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CRÍTICA DE ARTE

Carlos Pardo

PEDRO ALBERTO CRUZ

Miércoles, 26 de diciembre 2007, 09:04

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Sin abandonar su interés por el paisaje, Carlos Pardo centra su atención ahora en el cuerpo humano, en el desnudo, que no se muestra espléndido en sus desarrollos tectónicos sino en la dinámica, en el juego de movimientos inverosímiles que dotan a las figuras -alguna en concreto insinuando la pérdida de referencia, su aproximación a la abstracción- de una impronta expresionista que no llega a convertirse en el soporte primordial del discurso.

Es un estudio consciente sobre músculos y huesos, sobre las posibilidades del dibujo que concreta y delimita las partes, y sobre su integración con el volumen que permite ubicar los cuerpos en un espacio construido sobre fondos geométricos planos y ajeno a la realidad referencial.

Los cuerpos no se impostan, adquieren el relieve suficiente para hacer constar su protagonismo y, sin embargo, no alteran con engaños ópticos la bidimensionalidad del soporte ni la austeridad de la concepción pictórica. Todo es sobrio en la realización, menos en el movimiento que fuerza, contorsiona y altera con plena libertad los miembros hasta conseguir situaciones tan dispares como la de acumulación de masas o la dispersión expansiva, sin olvidar cierta sensualidad en las soluciones dadas a algunas figuras.

El pintor no pretende, es esta fusión de cuerpo y música (algunos parecen seguir el ritmo marcado por las notas musicales), ir más allá de la experimentación motivada por la necesidad de dejar plasmada una inquietud, una idea desarrollada durante tiempo suficiente como para demandar ver la luz; por ello, las obras se muestran fresca -pese a la apariencia externa a la que contribuye la superposición de pinceladas- y en ningún momento ocultan que son fruto de la investigación, porque él no pretende engañar a nadie, y menos a sí mismo.

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