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Unos padres y sus hijos observan, a la salida del colegio, la casa en la que fue detenido el presunto pederasta.
«Queremos verle la cara»

«Queremos verle la cara»

Padres y vecinos de la zona del Malecón se muestran «inseguros» tras el arresto del presunto pederasta: «Estas personas deberían figurar en un registro público»

Daniel Vidal

Martes, 24 de noviembre 2015, 01:29

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La habitual tertulia 'futbolera' que mantienen todos los lunes Antonio Guerrero y sus amigos «propietarios» de uno de los bancos del Malecón solo se interrumpe por los comentarios sobre la detención de su vecino, que desde el domingo por la noche se encuentra en prisión preventiva acusado de abusar sexualmente de seis menores de entre 9 y 11 años. Un tipo «extraño», de vestuario «extravagante», de mirada «huidiza», «empedernido fumador de tabaco y marihuana», coinciden los testimonios-, y amigo de los espantapájaros dibujados con cierto toque infantil como el que ayer permanecía colgado de un árbol en el jardín de la vivienda que, al parecer, había 'okupado' en el viejo y destartalado edificio del Instituto de Radiología y Cobaltoterapia García Zarandieta, en el número 7 del paseo. Lo más parecido a una casa del terror, protegida a la entrada por un perro de cartón piedra, coronada por una veleta sin metal que señalar el norte, con todas las persianas echadas y flanqueada por una verja puntiaguda y oxidada. Él no era muy sociable. Más bien nada. «¿Ese? Siempre estaba sentado en el jardín, mirando a la gente y rodeado de sus maniquíes... o lo que fueran. Un tipo muy extraño, ¡muy raro! Y eso que nosotros somos músicos», bromeaba un estudiante del cercano Conservatorio de Música. «El tipo ese se asomaba, miraba, y volvía a meterse para adentro. Aquí nadie sabe cómo se llama, ni a qué se dedicaba. Bueno, ahora sí que sabemos a qué se dedicaba», sentencia un miembro de la pandilla de jubilados, interrumpido enseguida por otro parroquiano que vuelve a retomar su perora ta sobre la situación del Real Madrid, la del Real Murcia, y la prensa deportiva. Cada cual a lo suyo.

La zona en la que actuaba el presunto pederasta, atestada de centros educativos (Maristas, CEI, colegio Ays, además del Conservatorio de Música y la Escuela de Turismo) también bombeaba por las calles su habitual trajín de los lunes: madres y padres tirando de jaurías enteras de niños, carricoches aparcados en triple fila y coches imitando a los carricoches colapsando aún más el tráfico de última hora de la mañana en pleno centro de la capital. Sin embargo, la procesión iba por dentro en un parque infantil del Malecón, situado a pocos metros de la cochambrosa vivienda del detenido, y que ayer se mostraba algo más desangelado de lo habitual, con columpios a medio gas. A María Dolores, madre de dos niños, la noticia le crea sobre todo «inseguridad». Sandra es de la misma opinión. Y María, y Matías... Ni siquiera la rápida y eficaz intervención de la Policía Nacional en este caso, el hecho de que el sospechoso esté durmiendo entre rejas o el par de patrullas de la Policía Local «de ronda rutinaria» por El Malecón, confirma uno de los agentes, logra disipar la sensación que se instala «cuando ya no puedes estar tranquilamente con tu hijo ni en un parque... ¿Cuánta gente habrá cómo el detenido merodeando todos los días en estos mismos columpios, por ejemplo?», protesta Sandra, madre de un renacuajo que hace piruetas en el tobogán ajeno a la preocupación de los mayores. «Deberían sacar una foto de esa persona para que todo el mundo sepa quién es, queremos verle la cara», propone (otra) Sandra, camarera de la cafetería situada justo enfrente del inmundo edificio al que, presuntamente, el detenido se llevaba engañadas a sus víctimas, tres niños y tres niñas de nacionalidad china cuyos padres tienen comercios en la zona del cercano barrio de San Andrés. La denuncia de unos de estos padres, alertados por la desaparición de su hija -a la que el detenido mantuvo en su casa un día entero, supuestamente-, puso a la Policía Nacional sobre la pista del presunto pederasta y permitió su 'neutralización'.

Los bazares, las peluquerías y las tiendas de alimentación regentadas por chinos en esta zona de Murcia también trabajaban ayer con normalidad, y preguntarles por el tema sin utilizar el mandarín era como predicar en el desierto: «¿Pederasta, abusos, niños? No, no...», se desentendía amablemente Liu al otro lado del mostrador.

María, por su parte, prestaba toda la atención del mundo a esas mismas preguntas sin quitar ojo de su nieta. Hace poco vivió un incidente con una persona «que hacía fotos a los niños en unos columpios donde estaba con mi nieta». María, que valora «la actuación policial», cree que la detención del presunto pederasta supone «la constatación de los peligros actuales», ser conscientes de un delito que se produce «con más frecuencia de lo que parece». María, abuela de tres nietos, reconoce no obstante que no vive en «alerta permanente».

Algo que sí le ocurre a Matías, padre de un chaval que todavía no va al colegio: «Esto es bastante preocupante. Como para dejar al crío solo un segundo», se lamenta a pie de columpio. Su mujer, Sandra, «sorprendida» por la noticia, está igualmente «indignada». En la conversación surge la impotencia, la «rabia», la «vergüenza» que produce que una persona «abuse de alguien inocente». Además, cree que presuntos pederastas como este, que ya fue detenido en Madrid hace más de una década por agresión a menores de edad, «deberían figurar en un registro público que pueda ser consultado por todo el mundo». Una medida que «aportaría algo más de tranquilidad» a las familias y que podría evitar, según estos padres, «seguir horrorizándonos con este tipo de noticias».

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