Un cura salió volando y nunca más se supo
ANTONIO ARCO
Domingo, 27 de abril 2008, 04:11
Si se encuentra usted con un cura volando no dé por hecho que ya ha llegado el fin del mundo, que es momento de que deje de beber, que la tensión y la mala vida se le han disparado sin control, que maldita sea su suerte o que ya va necesitando unas vacaciones, a ser posible lo más lejos de su familia y/o compañeros de trabajo; no, no pierda la calma, la sangre fría y la fe para creer sin ver, porque puede que lo que usted está viendo en esos mismísimos momentos de sorpresa sea al cura brasileño Adelir Antonio de Carli volando por las nubes, volando vivo o muerto, resucitado o en sueños.
Al cura volador dándose una última vuelta por la Tierra antes de quedarse, ya para siempre, en los cielos. A Adelir Antonio de Carli no se le ocurrió otra cosa, a sus 41 años recién cumplidos, que ponerse a jugar con globos, a jugar con la suerte y a jugarse la vida, porque este cura brasileño de buenas intenciones, y malas ideas, se tomó muy en serio su vocación de ayudar al prójimo y, en broma, los peligros que encierra el eterno sueño de volar sin alas, de volar sin red y de hacer saltar por los aires tantas miserias humanas.
Así es que el cura aventurero que se ha tragado la Tierra, se han tragado los cielos y ha dejado helados a sus feligreses de la ciudad portuaria de Paranaguá, con sabor a Brasil, se fue. Salió volando por los aires, gracias a un montón de globos de colores, de globos de fiesta, de globos como los que se usan para celebrar los cumpleaños que él ya no volverá a festejar, y se perdió en el mar. Un montón de globos rebosantes de helio y de ganas de recorrer las alturas han sido su última compañía en la despedida de este mundo, que él quiso contribuir, ya se ha visto que de una forma demasiado arriesgada, a mejorar. Voló sobre el Océano Atlántico y, si te he visto, no me he acuerdo; adiós con el corazón y hasta luego, Lucas.
Adelir Antonio de Carli quería superar la marca de 19 horas de vuelo con globos de fiesta para conseguir el dinero con el que poder levantar sobre la tierra que pisamos un lugar destinado al descanso espiritual de los camioneros de Paranaguá, que viven demasiadas horas pegados al volante y a la soledad de las carreteras. Pero nada se sabe de él, ha desaparecido de entre los vivos como hace ya más de 60 años lo hizo, a bordo de su legendario avión Lightning P-38 el escritor francés Antoine Saint-Exupéry, padre de El principito. Desapareció y, durante años, se especuló sobre los motivos de este adiós: ¿Se suicidó?, ¿lo derribaron en combate?, ¿fue un accidente? Su cuerpo no ha sido hallado, y de su alma tampoco se sabe nada. No hace mucho, el piloto alemán Horts Rippert ha confesado que derribó al escritor con un caza M-109. ¿Sabremos algún día lo que le ha pasado al cura volador de Brasil?
Volar encierra peligros, incluso para los escritores famosos y los curas comprometidos con el Evangelio, que nada tienen que ver con esos otros -¿Dios!- que toleraron, por ejemplo, los conocidos como vuelos de la muerte que tuvieron lugar durante la dictadura argentina de 1976 a 1983, un tiempo en el que 4.000 disidentes fueron eliminados siendo arrojados al mar, desde 2.000 metros de altura y sedados con anestesia, por militares a las órdenes del almirante Massera.
Ya es famosa, por repugnante, la frase con la que estos curas navales consolaban a los verdugos: «Han cumplido con el precepto bíblico de eliminar la hierba mala del trigal». A veces dan ganas de pisarle el cuello a algunos, y otras de salir volando o de ver volar el mar, como le gustaba decir a Edmond Jabés, desde el confín del mundo.