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Retrato de Antonio Vivaldi. / LV
El lado obscuro del Barroco
LUNES DE MÚSICA

El lado obscuro del Barroco

ANTONIO DÍAZ BAUTISTA

Lunes, 14 de enero 2008, 02:11

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No es del todo exacto el tópico escolar de un siglo XVII pasionalmente barroco y un XVIII racionalmente clasicista, pues la complejidad, tanto en las formas como en los sentimientos, de la estética barroca impera y alcanza su madurez, especialmente en el terreno musical, durante toda la primera mitad de la centuria dieciochesca, aunque, a partir de entonces, fue súbitamente arrinconada por el nuevo estilo. El Siglo de las Luces fue también, al menos en su primera parte, un Siglo de Claroscuro y muchos de sus aspectos sombríos perduraron, soterrados bajo el brillo de la Ilustración, y saltaron a la escena, con nueva fisonomía, en el violento estallido romántico que abrió la etapa decimonónica. Viene esta reflexión a propósito de un compacto italiano que recoge arias para bajo de Vivaldi, un compositor a quien siempre recordamos como «luminoso».

El clérigo veneciano es un compositor resucitado en el siglo XX, del que apenas se tenía noticia hasta hace unos cincuenta años. Comenzamos descubriendo el gorgeo violinístico de Las Cuatro Estaciones y, enseguida, el resto de sus concerti, utilizados como fondo musical de algunas de aquellas formidables películas italianas de los años sesenta. Algo más tarde reapareció su música vocal religiosa y, ya muy recientemente, su impactante y extensa producción operística. Pero en sus composiciones instrumentales sobresale el sonido agudo y brillante del violín y la flauta, y en las vocales la explosión de las voces femeninas, desgranando un disparatado, y en verdad hermosísimo, despliegue de trinos y coloraturas. Su audición nos hacía pensar siempre en la luz inquieta, cabrilleando sobre el agua de los canales y rompiéndose en un puñado de reflejos, cuando era hendida por el negro cuchillo de las góndolas. Sin embargo, este compacto nos recuerda que también en nuestros paseos venecianos hemos transitado por inquietantes rincones obscuros, de agua verdinegra y fachadas leprosas, carcomidas de salitre y verdín sobre el rojo ensangrentado de los muros.

Es bien sabido que las preferencias del público durante el periodo barroco estaban claramente a favor de las voces femeninas, y de ahí la desconcertante tendencia a encomendar a mujeres o castrati los papeles de los protagonistas masculinos en las óperas. Pero también la voz grave de los bajos, en muchos casos la de los personajes malvados o siniestros, permitía expresar esa tensión sombría que subyace bajo la rutilante hojarasca del arte barroco. En los oratorios, por otro lado, solían corresponder al bajo los pasajes que glosaban la terribilità del poder divino o el tránsito de la vida terrenal a la salvación, a través de la muerte; es decir, el ascenso a la luz a través de las tinieblas. El hallazgo de una importante colección de manuscritos vivaldianos en la Biblioteca Universitaria de la ciudad piamontesa de Turín, ha permitido entresacar las magníficas arias recogidas en este compacto y hacerlas lucir en la voz, cálida y llena de matices, del bajo Lorenzo Regazzo.

Como suele suceder con la música vocal del abate pelirrojo, el parentesco con Haendel es muy patente, y también, aunque algo menos, con Bach. Al escuchar estas composiciones uno no puede dejar de recordar fragmentos, por ejemplo, de Rinaldo o de Giulio Cesare, porque en el barroco dieciochesco circulaban los modelos estilísticos por toda Europa, desde la Serenísima República veneciana hasta la brumosa corte londinense de su Graciosa Majestad, sin olvidar la recoleta y apartada capilla musical de la iglesia de Santo Tomás de Leipzig.

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