La vanguardia invisible
Relegadas al segundo escalón, donde dominan y son mayoría, las mujeres apenas rozan los puestos de poder y decisión regionales en la primera línea. La curva es decreciente según se escala la pirámide en la UMU: 60% de profesoras ayudantes, 53% contratadas, 41,6% titulares, 24,3% de catedráticas, y una sola vicerrectora; lo mismo ocurre en la empresa, la política y la judicatura
Fuensanta Carreres
Lunes, 16 de marzo 2015, 13:19
Entre un techo de cristal y un suelo pegajoso y arcaico que lastra su despegue definitivo. Están, pero se las ve poco, muy poco, y mucho menos en proporción a sus méritos, capacidad y representación. Asomadas al poder político, peleando por formar parte del económico, liderando en sectores donde el mérito es el único filtro, como la investigación o la judicatura. Están, pero no salen en la foto, ni figuran en el organigrama regional. La visibilidad de las mujeres en la primera línea de la vida pública murciana es apenas un destello de su presencia real en los puestos de poder y decisión. Siempre en la segundísima línea, a un paso del foco.
La foto fija del poderío murciano es masculina, en todos los ámbitos. Ni siquiera en aquellos donde el machismo latente no puede opacar el mérito, se aproximan a una paridad razonable. En las universidades, los ayuntamientos, la Asamblea y el Gobierno regional, la judicatura, las empresas... incluso en la investigación y el arte, los porcentajes de la presencia femenina en los puestos de influencia es decepcionante, más si se tiene en cuenta su supremacía en el escalón inmediatamente anterior a la primera fila.
La radiografía es palmaria en la empresa, coto tradicionalmente masculino al que la mujer solo ha logrado aproximarse por la puerta del sector servicios. La composición de las comisiones ejecutivas y plenos de las dos patronales murcianas, la Confederación Regional de Organizaciones Empresariales de Murcia (CROEM) y la Cámara de Comercio de Murcia, canta con sus cifras. En la primera, solo cuatro mujeres frente a 20 hombres; y en la segunda, seis de 53. Desde cualquier perspectiva, todos los datos confirman la tendencia: apenas el 12% de los asientos de los consejos de administración están reservados a las mujeres, que solo ostentan el 11,7% de los puestos ejecutivos y el 17% de los cargos de influencia. «Están en la base, en el segundo escalón, haciendo el trabajo, pero pocas lo presentan y representan», sostiene Gloria Alarcón, socióloga, profesora de Economía Aplicada de la Universidad de Murcia (UMU) y copartícipe en la investigación sobre la igualdad como eje de cambio que desarrolla el Instituto de la Mujer. Defiende Alarcón que la segregación no es solo vertical (la presencia de las mujeres va en descenso desde la base hasta la cúspide de la pirámide); también es horizontal, «lo que nos lleva a ubicarnos en sectores de la economía relacionados con la sanidad, la educación o los servicios». ¿No las dejan mandar? ¿O no quieren hacerlo? El hecho de que la mujer siga alejada de los puestos ejecutivos en la empresa es culpa de ellas o de ellos, según quién responda. La falta de liderazgo femenino es, para la presidenta de la Organización de Mujeres Empresarias y Profesionales de la Región de Murcia (OMEP), Manuela Marín, un hecho innegable provocado por las dos condiciones: «Ellos tienen el poder y son los que eligen, es así. Y nosotras no nos lo acabamos de creer, de dar el paso al frente», admite la empresaria, quien no limita el problema a una cuestión de voluntades y exige leyes y pactos de Estado que hagan propicio el entorno, sembrado hoy de obstáculos. «Mientras la maternidad siga costando dinero a las empresas, hay poco que hacer», reivindica la empresaria.
