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Moss se lamenta tras la goleada. / EFE
España golea en un partido sin enemigo (0-5)
FÚTBOL

España golea en un partido sin enemigo (0-5)

Supera a Nueva Zelanda con tres goles de Torres en su debut en la Copa Confederaciones

IGNACIO TYLKO

Lunes, 15 de junio 2009, 11:45

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España disfrutó de una noche plácida en la ciudad del descanso. La cita en familia ante los amigos neozelandeses se convirtió enseguida en un atracón de kiwis que sirve como laxante para Fernando Torres, autor de un con más facilidad aún de la que gozó su socio Villa en el amistoso de Azerbaiyán. Un arranque soñado en la primera Copa Confederaciones de los intratables reyes de Europa que tampoco debería desatar la euforia.

Si los italianos se tomaron en serio el bolo de Pretoria ante los y fueron por detrás hasta en tres ocasiones, España podría concluir que pasará por encima de los campeones del mundo si se los cruza en semis o en la final. Sería un craso error. Los silogismos suelen pelearse con la lógica en el fútbol. De rondos como el de Rustemburgo no conviene tampoco extraer grandes conclusiones porque no hay enemigo. Los neozelandeses pueden presumir de ser los más altos del campeonato (1,85 de media les contempla), pero también los más inocentes. Como el fútbol se juega con los pies y la depurada técnica se impone al físico, España fue Goliat y Nueva Zelanda, David.

Las combinaciones de España desnudan a cualquiera, pero halló unas facilidades inimaginables. Dejaron darse la vuelta a delanteros como Villa y Torres cerca del área, no presionaron en el centro del campo, adelantaron a destiempo la defensa... Fueron hermanitas de la caridad. Seguramente, hasta los , esos ogros del rugby que tienen por compatriotas, hubieran hecho mejor papel jugando al fútbol ante España.

Cuchillo en mantequilla

El duelo, por llamarlo de alguna manera, duró poco más de lo que se tarda en poner la mesa para la merienda. Del Bosque distribuyó a los suyos como más o menos se esperaba, ya que Cesc se escoró más a la derecha que Xavi, y evitó forzar de inicio a Piqué y Silva porque las lesiones musculares son traicioneras. Todo salió a pedir de boca. Les explicó en la víspera que el ariete del Liverpool podría penetrar entre la zaga oceánica como cuchillo en mantequilla, y acertó de pleno.

El Niño tenía ganas de reivindicarse. Se habla hasta la saciedad de Cristiano Ronaldo, también de Villa, y él aguardaba en un discreto segundo plano. Pero es el tercer mejor jugador del fútbol, según las últimas votaciones para el Balón de Oro y el FIFA World Player, y quería acreditarlo. Marcó el gol que valió el título europeo ante Alemania y en Suráfrica puede emular a grandes como Romario, Ronaldinho, Henry y Adriano, todos ellos pichichis de este torneo que descubre las enormes carencias entre los continentes. Al menos en fútbol, Europa es de primera y Oceanía de quinta.

Torres abrió el partido tras conectar con Fábregas, dispuesto a crecer al fin con la selección ahora que no está Iniesta. Recibió el madrileño sin oposición, se orientó y la clavó de rosca desde el borde del área. Ni un entrenamiento se lo ponen tan fácil. La forma de celebrar el tanto demostró que España está enchufada, con hambre de más títulos. Daba igual que fuera sólo un cómodo estreno. Todos al suelo, como de una final en disputa. Poco después, la cambió de primera con el interior, tras pase de Villa. A continuación, se elevó para cabecear un medido centro de Capdevila. Todo en apenas un cuarto de hora. Tremendo.

El partido estaba resuelto y España pensó en el futuro, en no desgastarse. Minutos para Cazorla y Silva. Pueden ser necesarios. Jugó con máxima deportividad, sin pisar el acelerador, sin querer humillar a los pupilos de Ricki Herbert, que por algo firmaban en la víspera llevarse menos de cuatro. Llegaron dos goles más pero porque no había más remedio, no porque la selección forzase la máquina. Anotó el cuarto Cesc a los 24 minutos y el quinto Villa en el arranque de la segunda parte. Suma 29 e iguala a Hierro. Sólo le queda muy por delante Raúl (44). La patada al aire del `vigilante neozelandés en el despeje definió el encuentro de la desigualdad.

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