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EN EL TALLER. Juan Antonio Griñán /LA VERDAD.
«Antes, en el Entierro de la Sardina, medallones y regalos eran de barro»
JUAN ANTONIO GRIÑÁN ALFARERO-BELENISTA A salto de mata

«Antes, en el Entierro de la Sardina, medallones y regalos eran de barro»

«De 'El picador', de Antonio Campillo, hemos hecho varias pruebas en color y la que más ha gustado ha sido la de terracota»

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Miércoles, 3 de septiembre 2008, 02:27

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Su ida es una auténtica historia de alfarero-belenista. Empezó con nueve años en en el taller de don Antonio Galán Rex, el local donde ganó sus primeros céntimos. Hacia aquellas imágenes en barro cocido que los hileros cambiaban por alpargatas, ropa vieja, alambres... Luego, trabajó en una empresa grande del Camino de Algezares, hasta que cesó en su actividad. Desde entonces, el taller de alfarería de los hermanos Griñán, en Puente Tocinos, ha sido un referente clásico en cuestión de belenes. Ahora acaba de hacer miles de copias del Picador, original de Antonio Campillo, que el ayuntamiento de la capital repartirá hoy gratuitamente, con motivo d ela Feria de Septiembre. Juan Antonio Griñán, a sus 74 años, frecuentemente retorna a su empresa, porque no puede estar todo el día sin hacer nada. Eso sí: los martes juega al fútbol y, al finalizar el encuentro, para demostrar su forma física, se atreve a hacer el pino. Increíble, pero cierto.

- ¿Qué pretendía al iniciar esta aventura de la alfarería? ¿Quería hacerse rico, famoso...?

- Creo que lo que hemos hecho: una especie de cultura en torno al belén, con todos los modelos que solamente tengo yo. Esa creatividad sí me ha dado, como se dice, salud en el oficio.

- ¿Por qué solo belenes?

- He hecho otras imágenes religiosas, en torno a la vida y pasión de Jesús, que he tenido algunos años, y que se han expuesto en Murcia y Madrid. Hasta que este año surgió un señor que quería hacer un regalo y me las compró. Ahora están en la iglesia de Sucina. Son piezas únicas.

- ¿Y por qué usted no ha sido escultor?

- Nunca me lo he planteado. El escultor nace para eso y luego se perfecciona. Lo que me ha atraído han sido estas piezas pequeñas que tengo aquí. Pero para ser escultor hay que nacer.

- ¿Cuantas piezas han pasado por sus manos?

-Yo creo que son incalculables. Si hemos hecho unos cinco mil nacimientos, multiplique por el número de figuras que cada uno de ello contiene y se entenderá por qué digo lo de incalculables.

- ¿Todos del mismo tamaño, iguales, parecidos...?

- ¿Qué va! Hay de muchos tamaños. Pueden elegirse los que se quieran. Esto es una complicación para el que viene dispuesto a hacer una compra para regalar. Cuando ve todos los modelos, se ofusca y ya no sabe cual regalar. Es que cada belén lleva distintas decoraciones. Pueden parecer los mismos pero no lo son.

- ¿Estos cambios le ha supuesto excesivo trabajo?

- La verdad es que una vez que se ha hecho el modelo y se ha fundido en el molde, luego se reproduce lo mismo para uno que para otro; pero iniciar los distintos tamaños, sí da trabajo. Hay que tener en cuenta que hay belenes de cuarenta centímetros y hay piezas que son únicas, por lo que hay que diseñar modelos únicos.

- ¿Al margen de belenes, no se ha atrevido a hacer otras cosas?

- Es que han surgido muchos cambios. Antes, llegaban las Fiestas de Primavera, y los medallones y regalos para el Entierro de la Sardina que se hacían eran de barro. Se encarecen mucho, y como el plástico es muy barato, ahora todo es a base de plástico. También hacíamos imágenes de Inma Vila, de Jorge Negrete, de Cantinflas... Era lo que se estilaba en el buen hacer y en el buen comprender de la gente. Se hacían caballicos, niñicos y santos para que los vistieran las nilñas.

- ¿Y qué me dice del picador de Antonio Campillo?

- Está muy bien. Para no desmerecer el original, se han hecho tres vaciados, hasta que hemos visto cual era el más idóneo. También, cuatro o cinco pruebas en colores, y la que más ha gustado ha sido la de terracota. Es lo mejor, porque usamos buena tierra, como la que hay en Murcia. Yo recuerdo una riada en se anegó el Parque de Ruiz Hidalgo. Luego, cuando se consumía el agua, quedaba hecha lonchas, resquebrajada por el sol. Íbamos a llevarla en carretones a los talleres, para realizar figuras, una vez que le quitábamos el chinarro.

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