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Roselyn Ortega, Dalva César y Abdul Majeed, en la redacción de . / MARTÍNEZ BUESO
Vidas más allá del tópico
REGIÓN MURCIA

Vidas más allá del tópico

Tres inmigrantes abordan hoy, en el Día Internacional de las Migraciones, los retos y problemas a que se enfrentan en la Región

J. P. PARRA

Jueves, 18 de diciembre 2008, 02:46

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Rosalyn Ortega y Dalva César (Bolivia) y Abdul Majeed (Ghana) no están aquí para lamentarse -aunque sus vidas no han sido fáciles- ni para quejarse por los obstáculos que se han encontrado en el camino, y a los que todavía siguen enfrentándose. Al contrario, están ilusionados con su vida en Murcia y ansiosos por participar en esta sociedad. Hoy se celebra el Día Internacional de las Migraciones, y estos tres inmigrantes acuden a su cita con este reportaje con un deseo común: «Por favor, superemos los tópicos». Rosalyn es empleada del hogar. Dalva es autónoma y regenta un pequeño comercio en el barrio de Santa María de Gracia. Abdul es víctima de la crisis y está en el paro desde hace un mes. Los tres son trabajadores a los que sólo el color de la piel y el acento de su voz distingue de cualquier otro ciudadano de la Región.

Abdul Majeed -sus amigos lo llaman Suam- abre el fuego de la conversación. Ahora habla español perfectamente, pero cuando llegó a Melilla hace once años «no sabía ni lo que significaba la palabra hola». De España sólo conocía «al Real Madrid y al Barça», pero este país le atrajo por ser la puerta de Europa y por «los reportajes que salían en la televisión». Tenía 18 años recién cumplidos, y después de dar varias vueltas por Málaga y Madrid aterrizó en Murcia. Aquí se enfrentó a uno de los grandes problemas con que se encuentran los inmigrantes que llegan a la Región: dar con una vivienda en condiciones dignas.

EL ACCESO A LA VIVIENDA

«Empecé a vivir en un almacén abandonado de Torre Pacheco ocupado por 300 personas. Había marroquíes, senegaleses, de todo... No había baños y las condiciones higiénicas eran pésimas». Abdul trabajaba por entonces en el campo, pero tenía claro que prefería residir en Murcia. Así que empezó a buscar un piso de alquiler. «Fue muy complicado; en cuanto los caseros se enteraban de que era extranjero me decían que la vivienda ya estaba alquilada». Tuvo que intervenir un amigo español para que por fin alguien le abriese las puertas. Ahora, después de diez años trabajando, los ahorros le han permitido comprar un piso. Como tantos otros, españoles o inmigrantes, lleva su hipoteca como puede.

Para Dalva César la búsqueda de piso fue mucho más fácil. «Tuvimos mucha suerte. Vi un apartamento que me encantó, pero me pedían una fianza y un pago por adelantado. Era más dinero del que yo podía dar en ese momento, pero los caseros, una pareja de personas mayores, me dijeron que no me preocupara, que me lo alquilaban pese a todo». Ahora vive en otro piso, también de alquiler, pero con derecho a compra.

REAGRUPACIÓN FAMILIAR

Para Dalva, lo más duro fue la separación que sufrió su familia. «Vine a España, yo sola, hace cinco años. Conocía a una amiga en Valladolid, pero finalmente me quedé en Murcia. A los tres meses vino mi marido, y dejamos a mis dos hijos con los abuelos en Bolivia. El pequeño tenía apenas ocho meses. Sólo una madre puede comprender lo que se siente en una situación así». Al año y poco, Dalva no pudo más. «Decidimos que debíamos traerlos, aunque fuese complicado. El pequeño tenía ya dos años, y no nos conocía cuando llegó». Sonríe al recordar como «en sólo un mes empezó a llamarme mamá».

Rosalyn Ortega también vivió la separación de la familia. Sus padres vinieron a España cuando ella tenía 22 años. Se quedó en Bolivia «haciendo de madre de mi hermano pequeño, que tenía sólo 12 años». A los dos años, «nos planteamos que no podíamos seguir así; me quedaba sólo un curso para terminar la universidad, pero tuve que tomar una decisión y mi prioridad fue reunirme con mis padres».

Tanto Dalva como Rosalyn disfrutan ahora de toda la familia en casa. No es el caso de Abdul. Vino sólo, y se echó una novia española. «Todo el mundo nos miraba, era una época en la que la gente todavía no estaba acostumbrada». Después rompieron. En el 2002 conoció a la que ahora es su esposa, una mujer de su país, Ghana, con la que se casó hace más de dos años. Todavía no ha podido traerla a Murcia. «Solicité la reagrupación familiar, pero la rechazaron», cuenta mientras la voz se le rompe por un momento. Pronto recupera la compostura. «Ella está ahora estudiando para matrona. Si cuando termine no puede venir a España, regresaré yo a casa».

LA CRISIS

Abdul está pensando seriamente en el retorno. Es uno más de los centenares de inmigrantes que se han ido al paro por culpa de la crisis. Hasta hace un mes trabajaba en una empresa de plásticos. Ahora, reparte su curriculum allá donde va. Sabe cuatro idiomas (inglés, que es el idioma oficial de su país, francés, árabe y español). También domina la informática. «Todo el mundo da por hecho que un inmigrante no está cualificado, pero no es así».

Dalva César también está sufriendo el parón económico en su tienda de ropa y complementos de Santa María de Gracia, que abrió el año pasado. «Se vende menos, eso está claro». Pese al mal momento, está ilusionada con su nuevo proyecto como autónoma. No ha tenido especiales inconvenientes para abrir su negocio por el hecho de ser inmigrante. «El único problema es la renovación de los permisos de residencia y trabajo, que se alargan mucho».

Mientras, Rosalyn Ortega mantiene de momento su puesto de trabajo. «Llevo dos años empleada en una casa, de externa, y por ahora todo va bien, pero tengo muchas amigas a las que les están ofreciendo contratos de sólo 400 o 500 euros al mes para trabajar como internas de lunes a sábado».

CONVIVENCIA

Las últimas encuestas demuestran que el racismo crece en España, y de forma especialmente peligrosa entre los estudiantes. «¿Qué podemos esperar si los políticos manejan la inmigración como algo negativo?», se pregunta Dalva. «Es un discurso muy fácil para ellos, mucho más que aportar propuestas para arreglar las cosas. Pero claro, los políticos de Murcia, los concejales de aquí, no saben lo que significa vivir con carencias. No conocen la realidad». Para los inmigrantes, el derecho al voto en las elecciones municipales es una reivindicación básica, porque aunque gozan de derechos sociales, a la par que pagan sus impuestos y cotizan, siguen situados un escalón por debajo del resto de ciudadanos.

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