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LUIS MIGUEL PÉREZ ADÁN HISTORIADOR Y DOCUMENTALISTA
Sábado, 2 de agosto 2014, 00:54
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Rafael Martínez-Illescas, natural de Cartagena, era hace 116 años comandante del Batallón de Cazadores de La Patria nº 25 y murió heroicamente en el llamado combate de Coamo (Puerto Rico), durante la Guerra Hispano-Americana, el 9 de agosto de 1898.
Una vez más, gracias a la fotografía, podemos rescatar del fondo de nuestra historia a un personaje olvidado, como tantos otros. Fue un cartagenero que, por ironías del destino, se ha convertido en una especie de héroe nacional puertorriqueño, al que le rendirán la próxima semana su correspondiente homenaje en el mismo lugar donde fue abatido por las tropas yanquis.
El 98 supuso para España, más allá de unos hechos militares y políticos, una enorme tragedia a nivel individual. Personas y sus familias sufrieron las consecuencias de una mala política, alentada por una prensa patriotera, de un gobierno inoperante, de un mando militar totalmente ineficaz y de un pueblo que en su mayoría se quiso mantener al margen de lo que ocurría.
Martínez Illescas nunca regresó a su casa, no tuvo que soportar la llegada al puerto de Cartagena formando parte de un ejército de perdedores, de enfermos, de harapientos a los que se les desembarcaba de noche para que nadie les viera. Pero su pena fue aún mayor. Su familia sí tuvo que cargar con las consecuencias. Su muerte por su país significó el hambre, la miseria, el olvido y la propia ruina de su familia, como preguntó su hijo antes de morir: «¿Era mi padre un malhechor para que se nos castigue ?»
Los sucesos en Coamo, el 9 de agosto de 1898
El combate de Coamo duró no más de dos horas. Como resultado del mismo, las fuerzas españolas tuvieron las bajas de un jefe, un oficial y cuatro soldados muertos; el número de prisioneros fue de 167.
A Martínez Illescas se lo ordenó defender una posición en una carretera y evitar el paso con sus 200 hombres del 16º Regimiento de Pensilvania, algo imposible de antemano, pues estos cuadriplicaban en número a las fuerzas españolas.
Nuestro retratado, ante tal situación, decidió sacrificar su propia vida y con ello salvar el honor de sus hombres y el de su nación. Para ello, ordenó que todos se cubrieran del fuego enemigo en la cuneta del camino. Instó a su segundo que, cuando él cayera, enarbolara bandera blanca y se rindiera a los norteamericanos. A continuación, montó en su caballo y, espada en mano, se dirigió hacia donde estaban posicionadas las tropas enemigas, atravesando sus líneas repetidas veces hasta que fue abatido mortalmente por el fuego de fusilería.
El cadáver del Comandante, en manos de los norteamericanos
Recibió por parte de éstos un trato especial, reflejo de la gran admiración que produjo en sus enemigos la muerte del militar cartagenero.
Se le rindieron honores militares y su féretro le fue entregado a su viuda e hijos, que se encontraban en la ciudad de Ponce. El traslado se realizó en un cortejo fúnebre al que toda la población asistió, emocionada y en silencio.
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