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Un buceador observa a 'Aguileño' en la piscifactoría de la empresa Culmamur, frente al paraje de Cuatro Calas (Águilas). :: JUAN CARLOS CALVÍN / ANSE
El delfín que eligió vivir con los hombres
Cultura

El delfín que eligió vivir con los hombres

La increíble historia de 'Aguileño', que convivió medio año con los buceadores de una piscifactoríaLa asociación ecologista Anse ayudó al cetáceo a 'emanciparse' del entorno humano porque con sus juegos ponía en peligro a los buceadores

MIGUEL ÁNGEL RUIZ maruiz@laverdad.es

Jueves, 21 de enero 2010, 14:30

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Tenía todo el Mediterráneo por delante, pero prefirió quedarse en Águilas alimentándose junto a una piscifactoría y viviendo entre seres humanos. La historia de 'Aguileño', un delfín mular macho de dos metros y medio de longitud y unos doscientos kilos de peso, es excepcional porque no existe ningún caso documentado en el que un cetáceo haya convivido tanto tiempo con personas en aguas libres -seis meses- ni con un nivel de 'intimidad' tan alto, según explica Pedro García, portavoz de Anse, la organización ecologista que consiguió que 'Aguileño' se 'emancipara' de sus amigos humanos y regresara con los de su especie. El televisivo 'Flipper' de los años 60 es una referencia facilona pero muy realista para asomarse a este relato increíble.

'Aguileño' comenzó a dejarse ver por las instalaciones de Culmamur (frente al paraje de Cuatro Calas, en Águilas) con otros delfines, algo habitual puesto que les resulta fácil alimentarse en las inmediaciones de las granjas de engorde de doradas y lubinas. Pero 'Aguileño' -«todo un personaje», según Pedro García- decidió quedarse cuando la manada siguió su camino. La sombra que los buceadores entreveían en un principio a media agua, cerca de las jaulas, era una presencia cada vez más frecuente y cercana, hasta que el enorme delfín mular -la especie más grande de las que viven en el Mediterráneo- se convirtió en una mascota con la que los trabajadores de la piscifactoría compartían juegos y caricias.

Hasta que las bromas se convirtieron en una práctica de riesgo: la confianza del animal con los buceadores se hizo tan estrecha que trataba de llamar su atención cogiéndoles piernas y brazos con la boca, lo que estuvo a punto de causar algún accidente grave, a veinte metros de profundidad. Fue entonces, después de medio año de convivencia, cuando la empresa acuícola reclamó ayuda al Servicio de Pesca de la Comunidad Autónoma, que a su vez pidió a Anse que interviniera por su gran experiencia en la investigación del comportamiento de los cetáceos.

«Lo más fácil hubiera sido sacar al delfín del agua, porque era como un animal doméstico», recuerda Pedro García, «pero nos planteamos el caso como una oportunidad de aprendizaje, además de garantizar la seguridad de los trabajadores, como es lógico».

«Después de comprobar el comportamiento del animal en unas cuantas inmersiones, decidimos que lo mejor sería evitar el contacto con él, que los buceadores cortaran la relación», explica el veterano ecologista, pionero en el estudio de las poblaciones de cetáceos en las costas de la Región. Finalmente, y después de unas semanas de 'terapia', 'Aguileño' desapareció. Aparentemente, el delfín se despidió de la compañía humana para siempre, pero un mes y medio después regresó. «Estaba lleno de heridas, con mordiscos en las aletas y otras partes del cuerpo», consecuencia del ataque de otros delfines al reintegrarse en su manada o en otra diferente, relata el portavoz de Anse.

El caso es que 'Aguileño' buscó de nuevo el contacto con sus viejos amigos de la piscifactoría, quizá al verse debilitado por las peleas con otros mulares. La empresa se puso de nuevo en contacto con Anse y la 'receta' fue la misma: cero contacto. Así que el delfín se alimentó, se recuperó de sus heridas de batalla y se perdió después aguas adentro. Más tarde fue visto esporádicamente en otra piscifactoría cercana, pero ya no regresó al entorno protector de Cuatro Calas.

La extraña peripecia de 'Aguileño' sucedió entre junio de 2008 y febrero de 2009, y Anse ha decidido hacerla pública ahora, un año después de que fuera visto por última vez, «porque no queríamos que se convirtiera en un circo. Que nadie pensara que puede bañarse con delfines como si tal cosa, porque se trata de animales salvajes con una fuerza enorme. Salvando las distancias, es como si te fueras a Canadá y te pusieras a jugar con un oso». Pedro García recuerda en este punto el fallecimiento de una turista alemana en Canarias, hace unos años, mientras se bañaba con delfines. La ley, además, prohíbe estas prácticas de riesgo: hay un decreto sobre avistamiento de cetáceos que establece las distancias mínimas que deben guardarse.

«Abría la boca frente a ti»

Un año después de haber mantenido el último contacto con 'Aguileño', Pedro García aún recuerda el impacto que le produjo el comportamiento de este enorme macho de delfín mular, «que de repente nadaba hasta ti, abría la boca y se ponía a emitir sonidos». Y todavía se sorprende con la evidencia de que 'Aguileño' experimentara un cambio tan importante en su comportamiento: «El delfín tuvo contacto con otros mulares durante todo ese tiempo, pero no quiso volver con ellos hasta que los buceadores le dieron la espalda. Esto lo sabemos porque el 50% del tiempo que tuvimos el hidrófono en el agua detectamos la presencia de más delfines».

Según asegura Pedro García, no hay constancia en España de un caso tan extremo en las relaciones entre cetáceos y hombres. Los más parecidos son los de 'Paquito', un delfín que vivió seis años en la bahía de La Concha (San Sebastián) entre 1998 y 2004, nadando entre los barcos; y el de 'Gaspar', que frecuentó la ría de Vigo hace un par de años y llegó a contactar físicamente con buceadores. Pero en ninguno de los casos se produjo una convivencia tan estrecha.

Las explotaciones acuícolas de la Región conocen ya las pautas de comportamiento que deben seguir por si se produce un caso parecido: evitar el contacto y avisar al Servicio de Pesca de la Comunidad o a la Asociación de Naturalistas del Sureste (Anse). Pedro García destaca la actitud «magnífica» de los buceadores, «muy buenos profesionales» que han comprendido que somos los humanos quienes, en realidad, invadimos el medio vital de los animales salvajes con nuestras actividades industriales o recreativas.

«¿Que dónde estará ahora 'Aguileño'? Quiero pensar que en alguna de las manadas que frecuentan esa zona. La última vez que lo vimos se le estaban curando las heridas, pescaba y se mostraba ágil. Sería bonito que no hubiese muerto», piensa en voz alta Pedro García sobre el delfín que quiso ser amigo de los hombres.

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