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María Rosa Vázquez, ayer, junto al penalista Raúl Pardo-Geijo Ruiz, durante la entrevista exclusiva que concedió a 'La Verdad'. ::
«Juan Cuenca me pidió que volviera a la casa para llevar a los rumanos a Cartagena. Ahora sé que lo que pretendía era enterrarme a mí también»

«Juan Cuenca me pidió que volviera a la casa para llevar a los rumanos a Cartagena. Ahora sé que lo que pretendía era enterrarme a mí también»

María Rosa Vázquez. Testigo principal del 'caso Visser'

Ricardo Fernández

Miércoles, 5 de octubre 2016, 12:03

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A veces se permite esbozar algo que parece una sonrisa. Pero está muy lejos de serlo porque solo trasluce tristeza. María Rosa Vázquez vuelve a enfrentarse estos días a la peor pesadilla de su vida: el asesinato y posterior descuartizamiento de los holandeses Lodewijk Severein e Ingrid Visser. Un crimen al que ella contribuyó, inconscientemente, al conducirlos en su coche hasta la casa rural en la que fueron ejecutados. Aunque fue exculpada hace dos años, todavía arrastra su particular condena: no haber dejado de recordar sus rostros ni siquiera por un día.

-Con el arranque del juicio por el 'caso Visser', usted vuelve a situarse ahora frente a esos espantosos sucesos. ¿Cómo está viviendo estos momentos?

-Fatal. Estoy muy mal de los nervios y deseando que pase todo. No solo quiero que pase mi declaración, sino que se cierre todo, que es cuando por fin estaré tranquila.

-¿Qué le ocurre a alguien, como usted, cuando pone la televisión y se entera de que dos personas a las que ha llevado a una casa rural están desaparecidas desde ese momento?

-Me puse muy nerviosa y me pregunté qué había ocurrido. «¡Madre mía! Si están desaparecidas desde ese día en que yo las vi... Pues a ver qué ha pasado aquí...». Lo primero que hice es pedir explicaciones.

-Y llamó a Juan Cuenca.

-Me entró un ataque de pánico. Estábamos comiendo mis hijas y yo y me puse tan mala que empecé a vomitar. Después llamé a Juan (Cuenca) y me dijo: «Tú no te preocupes, que esto no va contigo».

-Imagino que no le resultó muy tranquilizador...

-En absoluto.

-Y pensó que había pasado lo peor...

-Aún no pensaba que había pasado lo peor, pero sí que había ocurrido algo. Qué, quién o cómo, de eso no tenía ni idea. Pero sabía que algo les había pasado. Me puse muy nerviosa y empecé a coger miedo. Me dije: «Si algo le ha pasado a esta gente, ¿por qué no me va a pasar a mí?». A partir de ahí solo quise desaparecer, irme de Murcia, porque no quería que a mis hijas les pasara nada.

-Se sentía en peligro.

-Sí, porque no sabía lo que les había podido ocurrir.

-Seamos sinceros: usted ya pensaba que los habían matado.

-Yo no sabía si los habían matado o no. Pero aunque no fuera así, que los tuvieran retenidos o cualquier otra cosa... Yo era la última persona que los había visto. Y pensaba: «¿Por qué no me va a pasar a mí? ¿Por qué no van a venir a callarme la boca?».

-Y se fue a Zamora, donde estaba su marido.

-Me fui. Nadie sabía por qué me había ido.

-Poco a poco empezaría a juntar las piezas del puzzle, imagino. A cuadrar lo que había ocurrido con esos mensajes que había recibido de Juan Cuenca, como aquél que decía que le comprara bolsas grandes y pequeñas, sosa cáustica, una radial, una motosierra...

-Yo seguía pidiéndole explicaciones (a Cuenca), nadie me las daba, esa pareja seguía sin aparecer... Y a Juan lo notaba cada vez más nervioso. Yo no hacía nada más que insistirle. Y él insistiendo en que conmigo no iba la cosa. «¿Pero cómo que esto no va conmigo?», pensaba.

-Tuvo esos días de mayo de 2013 una conversación con Juan Cuenca, algunos de cuyos retazos arrojaban sospechas sobre usted. «¿Seguimos haciendo lo que estaba preparado y lo que se tenga que hacer? ¿Sí o no?», le decía él. ¿A qué se refería con esas palabras?

-No sé a lo que Juan se refería. Yo le hablaba de vender mi coche y él de sus negocios para obtener dinero.

-Porque él le debía dinero, ¿no?

-Juan no, el club (Voleibol 2005, del que Cuenca había sido gerente). Por eso me llevaba un poco 'engolosinada', porque decía que se iba a hacer cargo de esa deuda.

-Y le decía que tenía formas de conseguir dinero y de saldar la deuda.

