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VISITADOR. El poeta Ángel González, en el patio del Colegio Mayor Azarbe de Murcia, en mayo de 2000. / JUAN LEAL
Jaulas de grillos
Cultura

Jaulas de grillos

GONTZAL DÍEZ

Martes, 15 de enero 2008, 01:56

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Sólo una vez he visto a Ángel González y es extraño porque persiste en mi memoria ese encuentro como si de un viejo conocido se tratara con el que muchas veces traté. Es lo que tienen los poetas. Eso sí, recuerdo que me preguntó si sabia dónde vendían jaulas de grillos; no de esas mazmorras que son como iglús de plástico sino de las jaulas de madera y alambre con una pequeña puerta levadiza donde el grillo veranea feliz entre hojas de lechuga. Jaulas antiguas para grillos de toda la vida. ¿Para qué quería Ángel González un calabozo de élitros macho? ¿Tenía algún grillo en los bolsillos?

Entre el clic, clic de los hielos de un viejo whisky y el cri, cri de un negro grillo invisible me quedé pensando en esas prisiones oscuras y en las preguntas absurdas que hacen los poetas cuando las noches se atormentan. Lo cierto es que cada vez que escucho un grillo me acuerdo de Ángel González, que, por supuesto, sabía que el método más certero para cazar un grillo es mear con tino en la puerta de la grillera. Pasó el tiempo -irremediable, tenaz, él- y un domingo de agosto, con aguacero, en París, en el boulevard Saint-Germain, vi en un escaparate esa jaula ángelgonzález para grillos.

Como era festivo, en París todo tiene un precio versallesco y desconocía la dirección de Ángel González, seguí mi rumbo recitando aquello de Los aviones a propulsión a chorro salvan rápidamente / la distancia que separa Tokio de Copenhague, / pero con más rapidez todavía / me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros / de mí mismo. Y me marché de allí a saltos de grillo pensando en los grillos de los poetas, en las cosas cotidianas que, de pronto, desaparecen, como, también, desaparecen, de pronto, los poetas.

Pasó por Murcia Ángel González de la mano del Aula de Poesía de la Universidad que dirige Isabelle García Molina. «Nunca pretendí ser poeta, me encontré siendo poeta», aseguraba. «Siempre hay motivos para la inconformidad y el mundo continúa repleto de catástrofes e injusticias, aunque en algún momento la rebelión fue una necesidad absoluta.., el dolor había ocupado nuestras casas, las casas de los vencidos. Era imposible no hablar de aquello porque si era determinante en mi vida cómo no podía ser determinante en mi poesía. No tuve elección, era una necesidad total», explicaba. Ángel González, que a los doce años ya escribía décimas y sonetos, inspirados por autores como Espronceda o Rubén Darío, consideraba que es poco menos que imposible definir lo que es la poesía para él, porque «siempre fue muchas cosas: palabra rigurosa, belleza, conocimiento de la realidad, reflejo y modificación de la vida».

Pasó por Murcia con un nuevo libro bajo el brazo, 101 +19 = 120, con versos en los que El otoño se acerca con muy poco ruido. Poeta disidente, escéptico, contra las verdades absolutas. Yo también cometo errores de bulto: voy a abrazar tu cuerpo y me abraso en el aire, / voy a pedir tequila y pronuncio te quiero, / voy a aspirar la brisa y estás en mi garganta, dejó escrito. Y siempre uno encuentra en sus versos una charla amigable. Pasó por Murcia dejando poemas en el aire, pero sabiendo que «uno tiene conciencia de la inutilidad de todas las palabras». Pasó buscando jaulas para grillos porque Ayer fue miércoles toda la mañana. / Por la tarde cambió: / se puso casi lunes.

Nos contó que «el mundo se contempla de forma distinta después de haber leído a un gran poeta; el mundo, que no es otra cosa que nuestra representación de lo real, no es igual después de haber leído a Góngora, a Fray Luis de León o a Quevedo». El mundo, no hay duda alguna de ello, no es igual después de haber leído a Ángel González y tampoco es igual tras la misteriosa desaparición de las viejas jaulas de grillos.

Si encuentran una de esas jaulas, no lo duden, cómprenla y metan dentro unos versos de Ángel González: verán como cantan.

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