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Las gaviotas rodean desde primera hora de la mañana a los pescadores que han instalado las redes para la pesca del langostino en el Mar Menor.
Los bigotes gourmet del Mar Menor

Los bigotes gourmet del Mar Menor

Los pescadores confían en que la recuperación de la laguna consolide la demanda de este langostino de cualidades únicas por la salinidad. El langostino es una inyección de dinero para la Cofradía de San Pedro del Pinatar; le supone un ingreso anual de 300.000 euros

ALEXIA SALAS

Domingo, 7 de mayo 2017, 02:45

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Amanece en el Mar Menor por detrás de los edificios de La Manga. Hasta que el sol no escala a la cima de las torres de cemento, Juan Tárraga navega por intuición hacia La Changa, el caladero situado entre la Encañizada de La Torre y el canal de El Estacio. Es la zona para calar las langostineras que le ha tocado en sorteo, pero está contento. «Es la que más me gusta, aunque están tan pegadas a la zona de baño que no puedes dejarlas ni un día sin revisar, porque los furtivos aparecen en esta época», explica el pescador, 40 años, ya sin sacudirse el salitre del mar. Sabe que no tendrá ni un día de descanso, ni una mañana para rendirse al sueño hasta el 10 de julio, cuando finaliza la temporada del langostino.

El mar de plato comienza a reflejar las primeras luces, y el barco de 8 metros de Juan y su compañero Fulgencio queda envuelto en una cúpula dorada. Los pescadores sonríen para dentro, porque saben que al señorito de bigotes largos y traje de rayas le gustan las aguas mansas. Siempre se hace desear en los inicios de campaña, pero esta primavera se muestra aún más esquivo. Los vientos de la semana anterior y la luna engordando a creciente desagradan al delicado crustáceo, que decide permanecer más tiempo abrigado en la arena. «Le llamamos 'el oscuro', porque le gustan las noches sin luna», explica Tárraga.

Entre las especies marinas y los pescadores se establece una relación singular, como la del cazador que estudia su presa. A fuerza de observar sus costumbres durante décadas, conocen el langostino con naturalidad casi familiar. «Los que se cogen al norte de El Estacio son más chicos», comenta el presidente de la Cofradía de Pescadores de San Pedro del Pinatar, Jesús Gómez, dando prueba empírica de la teoría científica que sitúa las corrientes marinas más cálidas en la cubeta sur de la laguna, donde el crustáceo debe sentirse más confortable.

En la lonja nadie se atreve a hacer pronósticos de la campaña. Al mar se sale tan a ciegas como el bombo de la lotería, aunque esta albufera siempre reparte premios. El primer día de campaña, el pasado martes 2 de mayo, los 40 barcos que se dedican al langostino del Mar Menor volvieron a puerto con 54 kilos escasos, eso sí, de buen tamaño y mejor grosor.

Los pescadores saben que las dos primeras semanas de campaña suelen pecar de escasas, sobre todo si se acerca la luna llena. «Hay otro agravante, y es que no ha terminado de salir el invierno, y el langostino es muy sensible a los cambios», se preocupa el patrón mayor. Su erudición marinera le dice que «desde el día 10 o 12 de mayo habrá más, pero nunca como el año pasado, que eso se ve una vez en varias generaciones».

El extra del año

Con 20.581 kilos de langostinos capturados, la pasada primavera se recordará como el gran maná de marisco, un regalo inesperado que multiplicó por cuatro los kilos recogidos en la campaña de 2015. Puede que ninguno de los pescadores actualmente en activo llegue a ver otro festín similar, que proporcionó, junto con las capturas de otoño -4.058 kilos- un aumento de ingresos del 28,7% a los pescadores, con 422.358 euros, una cifra muy por debajo de las expectativas del sector, ya que la producción había crecido un 61,5% sobre el año anterior. Los precios se desplomaron a menos de la mitad hasta niveles nunca vistos para el rey del Mar Menor, que en sus mejores tiempos se llegó a pagar cerca de 200 euros/kilo en las pescaderías y restaurantes.

