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El alcalde hace entrega al escultor Campillo del título de Hijo Predilecto. / M. BUESO
«No hay palabras ni escultura que puedan definir mi emoción»
MURCIA

«No hay palabras ni escultura que puedan definir mi emoción»

El artista Antonio Campillo recibe el título de Hijo Predilecto en un salón de plenos repleto de amigos y familiares

M. DE LA VIEJA

Miércoles, 19 de noviembre 2008, 10:20

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«No hay palabras ni escultura que puedan definir mi emoción». Con estas sentidas palabras, el escultor Antonio Campillo daba las gracias ayer por el nombramiento de Hijo Predilecto de Murcia. El artista hizo su entrada al salón de plenos del brazo de Marisol Meroño, esposa del alcalde Miguel Ángel Cámara, que les daba escolta junto a la concejal de Cultura Fátima Barnuevo. Numerosas personalidades de la ciudad arroparon el acto, mostrando su cariño y admiración por el homenajeado.

Entre los asistentes estaba el delegado del Gobierno, Rafael González Tovar, el vicepresidente de la Asamblea Regional, el cuerpo consular, representantes de los festejos de Moros y Cristianos, y del Bando de la Huerta, de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, miembros de la Academia de Bellas Artes, el director del Almudí, Martín Páez, el presidente de la ONCE, el ex alcalde de Ceutí Manuel Huertano y numerosos miembros de la corporación.

Fátima Barnuevo, como instructora del expediente, dio lectura a los acuerdos municipales aprobados por unanimidad en el Pleno del pasado 31 de enero, por el que se iniciaba la oportuna tramitación del expediente para el nombramiento de Antonio Campillo, como Hijo Predilecto de Murcia, en reconocimiento a sus múltiples méritos.

Tras las palabras del alcalde, en las que resaltó las cualidades humanas y profesionales del homenajeado, le entregó el título entre aplausos de los presentes.

Antonio Campillo intervino para manifestar su agradecimiento y su alegría: «Espero que se me encienda la bombilla de mi cerebro para dar con las palabras adecuadas, que expresen mi emoción por sentarme hoy aquí y por recibir un título tan entrañable».

Rememoró su vida en Córdoba y en Madrid, siempre añorando su tierra, a la que volvía con puntualidad en Navidad y en Semana Santa, para ver las procesiones. «Sólo un año no pude venir a ver los Salzillos en la mañana de Viernes Santo, puse la radio en mi estudio madrileño y una voz estaba narrando el paso de los tronos de la cofradía de Jesús por Belluga. Un enorme nudo me atenazó la garganta, y puede que algunas lágrimas resbalaran de mis ojos».

Destacó que «he procurado ser generoso como mi tierra, y al igual que Alfonso X dejó sus entrañas para la ciudad, yo le he dejado parte de mi obra, porque mi corazón se rompió en esta tierra y ahora llevo uno de hojalata».

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