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Aspecto que presentaba el convento en 1976, cuando comenzó su ruina.
El convento que se derrumbó ante nuestros ojos
La Murcia que no vemos

El convento que se derrumbó ante nuestros ojos

El monasterio de San Antonio, en pleno corazón de la ciudad, sucumbió por desidia hace tres décadas

ANTONIO BOTÍAS

Domingo, 25 de octubre 2009, 12:13

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Si se hubieran apilado junto a los muros del convento de San Antonio los informes, contrainformes, denuncias, decretos y sentencias que provocó el edificio se hubiera evitado, con semejante contrapeso, su ruina total. Porque ésta no fue provocada por guerras o asaltos, ni tampoco por turbamultas enajenadas o calamidades naturales. Lo que destruyó el convento fue la dejadez de la administración y del entorno de la propia congregación que lo habitaba. Unos y otros abandonaron a su suerte el espléndido complejo del siglo XVII. Ahora, con la recuperación del remoto obrador de San Antonio, muchos recuerdan el antiguo monasterio, del que aún se conserva la iglesia en pleno corazón de la ciudad.

En 1497, el Pontífice Alejandro VI, el legendario Papa Borgia, firmó una Bula que reconocía la existencia del convento y establecía que las hermanas acogidas en Murcia a la Orden de San Francisco -entonces alojadas en alguna casa bajo el apoyo económico de bienhechores- quedaran bajo la tutela del obispo diocesano. Arrancaba así la historia de una orden que permanecería en el corazón de la ciudad durante siglos. En la segunda mitad del siglo XVI comenzarían las obras del convento, que fueron acababas un siglo más tarde. Fue entonces cuando se produjo el supuesto milagro del santo de Padua durante la epidemia de peste de 1648.

Murcia se volcó en la celebración de rogativas remotas, organizando procesiones de luto y penitencia que, en muchos casos, provocaron más contagios. Todos los esfuerzos fueron en vano hasta que, el día de San Antonio, sacaron la talla en procesión por las calles.

Cuentan los cronistas que muchos enfermos, con sólo acercarse a las ventanas para ver pasar al santo, sanaban al instante y que aquel día no se produjo muerte alguna. Así que al año siguiente, en acción de gracias, el Concejo se propuso cumplir un voto en la iglesia de San Antonio, que se repetiría cada 13 de junio y, de paso, ofrecer una limosna a la congregación. Esta costumbre aún perdura en el monasterio de Algezares, donde en la actualidad vive la comunidad concepcionista. La destrucción del antiguo convento se inició en 1972, cuando se hundió una parte del tejado situado sobre el coro de la iglesia. Las religiosas se trasladaron entonces al Monasterio de Los Jerónimos y promovieron ante el Ayuntamiento de Murcia un expediente de ruina que, en apenas un mes, fue tramitado. El arquitecto municipal advertía de que el edificio era «una ruina sin posible consolidación».

Las hermanas intentaron que se declarara la ruina inminente del edificio para desalojar las tiendas ubicadas en varias de las fachadas del monasterio. Pero no lo lograron y el caso llegó a los tribunales. En 1976, el Tribunal Supremo resolvía que la ruina «no es inminente». Sin embargo, comenzaron a sucederse los derribos y se produjeron nuevas denuncias. La superiora reconocería la ilegalidad de aquellos ataques al patrimonio, aunque justificó su proceder porque no tenía costumbre de solicitar licencia «en obras que no afecten al exterior del edificio».

A partir de aquel instante, la desolación se apropió del monumento. El desplome del tejado causó la destrucción de las columnas del claustro, las zapatas de madera labrada, las rejas de hierro forjado y las puertas de cuarterones. Un desastre. Un informe destacó que los daños provocarían el hundimiento de las bóvedas. Y nadie hacía nada. Entretanto, otros vecinos denunciaron la salida de obras de arte del recinto, aunque la superiora aseguró desconocer este extremo, «porque allí no quedaba casi nada». Hubo quien aseguró que estas obras de incalculable valor fueron trasladadas a la casa central de la orden, en Benisa. Después, el edificio sería adquirido por una cooperativa de viviendas, cuyos miembros se comprometieron a restaurar la iglesia. Hoy es lo único que queda del complejo monástico.

Fue el diario el que denunció tanto atropello hasta el último capítulo en la historia del convento. En 1978 se descubrió un cementerio subterráneo, debajo del templo, «con señales inequívocas de saqueo: Una treintena de nichos, con restos humanos, trozos de hábitos, zapatillas y hasta manojos de cabellos». El redactor ya advertía del estado del monasterio: «Del convento ya no queda nada. En el solar, ratas y excrementos».

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