-Sí, decía que tenía negocios.

-¿Con qué motivo le dijo que iba a celebrar una reunión en la Casa Colorá? ¿Le habló de la venta de una cantera de Evedasto Lifante?

-Solo me dijo que venían unos 'inversionistas'.

-Y esos eran, supuestamente, los rumanos Constantín Stan y Valentín Ion, por un lado, y por otro Lodewijk Severein e Ingrid Visser. ¿Es correcto?

-Así lo creía yo.

-¿Le parecieron los rumanos gente adinerada?

-Yo no sé cómo son los inversores ni qué pinta tienen.

-¿No le dieron mala impresión?

-No. Con uno de ellos ni siquiera hablé. Y el otro, el más mayor, solo me sonrió una vez. No hubo más.

-¿Le habló Juan Cuenca de que tuviera que ir a esa reunión otra persona, un tal Danko o Dankovich?

-No. Nada.

-Cuando todo este asunto empezó a venírsele encima, cuántas veces se dijo: «¿Pero cómo has podido ser tan tonta»?

-¡Ja! Todavía me lo sigo preguntando todos los días.

-Visto desde fuera, uno piensa: «¿Cómo no se daba cuenta esta mujer de dónde se estaba metiendo? ¿Hasta dónde llega su ingenuidad?» Porque que te pidan una motosierra, sosa cáustica..., todo eso no parece muy normal para una reunión de negocios, ¿no cree?

-Yo no sabía ni qué era la sosa cáustica ni una radial. Pero si me hubieran explicado lo que era, pues habría pensado que esos inversores, que iban buscando terrenos, igual tenían que cortar un árbol, o marcar un terreno... Yo no sé a qué se dedica cada uno. Yo actué de buena fe, como usted lo habría hecho. Estoy segura de que usted habría hecho lo mismo.

-Yo peco de ser muy malpensado.

-Pues a mí me queda mucho por aprender. Quiero decir, que yo nunca habría pensado que Juan era la persona que ahora sé que es. Si yo llego a saber lo que sé ahora... Porque soy inocente, pero no tanto.

-¿Cómo hubiera definido en aquella época a Juan Cuenca?

-Era un chico con su carrera, con sus estudios, un chico de bien, arreglado... Y que había tenido mala suerte con el club. Pero no sabía nada más de su vida. Me había dicho que era ingeniero, o algo así.

-¿Y cómo lo definiría ahora?

-Pues si realmente resulta ser la persona que parece que es, pues diría que es una persona totalmente calculadora y fría, muy fría. Bastante fría y dudo de que tenga corazón.

-¿Cuántas veces ha pensado en lo que debió pasar esa pareja? ¿Durante cuánto tiempo se ha sacado a Lodewijk e Ingrid de la cabeza?

-Nunca. (La voz se le quiebra por vez primera y las lágrimas afloran a sus ojos). Paso por la puerta del club y los veo esperándome. Cada vez que pasaba por Fortuna no podía mirar. Los veo.

-De poder hacerlo, ¿qué les habría dicho? O a sus familiares.

-Que siento haber sido la persona que les llevó hasta allí. Que evidentemente lo hice sin saber lo que iba a pasar, pero que siento haber sido yo. Lo siento muchísimo y recuerdo perfectamente cómo ella iba jugando con mi hija con el móvil, a los 'Angry Birds', y la conversación que llevaban las dos.

-Porque usted, cuando fue a recoger a la pareja para trasladarla a la Casa Colorá, se llevó a sus propias hijas en el coche, ¿no?

-Así fue.

-Cuando conocí ese dato me convencí de que usted no sabía lo que allí iba a suceder. Se lo digo sinceramente. Pensé que ninguna madre, ningún padre en su sano juicio, es capaz de llevar a sus hijos a un lugar donde sabe que se va a cometer un asesinato.

-¡Imagínese! Jamás en la vida haría eso. Pero es que mi hija de seis años, cuando vio a Ingrid en la televisión, ¡la reconoció! Sabía que era la mujer con la que había ido jugando en el coche. Dijo: «¡Mira, mamá! ¡La chica que jugaba conmigo en el móvil!».

-Y usted se querría morir...

-¿Qué le digo a la cría? Aún hoy no le he dado una explicación. ¿Qué le voy a decir? Soy incapaz.

-Todo se le estaba viniendo encima, ¿pero pensaba que se iba a ver viendo imputada? ¿Imaginaba que se iba a meter en un lío tan grande?

-No.

-¿No? ¿Por qué?

