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Daniel Alcázar, en una de sus misiones en Afganistán con el Escuadrón de Zapadores Paracaidistas.
Soldado de clausura

Soldado de clausura

Daniel Alcázar se 'enrola' en un monasterio cisterciense tras formar parte del Ejército del Aire

Jorge García Badía

Miércoles, 19 de octubre 2016, 10:51

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Ha sido el último hermano en sumarse a la congregación, pero es el que más expectación levanta en la abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas (Palencia), y resulta lógico porque años atrás patrulló las desérticas tierras afganas a 'lomos' de un Uro blindado, la versión española de los Hummer. «Los monjes siempre me preguntan cómo son los saltos en paracaídas», cuenta el murciano Daniel Alcázar, exmiembro del Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (Ezapac) con base en Alcantarilla. «Antes yo era tirador». La contundencia de su fusil HKC36, de fabricación alemana, la ha cambiado por una Biblia con la que está haciendo 'instrucción' para convertirse en monje de este monasterio de Palencia, conocido popularmente por el de 'La Trapa' porque antaño su comunidad regentaba la famosa marca de bombones y chocolates.

A sus 33 años, Daniel ha vivido experiencias tan dispares como intensas: conoció en primera persona la crudeza del conflicto bélico en el que vive Afganistán; sufrió la crisis económica hasta el punto de verse obligado a hacer las maletas para buscarse la vida en Alemania, y al final ha sido Dios el que le ha 'reclutado'. «Nunca pensé que acabaría en un monasterio», confiesa a 'La Verdad' en conversación telefónica.

«Con solo 7 años, en el campo de mi abuelo, ya le dije que quería ser militar. Siempre me gustaba ver a la Brigada Paracaidista en la procesión del Viernes Santo en San Andrés». Era tal su 'devoción' militar que en 2002, con 19 años, ingresó en el Ejército del Aire. «Estuve destinado en Zaragoza y tras jurar bandera pasé a los Zapadores de Alcantarilla porque quería acción». Y empezó a tenerla desde el minuto uno con los planes de instrucción, la preparación física en la pista americana, las prácticas de tiro, el salto automático desde 300 metros de altura, semanas de supervivencia por montes recónditos de Granada...

«Los Zapadores son las GOE del Ejército del Aire; me gustaban mucho las maniobras». Ahora, como mucho, hace 'expediciones' al jardín o a la huerta del monasterio para regar, cultivar... «Cuando eliges esta opción no hay mayor acción que la que Dios te manda cada día», afirma Daniel, al que antaño conocían en la Ezapac como 'soldado Copito'. «Era mi nombre de guerra porque soy muy blanco de piel». La ternura de su apodo no tenía nada que ver con las contundentes armas que manejaba en un Uro, en la base de Herat.

En alerta por una 'zona roja'

«Nuestra labor era ayudar a la gente. Estuvimos por una 'zona roja', con talibanes, y tuvimos que pasar por terrenos con minas anticarro», rememoraba con la tranquilidad propia de la vida monacal. «Si pisabas en un sitio equivocado te limpiaban, porque Afganistán es uno de los países más minados del mundo».

En su primera misión tuvieron suerte y no ocurrió nada, pero en la segunda todo se torció: «Le explotó una bomba a un convoy de tierra que iba a dar ayuda humanitaria». Daniel presenció la explosión desde el helicóptero. «Íbamos dando cobertura aérea y se vio afectada una ambulancia. No entendí el ataque, estábamos ayudando a la gente y llevando la paz».

Cuando regresó a Murcia, en marzo de 2007, decidió dejar los zapadores. «En el Ejército del Aire sentí que era capaz de hacer cosas que no sabía». Sin embargo, el 'soldado Copito' quería seguir creciendo a nivel personal. «Siempre me ha gustado ayudar a la gente, también fui 'scout'». Fiel a ese espíritu, en 2007, puso fin a cinco años de carrera militar para echar una mano en el negocio familiar.

Conversación decisiva

Pasados unos años, la crisis le mandó a la cola del paro y Daniel no tardó en volver a hacer las maletas porque el desempleo le causaba más escalofríos que las noches con cinco grados bajo cero que pasó en Afganistán. «En junio de 2015 me llamaron del SEF para ofrecerme trabajo y formación en la panadería de un pueblecito situado entre Dortmund y Hannover». Puso rumbo a Alemania, aunque en su interior, una vez más, algo le decía que seguía lejos de su verdadero cometido. «Me faltaba algo, siempre fui muy religioso y sentía que Dios quería algo de mí». Todavía le restaban dos años de módulo de formación dual cuando mantuvo una conversación crucial con su párroco de San Andrés.

«Decidí ir al monasterio de 'La Trapa' a probar unos días y me dijeron que tenía vocación». En enero de este año se trasladó definitivamente para iniciar una nueva 'misión' personal y profesional como postulante. A su llegada a la abadía le asignaron una celda (habitación) y su pasado miliciano le ha permitido adaptarse perfectamente a la hora a la que tocan 'diana' los monjes: «A las cuatro de la madrugada nos levantamos a labrar la tierra, abrir canaletas, leer el antiguo testamento, rezar, estudiar...».

Tampoco le supone problema el no poder salir a la calle, el recibir una visita al año de la familia, una llamada a la semana o solo ver películas en Navidad. «La Biblia es una aventura», se reafirma. No descarta cambiar de nombre, aunque tiempo tendrá para decidirlo porque los votos simples no los alcanzará hasta pasados tres años. «En este tiempo no sé qué será de mi futuro, lo que Dios quiera».

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