La paridad ronda al sector judicial, con un amplio 40,3% de mujeres jueces y magistradas en activo. Los porcentajes mueven al optimismo si se segregan por edad, ya que una de cada dos jueces menores de 50 años son mujeres. Pero el entusiasmo empieza a difuminarse cuando los datos se criban por instancias: la presencia femenina es abultada, hasta mayoritaria, en los juzgados de primera instancia e instrucción. En órganos superiores, la proporción es testimonial: solo cuatro de catorce en el Tribunal Superior de Justicia, y una sola magistrada, María Pilar Alonso, en la Audiencia Provincial, integrada por 17 jueces. Precisamente el pasado viernes, seis vocales del Consejo General del Poder Judicial denunciaron en dos votos particulares una «situación de discriminación por razón de sexo» en el nombramiento de Miguel Pascual del Riquelme como presidente del Tribunal Superior de Justicia de Murcia, argumentando que éste se encuentra 1.160 puestos por debajo en el escalafón respecto a una de sus contrincantes, la magistrada María Pilar Alonso. Ajena a la polémica, la juez reivindicaba días antes el enorme sacrificio personal y familiar que le supuso la conciliación de su carrera profesional con la familiar en sus inicios. «Ingresé en 1976, y en aquella época era todo muy difícil, no había una sola medida de apoyo. Todo se lograba a costa de mucho sacrificio personal y sobresfuerzo», reivindica Alonso, quien comparte con casi todas las mujeres que bregan en la primera línea regional el desasosiego que produce la sensación «de que no atiendes todo como deberías. Tratas de compensar y equilibrar al máximo, pero es muy complicado».
La desazón de un «sentimiento de culpa» que pesa al final de la intensa jornada de la puntera investigadora y jefa de la sección de Genética Médica del hospital Virgen de La Arrixaca Encarna Guillén, recién nombrada Mujer Murciana del año. «A pesar de que delegues, de que tengas la seguridad de que tus hijos están bien atendidos, esa culpa, que los hombres no acusan tanto, te pesa», reconoce Guillén, triunfadora en una sector que también va eliminando mujeres en el camino a la cúspide: en la Región acceden el mismo número de hombres que de mujeres a la carrera investigadora, pero cuando se alcanzan los máximos niveles, la proporción es solo de cuatro a una. «Es una de las profesiones más exigentes. La investigación pide dedicación, disponibilidad, formación permanente, estancias en el extranjero. Hay que luchar contra ese rol de simple ayudante de director del equipo de investigación. Es un trabajo de toda la sociedad, sí, pero a quienes nos afecta somos las que debemos activarlo», reclama la directora general de Investigación e Innovación, Celia Martínez, minoría en un Gobierno regional con dos consejeras -con la reciente incorporación de Adela Martínez-Cachá- en un equipo de siete.
El nombramiento de la nueva consejera de Agricultura y Medio Ambiente, en plena crisis de gobierno, bien podría avalar la tesis la profesora de la UCAM y autora de la tesis 'Género y estilos de liderazgo en el gobierno local. Las alcaldesas en España', Juana María Ruiloba, quien sostiene que las estructuras de los partidos políticos echan mano de las mujeres cuando quieren mandar un mensaje «de regeneración y renovación en momentos complicados. Ha ocurrido en Andalucía, estos días en Murcia... es una baza que juegan los partidos», apunta Ruiloba. Si en la Asamblea Regional las mujeres ocupan ya el 40% de los escaños (un avance, si se tiene en cuenta que han doblado porcentaje en los últimos catorce años), el poder local se les sigue resistiendo. Solo siete de las 45 Alcaldías de la Región están en la actualidad en manos de mujeres. El poder municipal, critica la experta, lo siguen copando quienes designan a los cabezas de lista en las candidaturas de cada municipio, las estructuras de los partidos, profundamente masculinizadas.
Los ayuntamientos murcianos son de nuevo un claro exponente de la segregación vertical que mantiene a las mujeres alejadas de la primera fila pero con una presencia intensa en el escalón anterior, con 294 concejalas frente a 423 ediles. El salto, argumenta la consejera de Sanidad y hasta el jueves única mujer del Gobierno regional, Catalina Lorenzo, depende también de ellas. «Cuesta trabajo que acepten. La conciliación es un 'handicap'. Quizá a mí me ha facilitado las cosas el hecho de no tener hijos», admite Lorenzo, convencida de que la mujer, en todos los ámbitos de poder, «tiene que demostrar su valía con más firmeza e intensidad que los hombres. Se nos exige mucho más», reconoce.
