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OCTAVIO DE JUAN
Martes, 10 de noviembre 2009, 01:34
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La Sinfónica se ha ido nada menos que a la guerra de Troya, a través de la evocación sonora de uno de sus principales personajes debida al cartagenero Manuel Manrique de Lara, para abrir su nueva temporada de conciertos, que promete ofrecer muy sustanciosos presentes. Y ha hecho muy bien nuestro conjunto sinfónico en hacerlo de esta manera, porque era un deber dar a conocer la obra de este ilustre cartagenero, mitad músico, mitad soldado, del que sabíamos más de sus hazañas militares que de las artísticas. Y lo cierto es que de ningún modo nos hemos vistos decepcionados por estas últimas, por cuanto podríamos calificar esta obertura al modo dorsiano de obra bien hecha, en la que, con arreglo a la reconvenciones de su tiempo, todo está encajado en su sitio. Los temas se oyen con agrado, los desarrollos son nítidos y proporcionados, mientras en la instrumentación se echa de ver, o, más propiamente, de escuchar, la mano maestra de Ruperto Chapí, para que el acoso wagneriano del momento no se note en demasía y tenga un punto de españolidad.
Inmediatamente después, la Orquesta sacó una de sus mejores armas, cual es su maleabilidad para acompañar. En este caso eran dos los acompañados, puesto que se trataba del dúo de los hermanos Víctor y Luis del Valle, para brindar un trabajo modélico en el pintoresco y atractivo de Francis Poulenc, que ya le teníamos escuchado al mismo conjunto hace algún tiempo. Y acaso fuera esa familiaridad la que proporcionó el ambiente ideal para que pudiera lucirse al máximo la inmaculada versión que nos brindaron estos dos magníficos artistas malagueños, quienes se vieron obligados a ofrecer fuera de programa una no menos espléndida versión a dos pianos de una de las famosas danzas de de Falla.
Respecto a la de Tchaikovsky que ocupaba, naturalmente, toda la segunda parte, se puede afirmar que nuestros músicos superaron el mayor peligro que les acechaba, que no era otro que el haberla escuchado hacía muy pocas jornadas antes a la extraordinaria Staatskapelle de Dresde. A pesar de la inmisericorde y habitual contundencia del metal y de un discurso que en momentos adolecía de una mayor elaboración, podríamos corroborar que componentes y maestro salieron más que airosos de tan comprometido lance, y que el éxito redondeó la sesión.
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