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«Que nadie dé la final por perdida»
Baloncesto

«Que nadie dé la final por perdida»

Aíto está convencido de que España tiene alguna opción, «por pequeña que sea», ante EE UU

J. GÓMEZ PEÑA

Sábado, 23 de agosto 2008, 03:18

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Cuando el 'Olympic Basketball Gymnasium' aún está casi vacío, aparece Gasol. Engrasa rodillas y tobillos. Para estirarse se mueve como un robot. El hábito. Luego vienen los demás. Y los lituanos, que van directos a la canasta. Rondo, tiro y a machacar. Los españoles se detienen un momento, se juntan. En corro. Como una melé de rubby. Así, anudados por los hombros, comienzan a dar pequeños brincos. Y se les oye: «Que bote, que bote, que bote mi...». Lo que bota empieza por 'ci', cuelga y rima con 'te'. Es su grito de guerra en Pekín.

Lo repitieron dos horas y pico después, justo tras batir a Lituania. «Que bote, que bote...». Era ya un grupo liberado. Ya estaban donde se les esperaba: en la final olímpica, el ansia de toda una generación de aficionados que en el verano de 1984 madrugaron para ver a Margall, Epi, Corbalán y demás frente a Jordan y Ewing. Aquélla, la primera final olímpica del baloncesto español, se afrontó casi con la sentencia en la mano. Fueron ejecutados. Mañana es la segunda oportunidad. «Que nadie la dé por perdida», avisa Aíto García Reneses, el seleccionador. «No volverá a pasar lo de partido anterior (fase previa de estos Juegos) ante Estados Unidos». Esa paliza: 82-119.

El pasillo de vuelta de la cancha al vestuario es una ovación. España jugará ante los chicos de la NBA, Kobe Bryant y Lebron James. Uno de los momentos cumbre de los Juegos. Pasa Jiménez, de los más certeros ayer. «¿Vamos, vamos, Podemos!».Vienen los cuatro metros pasados de la familia Gasol, Marc y Pau. Lo mismo. Cruzan palmas con los periodistas.

Ricky Rubio se para. Y habla. Tiene de qué: de jugar una final olímpica con 17 años. La respuesta sobre eso talla su mentalidad: «He llegado pronto, pero puede ser una ocasión única». Es la primera y la disputará como si fuera la última. «A España esto sólo le ha pasado una vez», recuerda. En 1984. A él se lo han contado. Nació seis años después. Por edad, los de Pekín no eran sus Juegos. Está aquí por talento. Ayer le tocó medirse al mejor de Lituania, el viejo Jasikevicius. «Es díficil pararle». Los problemas físicos de Calderón le alinearán también mañana ante James y Bryant. Las máquinas con muelles de la NBA.

«Recompensa»

«Espero que les piten los 'pasos' que hacen», cargó García Reneses. Pide un arbitraje europeo. No quiere que Lebron James coja carrera. «Si le dejas hacer pasos en el medio de la cancha, se lanza y a ver quién le para». Teme que la final se convierta en un rodeo si no se cumple la ley. Aunque no será como en la fase previa: «Estoy seguro de que no se repetirá lo del partido anterior. Jugamos muy mal. No daremos otra vez esa imagen». El técnico no renuncia. «Tenemos pocas opciones, pero, por pequeñas que sean, las tenemos». Para su equipo, es un «orgullo» y una «recompensa» alcanzar ese último partido. «Saldremos a morir, a ganar», azuzó.

Y no perdió el tiempo. Cuando llegó al vestuario halló «euforia». Su equipo se había quitado un peso de encima. Son los campeones del mundo. La presión es la tasa del éxito. Ahora jugarán la final desatados. Al entrar, Reneses reunió a los suyos. Bajaron los gritos. Todo oídos. Les habló de los problemas detectados para ganar a Lituania. «Lo hemos analizado». En caliente. Sin perder un segundo. Sin tiempo muerto. «Lo mejor del partido ha sido que nunca hemos dejado de tener ganas de ganar». El baloncesto es un deporte cargado de esquemas y automatismos. «Hemos aprendido de nuestros errores en el primer partido con los americanos. Nos hemos 'quedado' con las jugadas que les salieron bien», apunta Ricky Rubio.

El base adolescente venía, como el resto de la selección, de sufrir ante Lituania. Sólo a 19 segundos para el final los del banquillo se atrevieron a abrazarse. El acierto en un par de tiros libres de Jiménez cerró los puños de Gasol, que esperaba en su zona. El bocinazo les lanzó a todos al centro de la cancha. A la final, como en aquella madrugada de 1984.

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