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CASTIGO DEL REINO. El general Soult permitió cualquier tipo de pillaje de sus tropas / LA VERDAD
Al grito de «¿mueran los franceses!»
Cultura

Al grito de «¿mueran los franceses!»

Sobre cómo vivió el Reino de Murcia la Guerra de la Independencia, y de cómo sufrieron sus habitantes saqueos y humillaciones. Aquí están los héroes y los personajes

S. G.

Domingo, 27 de abril 2008, 04:09

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Cuentan las historias que la jornada del 2 de mayo de 1808 «prendió la pólvora de la indignación en todas las ciudades españolas; unas antes, otras después, todas se alzaron contra el enemigo común: el Ejército francés». En Murcia, al conocerse, el día 24 de mayo, la abdicación de Fernando VII en Bayona, los vecinos se lanzaron a la calle en actitud amenazadora y dando vivas al Rey. Incluso los internos del seminario de San Fulgencio se unieron al pueblo al grito de «¿mueran los franceses!», e «irrumpieron en las calles, azuzados por el frenesí patriótico».

Aquellos gritos también se extendieron con rapidez y «numerosos corrillos rebosantes de gente obstruían las plazas y calles principales de los pueblos de mayor importancia, donde se comentaba, en voz alta o baja, según se hallaran o no libres de franceses las noticias llegadas desde Madrid». Así lo cuenta Baldomero Díez y Lozano, en su opúsculo La ciudad de murcia en la Guerra de la Independencia.

Murcia fue la primera ciudad de España que lanzó la idea de constituir una Junta Central, que aglutinara las iniciativas de las juntas provinciales. La de Murcia estuvo presidida por el conde de Floridablanca, que había llegado a la ciudad desde su destierro en Pamplona. En una proclama dirigida a las provincias y ciudades españolas se decía: «Hagámonos grandes (...). Formemos un gobierno sólido». Fueron varios los manifiestos antes de llegar a la creación de esa junta central, que ya funcionó en Sevilla, también presidida por Floridablanca y con Martín de Garay como secretario.

Pero, aún así, el Reino de Murcia no se vio sometido a la invasión y saqueo de las tropas francesas hasta abril de 1910, aunque sí hubo de cooperar con ayudas para abastecer a las tropas españolas o para asistir a soldados heridos. El Reino de Murcia era, pues, una tierra sometida a los avatares indirectos de la guerra, hasta que, a primeros de enero de 1910, llegaban las noticias de que se aproximaba la invasión francesa desde Granada. Cartagena se aprestó a tomar una serie de medidas, como el traslado de toda la pólvora existente a los buques anclados en el puerto, revisar la defensa de sus murallas y castillos o derribar «todas las casas que se encuentren en la parte de levante del castillo de los Moros».

Las refriegas entre tropas francesas y guerrilleros andaluces se sucedían en las tierras de Guadix, Baza, Puerto Lumbreras, Huércal-Overa... Los espías situados en Baza informaban el 15 de marzo que, en la refriega habida entre 600 soldados franceses y las guerrillas, muchos guerrilleros «fueron deshechos y dispersados, después de haber muerto a muchos lanceros polacos, que se vengaron degollando a cuantos paisanos hallaron». El general francés Horacio Sebastiani decidió tomar represalias contra la guerrilla. El 21 de abril de 1810, la Junta de Murcia se trasladó a Alicante, ante la inminente llegada de soldados galos, que ese mismo día avanzaban hacia Lorca, mientras la caballería española se replegaba hacia Totana. Los lorquinos abandonaban sus casas, ante la evacuación del Ejército español y la llegada francesa.

Sebastiani entró en Murcia el 23 de abril y, pese a sus promesas de respetar la vida y los bienes de los ciudadanos, sometió a la ciudad a «toda clase de exacciones y atropellos, siguiendo por la Catedral, que despojó de cuantos fondos poseía con alardes de irreverencia hartos escandalosos, y por cuantos establecimientos civiles y religiosos contenían dineros y alhajas». Dos día después, Sebastiani retornaba hacia Andalucía, ante «las alarmantes noticias que le llegaban de Granada y Málaga».

Antes de su repliegue, Sebastiani envió un mensaje al Ayuntamiento de la capital, en el que afirmaba que había llegado para combatir al Ejército, pero que había sido imposible hallarlo, porque «el miedo ha puesto alas a sus pies y buscando su salud en la fuga os ha abandonado, después de haber devorado vuestras riquezas y gran parte de vuestra juventud». Exigía fidelidad al rey José I, y que los ciudadanos quedasen «quietos en sus hogares, porque somos vuestros amigos (...); si tomáis las armas, os atraeréis sin remedio todas las desgracias de la guerra».

Cartagena era zona segura para refugiarse tras sus murallas. A ella llegaban miles de campesinos, con sus «granos, ganados y enseres» alarmados por los saqueos cometidos por Sebastiani y sus tropas. En la ciudad departamental, sus ciudadanos, animados por la seguridad, cantaban esta tonalilla: «El gallo de Sebastiani / no pisará el Corralón / que en estas fuertes murallas /se romperá el espolón».

Desde Granada

Las tropas francesas retornarían a Murcia, bajo el mando del general Soult, en enero de 1812, desde Granada. Intentó la conquista de Cartagena, pero fue rechazado. Se dirigió a la capital, que había sido abandonada por las tropas del general Villacampa. El Reino de Murcia vivía dominado ahora por el hambre, la fiebre amarilla y la peste valenciana. Soult llegó a la capital el día 26, exigió una alta contribución de guerra y consintió que sus tropas se dedicasen al pillaje.

En ayuda de la capital llegaron el general Martín de la Carrera y sus tropas, que se encontraban acampadas en Elche, con la misión de atacar a su colega francés, si lo consideraba posible. La Carrera se decidió a hacerlo el día 26 de enero. Desde el cruce de caminos entre Churra y Espinardo entró con cien jinetes por la Puerta de Castilla, con la consigna, dada al general Yebra -quien penetró por el camino de Churra- de reunirse ambos en el Arenal, «arrollando cuantos enemigos hallase». Así actuó Yebra, hasta que el enemigo le cortó el paso y hubo de replegarse. Mataron su caballo y hubo de huir a pie, hasta Espinardo. El general La Carrera, abandonado, fue derrotado y murió rodeado de enemigos, en la calle de San Nicolás.

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