Del autofreno que se imponen muchas mujeres, agobiadas por la conciliación imposible en una sociedad que sigue endilgándoles la responsabilidad final de la crianza de los hijos, da fe el recién elegido secretario general de Podemos, Óscar Urralburu. Le está costando, pero no decae en su compromiso, que las listas de su formación para las próximas elecciones autonómicas sean reflejo de la paridad cualitativa y cuantitativa que defiende: 50% hombres y 50% mujeres, y cinco y cinco en los diez primeros puestos de la candidatura. «O hacemos un esfuerzo o somos cómplices», mantiene Urralburu, para quien ese sentimiento de culpa que pesa a muchas al final de la jornada no es innato ni natural: «Es la respuesta psicológica individual a la responsabilidad por el cuidado de los hijos que culturalmente se ha transferido a las mujeres», defiende el candidato de Podemos, tan agobiado por el tiempo que le quitará a sus hijos en los próximos meses como la que más.
El empeño por legislar y articular un entorno más favorable a la conciliación, con horarios racionales, prestaciones y ayudas para el cuidado de los hijos, debe ser, coinciden todos los expertos y afectados, colectivo. De lo contrario, la sobrecarga correrá siempre «a nuestra costa. Todo es base de sacrificar todo lo demás, atender lo principal y dejar de lado lo accesorio», simplifica la magistrada Pilar Alonso.
Un esfuerzo comunitario trabado de salida por el machismo latente que la sociedad insiste en negar y que los poderes públicos redondean convirtiendo un «problema de todos en un problema doméstico, privado de la mujer que ejerce de cuidadora», reivindica la investigadora Gloria Alarcón, para quien el mayor freno a la igualdad efectiva de la mujer son las políticas públicas que, precisamente, diseñan y deciden hombres.
Increpa también a la decisión política la socióloga Alicia Poza, hastiada de que «las estructuras patriarcales y arcaicas de los partidos y gobiernos, donde los hombres se compactan para impedir el paso de las mujeres, corten cualquier avance». Resulta cuando menos llamativo que los recortes más contundentes hayan recaído en prestaciones que beneficiaron, como un espejismo, a la mujer trabajadora. «El retroceso es brutal para todos, pero muy especialmente para las mujeres», se queja la investigadora de la Universidad de Murcia y experta en género Lola Frutos Balibrea, para quien la única solución efectiva pasa por la imposición legal de políticas paritarias que hagan realidad el planteamiento basado en la idea de que «a la mitad de la población le corresponde la mitad del poder».
La falta de medidas de control y de reprobación al incumplimiento de los planes de igualdad impide que la sociedad sea consciente del problema, a juicio de la experta Gloria Alarcón. «Tenemos planes, proyectos, estrategias y medidas, pero no pasa nada si no se cumplen. Eso hace que ni siquiera seamos conscientes de que tenemos un problema no resuelto».
Evidente también incluso en ámbitos laborales como las universidades, donde los avances en las carreras profesionales se miden con parámetros objetivos de mérito y capacidad. El baremo funciona, pero, de nuevo, solo hasta que el escalafón se aproxima al poder. Los equipos rectorales de las tres universidades murcianas son elocuentes: en la de Murcia, solo una vicerrectora, la de Transferencia, Emprendimiento y Empleo, Francisca Tomás. «Al rector Orihuela le hubiera gustado contar con más mujeres, pero es complicado. Implica un sacrificio tremendo, y eso que la universidad es uno de los ámbitos donde más instaurada está la igualdad», defiende. Quizá no tanto: el porcentaje de presencia femenina va marcando una clara curva decreciente según se eleva el escalafón: 60% de profesoras ayudantes, 53% contratadas, 41,6% titulares, y solo un 24,3% de catedráticas. El remedio, a juicio de la directora de la Unidad para la Igualdad de la UMU, Eva María Rubio, «no puede ser a coste prácticamente cero». En cualquier caso, reivindica, «el conjunto del actual equipo de gestión de la universidad alcanza cifras paritarias, a diferencia de situaciones anteriores».
La de la Universidad Católica, Josefina García Lozano, es, hoy por hoy, la primera y única rectora en la historia de la Región. Lo tiene claro: «Es una tarea de todos, pero sobre todo de las mujeres. Tenemos que implicarnos en los puestos de responsabilidad. Estamos preparadas y capacitadas y sabemos hacerlo. Hay que dar el paso».