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Los invitados a la gala llegaron puntuales.
Una noche cada 730 días

Una noche cada 730 días

Gente guapa, armario de verano, carcajada limpia, viandas a espuertas y confidencias. Toma cóctel

Daniel Vidal

Lunes, 18 de junio 2018, 19:10

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No se habían bajado del tablao del Auditorio los protagonistas de la foto de familia (por culpa de la insistencia de los fotógrafos, principalmente) y el jefazo de los camareros ya sacaba manu militari en las barras del exterior: «¡¡Todos a sus puestos!!». No venía mal un poco de disciplina castrense ante el final de la gala. El tropel de invitados que descendía por las escaleras hacia el cóctel, esa familia enorme que cada dos años se reúne en Los Mejores -¿a cuántas personas saludó usted ayer?-, buscó la primera cerveza de la noche como el que busca un oasis, una mano amiga en años de soledad, un político pagado de nuestro bolsillo con un discurso que no huela a rancio. Políticos, el viernes, faltaron pocos en la fiesta de Los Mejores. Y los pocos que faltaron se los llevó la campaña. Por allí vimos a los candidatos a la Asamblea Regional Pedro Antonio Sánchez (PP), Rafael González Tovar (PSOE), César Nebot (UPyD) y al de Ciudadanos, Miguel Sánchez, que esta vez lucía zapatos a la altura. Hasta brillaban, casi.

Rubén Serna, candidato de UPyD al Ayuntamiento de Murcia, acudió con corbata verde esperanza. Se le veía cansado, pero sin perder el ánimo. Hacen falta más Sernas: «¡Esto no es un funeral!». Sobre todo para Luis Gestoso que estrechaba manos, escurría bultos y abría mentes tras su reciente espantada del PP, tan pancho. O tan Pencho. No estaba tan contento José Antonio Ruiz Vivo, a quien le tiraron una copa de vino en la chaqueta a las primeras de cambio. El apurado camarero le tomaba nota para correr con la cuenta de la tintorería, pero se olvidó de la chica a la que el mismo camarero rediseñó con lunares de vino un precioso vestido amarillo. La puerta en la que se produjo el accidente parecía maldita. Acto seguido, otra copa rota. Y otra. Y luego otra más. «¡Pero coño!».

Por vino que no fuera. Había Estrella de Levante para llenar un Mar Menor, pero Bodegas Carchelo, Bodegas San Isidro y Luzón pusieron el color y el sabor de la pasión a la montaña de quesos, nueces y pasas que sirvió de recepción gastronómica. Quesos para todos los gustos, si a usted le gusta el queso. Si no, montaditos de toda clase y condición. O palitos de morcilla. O saquitos de boletus y marisco. O brochetas de solomillo y verduras. O bocaditos de pollo con nueces. O pasteles de carne. O lomo a la plancha. O... ¡Más cerveza! Todo eso -y mucho más- se lo perdió Miguel Ángel López. El atleta ni siquiera pudo reponer fuerzas tras la gala y salió a la carrera (o a la marcha) tras recoger el premio, porque decía estar casi «en capilla» ante la carrera del domingo. Ni siquiera se tomó un Aquarius, a pesar de que invitaba la casa.

«La flor de mi tocino»

Antes de que los melones de El Abuelo refrescaran la noche, los indispensables cortadores de jamón ya se habían afanado en dejar varias patas de cochino más limpias que una patena. Incluso les dio para fabricar una flor de tocino («la flor de mi tocino») y una copa de jamón. Que no era la décima del Madrid, ni la cuarta casi quinta del Barsa, ni la doble casi del Atleti. Era la única copa de jamón de la noche, cristal recubierto de finas lonchas. Y se la llevaron unas campeonas que seguían amagando con chupar la bendita grasa ibérica a altas horas de la noche. Solo les faltaba cantar el alirón.

Otras, en cambio, traían el campeonato ganado desde casa, desde los tiempos en que Julio Iglesias reinaba en las dunas de La Manga. Campeonato por derecho. «Nivelazo altísimo», definía un caballero. Bellezones de infarto a diestro y siniestro, arriba y abajo, de izquierdas y derechas, que se mezclaban entre payasos y actores, entre críticos y criticados, entre clásicos y modernos. Y muy modernos. Está bien ser aún más moderno todavía, pero esto no es nuestro (también) amado Rendibú. En la próxima invitación para Los Mejores, quizá se incluya el dresscode necesario para mezclarse con la créme de la créme. De pajarita, impecable (por supuesto), José Manuel Puebla, con muchas papeletas (y viñetas) para presentar la gala del 2017. Nos reiremos mucho, seguro. Como los pocos privilegiados que pudieron compartir un par de palabricas con Man. El maestro se fue pronto a casa, pero el Tío Pencho y Pifanio se quedaron hasta las copas. Las de espirituosas, no las de jamón.

Era la hora de las cenicientas y las calabazas, algún que otro carroza, un zapato perdido y cristal en el suelo, príncipes a la carrera y princesas reclamadísimas por el respetable como Rebeca Martínez Herrera, brillante sobre las tablas y despampanante entre las mesas con su vestido de la diseñadora murciana Cayetana Ferrer. A las doce de la noche, unos optaban por enfilar el caminito de las sábanas y otros seguían explorando las posibilidades de una noche única, que solo se produce cada 730 días, plena de color y sabor, de risas y sonrisas y de muchas confidencias. Igual que «no se debería jugar al póker donde hay mujeres» -dice el bueno de Mitch en Un tranvía llamado deseo-, uno no debería contar según qué secretos en una fiesta repleta de periodistas. Sobre todo, si ese uno no quiere que se acabe enterando todo el mundo. A nosotros nos encanta el chismorreo, que vaya por delante.

Entre los primeros que intentaron retirarse a tiempo para consumar una victoria segura estaba José Antonio Cobacho. Algún que otro socialista, de los que trató de echarle el guante para las elecciones hace tiempo, le acabó fastidiando la marca personal. Otro que hizo mutis por el foro bastante tempranito fue Tomás Fuertes. Isidoro Valcárcel tampoco dejó oportunidad al exceso y llamó a un taxi antes de que la cosa se fuera de las manos. Nacho Ruiz y Carolina Parra (T20) le acompañaban «para llevarle el premio, que pesa un huevo», pero volvieron para tomarse la penúltima. El grueso de la familia de Los Mejores seguía dibujando la noche de primavera con los colores que había regalado al aire el maestro Valcárcel. A él no le hace falta corbata, ni etiqueta ni Dios que lo fundó. Con un pitillo le sobra para sentar cátedra. Quizá por eso se fue tan pronto a casa y nos dejó a todos medio huérfanos. Poco después, por allí había más Mercedes que nicotina. El tabaco ya se había convertido en un bien escaso:

- ¿Quieres un cigarro?

- ¡Antes que mil duros!

Los grifos se acabaron cerrando (como siempre), los camareros bostezaban y las ciclistas de Antonio Campillo se habían puesto a pedalear. Hora de irse a casa. O de recoger otro premio. El que estuviera nominado, claro.

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