La ley de precios del mercado no premió el año de la gran regalía, que será recordado como un hito. A pesar de que los precios castigan la abundancia de pesca en la subasta que cada día se celebra en la lonja, el langostino sigue siendo una doble inyección de dinero al cabo del año. Para la Cofradía supone el 18% de sus ingresos anuales, calculando una media de 300.000 euros al cabo del año por el crustáceo. El resto de la alcancía la llenan las doradas, lubinas, salmonetes, lenguados, anguilas y otras especies.

No hay pescador que retrase su llegada al muelle más allá de las 10 de la mañana, cuando empieza la subasta. Los compradores -hosteleros, pescateros e intermediarios, auténticos 'brokers' del pescado- desenfundan los mandos a distancia, con el dedo presto a pulsar a tiempo para quedarse con las cajas más apetitosas. Muchos son fieles siempre al mismo barco, aunque lo que importa este año es la fidelidad de la demanda tras el año más complicado del Mar Menor. Uno de los asiduos, Juan Ignacio Sánchez 'Mariche', llena la furgoneta con langostinos para restaurantes de Murcia. «Se esperaba la campaña. Hace ya semanas que los bares y restaurantes me piden», explica, convencido de que «este año se ha recuperado la confianza en los productos del Mar Menor». Calcula que «la demanda de langostinos y pescados de la laguna ha aumentado este año un 30%».

Calando la charamita

«La temporada del langostino es la que más esperamos, porque llega después de unos meses de frío en que hay menos pesca», explica Juan Tárraga. Entre enero y abril, la laguna se duerme en un frío letargo apenas productivo. «Para nosotros ahora empieza el año», asume el pescador. Solo 40 barcos tienen licencia para calar las langostineras, pero para 10 de esas pequeñas empresas supone la mitad de todos sus ingresos anuales, porque el resto del año solo se dedica a la paranza, un arte fijo de fondo, con más de un siglo de historia, que trabaja a modo de trampa. Las doradas entran por la abertura -caramboque- hacia un laberinto que los mantiene vivos, con la ventaja de poder cogerlos siempre frescos y la tripa limpia.

Para el langostino, la trampa se prepara más tupida. El último día de veda antes de cada temporada, los pescadores calan un tipo de paranza, la charamita -su primera regulación legal data de 1916-, con una travesía de varios metros de la que salen unas morunas en forma de caracoles en los extremos, y un arte fijo de fondo.

Las dos temporadas del langostino, una en primavera -del 2 de mayo al 10 de julio- y la otra en otoño -del 10 de septiembre al 15 de noviembre-, son las dos pagas extra de los pescadores, aunque siempre tienen el destino escrito: impuestos ineludibles, subida del gasoil, recibos de la Seguridad Social, arreglos del barco o compra de nuevas redes, y eso en caso de que no haya sorpresas como el vandalismo de un furtivo.

Entre furtivos y cormoranes

Los bandidos del mar son la bestia negra de los pescadores. Algunos describen auténticas escabechinas en sus artes de pesca tras la visita de algunos de estos piratas de langostinos. «A veces no solo se llevan los langostinos, sino que te rajan las redes para llevárselos como una bolsa», cuentan con indignación. Sienten por ellos menos cariño incluso que por los cormoranes, los ladrones emplumados que acuden al banquete de las redes.

Lo que más enfada a los pescadores es «encontrar langostinos en las barras de Murcia antes de la hora de la subasta», lo que señala una venta ilegal, sin impuestos ni controles, realizada tras una pesca ilícita. Los furtivos rompen los precios del mercado, deprecian el producto y ponen en riesgo la garantía sanitaria -y la frescura- de la mercancía que venden los restauradores con menos escrúpulos. Ni furtivos, temporales o subidas de impuestos apartan a los pescadores de raza de la laguna, y menos en plena campaña. A Juan Tárraga, cuando lleva más de dos días lejos sin salir al Mar Menor le entra por el cuerpo un hormigueo insano: «Esto es otro estilo de vida, tú te marcas los tiempos pero siempre trabajas más de lo normal. Yo nunca llevo reloj».

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