricultor de la zona, y el de Albarracín, pionero en este sector pimentonero. Y mientras tomábamos el aperitivo a la sombra de un centenario pino, degustando exquisiteces de nuestro campo, todas ellas regadas con un exquisito vino de las Bodegas Viña Galtea, propiedad de otro gran cartagenero, Manolo Martínez, de la Finca La Cabaña, Esteban comentaba, un poco emocionado, los orígenes de su familia de la rama gallega y que, tras un largo peregrinar por tierras castellanas y entre «polvo, sudor y lágrimas», llegaron a las Lomas de Pozo Estrecho. Para ellos esto no era el destierro, era el paraíso, y entre vides hicieron uso de su mejor herramienta: «La palabra», y de ella han vivido su abuelo, Esteban, su padre, Carlos y hasta él mismo.

Inicialmente eran corredores, y nunca mejor dicho, pero corredores, no comisionistas como se acostumbra ahora en la actualidad. Eran corredores porque, andando o en carro, lo mismo estaban en Sevilla comprando caballos, que en Granada, Cuenca o Albacete vendiendo o comprando cereales. Ellos no tenían «un duro», pero sí el don de la palabra y eso si que cotiza. En los años 20 del pasado siglo su abuelo, Esteban, contacta con la casa Albarracín, exportadora de pimentón en Espinardo; su cooperación fue fructífera, de ahí que la continuara su padre, Carlos, y el propio Esteban quien, aunque se dedicó al mundo de las finanzas, también siguió compatibilizándolo con «los tratos».

Todos los agricultores allí presentes se apresuraban a confirmar lo que así nos comentaba Esteban. Antonio 'El Minusa', 'El largo Meroño', Mariano y Paco Roca Meroño, Pencho González, Antonio 'El Gafas'. 'El tío Mariano Gómez', Perico Zamora, Rufino García, Alfonso 'El Quiteño' y algunos más. Todos ellos sufridores agricultores dedicados a esa, siempre dura, lucha para sacar adelante las cosechas. Rememoraban así cómo, en los años 50 y 60, las cuadrillas de mujeres que abrían los pimientos, los colocaban sobre zarzos y los sacaban al sol para secarlos; por la noche el meteorólogo de turno, que era un agricultor experto, pronosticaba si podía llover o no para saber si tenían que guardar los zarzos, aunque algunas noches se equivocaba y tocaba salir de madrugada, en cuanto empezaba a chispear, para que no se estropeara el pimiento, para que luego en la factoría La Estrella, propiedad de la familia Albarracín, se pudieran obtener las oleorresinas de pimentón, para lo cual había que desbinzar primero cáscara, secar luego el pimiento y por último su cuerpo, ya seco, se tritura y se muele hasta obtener el preciado oro en polvo.

La familia Albarracín

Y mientras, ya en mesa, dábamos buena cuenta de los entrantes, junto con una exquisita ensalada, antes de pasar a una sabrosa paella de costillejas, que desprendía un aroma que invitaba a algunos a repetir un segundo plato, acompañado todo ello por un exquisito pan de campo, que hizo las delicias de los comensales, y finalizando con los postres de artesanía casera que preparó Conchi, junto con un asiático al más puro 'estilo José Díaz', llegó el momento de que el presidente de la Croem, José María Albarracín Gil, director general de la firma Juan José Albarracín y amigo de todos los comensales allí reunidos, acompañado por su hermano Carlos, subdirector de la compañía, y por José Peñalver, jefe de fabricación, nos contase un poco la historia de la empresa, que ha cumplido 160 años y que va ya por la quinta generación, desde que su ancestros, allá por el año 1854, hicieran las Américas y se lanzaran a vender su producto fuera de nuestras fronteras. Ha llegado así a convertirse en la empresa más antigua del sector de la fabricación y distribución del pimentón y todas sus variedades, manteniendo el liderazgo de este sector gracias a dos aspectos primordiales: una calidad total y el mejor de los servicios, llegando éstos a convertirse en un auténtico lema para la empresa, en los distintos productos: azafrán, chillies, especias, preparados y su producto estrella, el pimentón.

Extraordinario es el único calificativo que puedo utilizar para referirme tanto a la comida, como a la compañía de agricultores y empresarios y al homenaje que se rindió al presidente Albarracín, que recibió doble placa: una de los agricultores y otra del anfitrión, por el emotivo reencuentro y un detalle muy especial de la familia Bermúdez, al hacerle entrega de una docena de huevos del Museo de La Gallina con que cuenta la finca y del que otro día hablaremos. Y cierro hoy con una frase de Platón: «El que aprende y aprende y no práctica lo que sabe, es como el que ara y ara y no siembra».

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