-Yo había informado a la Policía de que había llevado a esa pareja hasta allí. No hubiera sido capaz de callármelo. Si aún ahora no duermo..., pues imagine si no llego a contarlo. No hubiera podido vivir tranquila. Nunca pensé que me iba a pasar eso. Yo sabía que no había hecho nada y estaba segura de que era imposible que me metieran en ese asunto. El mundo ya había sido bastante injusto conmigo como para añadir eso.

-Pero se vio metida en el embrollo y lo que parecían indicios inculpatorios no dejaban de surgir. Habría un momento en que no sabría cómo salir de esa situación...

-Desde fuera nada parecía tener explicación, aunque para mí todo era muy claro. Yo quería hacerle entender a la jueza que todo estaba clarísimo. Y no entendía cómo los demás no lo veían como yo.

-¿Por eso cambió de abogado?

-Evidentemente. Necesitaba un penalista y Raúl (Pardo-Geijo Ruiz) me daba toda la confianza del mundo. Yo sabía que no tenía que estar donde estaba y necesitaba que alguien contara mi verdad. Raúl lo vio claro desde el principio.

-¿Hubo un momento en que Juan Cuenca le pidió que volviera a la casa para hacer un viaje con los dos rumanos?

-Sí. El mismo día 13 (después de llevar a los holandeses a la casa), Juan me dijo que si podía volver al día siguiente y llevar a los dos rumanos a Cartagena. Le contesté que yo no era taxista de nadie y que bastante tenía con que hubiera bajado a Murcia a por los dos holandeses.

-¿Y qué se supone que tenían que hacer Valentín y Constantín en Cartagena?

-Como le dije que no lo iba a hacer..., pues no me comentó más.

-¿Piensa que podía esconder Juan Cuenca algún otro propósito detrás de esa propuesta?

-Sí. Enterrarme.

-¿Enterrarla? ¿A usted?

-Sí. Seguro. Vamos, ¡seguro!

-¿Piensa que no habría dudado en quitarse a usted de en medio?

-Creo que no. Me ha costado mucho convencerme de ello, porque no lo veía. Pero es capaz de eso y de mucho más. Y pienso que no lo hicieron el primer día por mis hijas, porque estaban ellas presentes. Mi vida me la salvaron mis hijas, porque de otra forma de allí no salgo. ¿A cuento de qué me dijo que subiera a esas personas a la casa? Si el ya vino a Murcia pensando en lo que iba a hacer... yo entraba en ese lote. Vamos, si es que lo tenía ya pensado...

-Bueno, bajar desde Valencia a una reunión e ir pidiendo por el camino bolsas de basura, productos de limpieza, una radial... Para una reunión de negocios no se piden esas cosas.

-Ahora lo sé.

-Pero, en fin, para eso está el juicio.

-Evidentemente.

-¿Cómo ha cambiado su vida desde aquellos días? ¿Ha regresado a Molina de Segura?

-Sí, he vuelto a Molina. He retornado a la normalidad. A la normalidad desde fuera. Pero estoy segura de que muchos trabajos para los que he echado un currículo..., pues no me han llamado porque en cuanto ponen mi nombre en internet... Y ha cambiado mi vida en que no sabía lo que eran los psicólogos y ahora lo sé; en que no sabía lo que eran las pastillas para dormir y ahora lo sé... Todas esas cosas.

-La relación con sus vecinos, con su gente más próxima, ¿se ha visto afectada?

-No. Para nada. Toda la gente de El Ranero, donde yo nací, me ha apoyado y jamás nadie dudó de mí. Yo soy una persona... no voy a decir que sea Santa Teresa de Calcuta, pero sí soy bastante buena. Y quien conoce a mi familia y me conoce a mí, sabía que eso era imposible. Nadie ha dudado. Pero entre quienes no me conocen, pues habrá de todo y he escuchado muchas tonterías. ¿Que he perdido alguna amistad? Pues también, aunque no me importa porque eso no son amigos. He tenido mucho apoyo. Hasta querían recoger firmas de apoyo.

-Oiga, ¿y a su marido cómo le planteó lo que estaba pasando? ¿Eso cómo se dice? «Cariño, estoy metida en un caso de doble asesinato».

-Mi marido ya se enfadó bastante conmigo cuando se enteró de que había llevado a esa pareja hasta la casa rural, porque me había llevado a las crías en pijama y se había hecho tarde. «Tú para qué tienes que hacerle favores a nadie, y por ahí con las crías, por esos caminos...», me dijo. Pero cuando le cuento lo que le cuento..., pues imagínese. Pensó lo mismo que yo: «Estás viva de milagro». Él no es tan confiado como yo.

-¿Y ahora cuál es su último deseo?

-Que pase todo. Que a quien sea culpable lo condenen, y por mi parte que lo condenen para siempre. Pero que esto termine ya. Quiero dejar de darle vueltas a este tema.

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