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Bandera de la UE vista a través de un cristal mojado por la lluvia.
Historia olvidada y ausencia de lírica

Historia olvidada y ausencia de lírica

La desafección hacia la UE muestra los fallos en la gestión política del gran proyecto europeo

césar coca

Sábado, 25 de junio 2016, 07:35

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El camino recorrido por Reino Unido desde el referéndum que se proponía convocar Tony Blair sobre la integración en el euro hasta que anteayer los electores británicos votaron por la salida de la Unión Europea ilustra a la perfección cómo ha cambiado la visión de la ciudadanía sobre el mayor proyecto construido en el continente desde el tiempo de Carlos V. En poco más de diez años, la desafección ha crecido de forma paralela a la expansión territorial de la UE, y no solo al otro lado del canal de la Mancha. Todos los especialistas coinciden en la responsabilidad de David Cameron al convocar un referendum prometido para mejorar sus resultados electorales. «No puede ser que lo que hemos construido entre todos desde hace tantos años se rompa por los intereses particulares de algunos», explica con un punto de indignación Enrique Barón, que presidió el Parlamento europeo entre 1989 y 1992. Pero también existe una preocupación general por el hecho de que la sociedad europea no termina de asumir como propio el proyecto de la Unión.

¿Por qué sucede? Porque se ignora la Historia. «Los casi 60 años transcurridos han hecho que se hayan olvidado los motivos de la Unión y los riesgos que entraña la existencia de fuertes estados nacionales», advierte Alberto López Basaguren, catedrático de la Universidad del País Vasco. Puede que ahora casi nadie perciba el riesgo de una guerra entre las potencias del continente, pero «la inestabilidad es muy peligrosa, y no hay más que recordar lo que escribe Stefan Zweig en sus memorias: que la semana antes del inicio de la Primera Guerra Mundial no se veía en peligro el equilibrio europeo».

No es únicamente un problema de desmemoria. «El andamiaje político de la Unión es muy frágil y la crisis ha gripado el motor de la solidaridad», sostiene Juanjo Álvarez, catedrático de la UPV/EHU. A su juicio, y en eso coinciden muchos, los gobernantes miran continuamente hacia sus electorados y no parecen del todo implicados en la UE. De esa forma, no extraña que tampoco hayan sido capaces de trasladar a la sociedad la esencia del proyecto, que supera con mucho lo meramente económico. El resultado es que Europa se ha convertido «en una suma de egoísmos estatales y la excusa perfecta cuando se deben adoptar medidas impopulares. En cambio, los éxitos siempre se los atribuyen los gobiernos nacionales».

En el caso británico, además, la mala gestión de los gobernantes ha dejado un espacio libre a grupos populistas que han difundido mitos, datos falsos y tergiversaciones flagrantes de la realidad que han llevado a la mayoría de los electores a pensar «que no necesitan a la UE. Debemos recordar que Thatcher forzó el 'cheque británico' y que se negaron a entrar en el acuerdo de Schengen, y sin embargo atribuyen a la Unión determinados problemas como si no fuera así», asegura José Ramón Bengoetxea, secretario general de Eurobasque, Consejo Vasco del Movimiento Europeo, y coordinador de EHUgune, además de profesor. Aquí, el recuerdo de glorias pasadas tiene también su importancia. Varias generaciones han crecido estudiando en la escuela el fulgor del Imperio y contemplando con admiración «los episodios de una guerra en la que fueron los únicos que resistieron el avance alemán. Eso ha generado un aislacionismo que se nota sobre todo en la campiña inglesa, donde el voto partidario de romper con la UE ha sido muy mayoritario. Allí no les importa lo que pase en el mundo; solo les preocupan sus pensiones», comenta José Manuel Mata, profesor de Ciencia Política en la UPV/EHU.

Algo ajeno

Esa visión de la misma idea de Europa como algo ajeno, o al menos lejano, la comparten muchos en el continente. «Por razones distintas, hay un sentimiento antieuropeo que quiere refugiarse en las unidades nacionales», argumenta el sociólogo Javier Elzo, que dirigió la parte española de la última Encuesta Europea de Valores. Y aporta un dato fundamental para entender la magnitud del problema: «Cuando se pide a los europeos que den cuenta de su sentido de pertenencia, Europa aparece desde hace cuatro décadas en quinto lugar, tras la localidad, la región, el país y el mundo en su conjunto. Eso significa que la idea de Europa no ha calado». Lo paradójico, añade Elzo, es que se han admitido con naturalidad la desaparición física de las fronteras, el euro y algunas otras cosas, sin que eso refuerce el sentimiento de pertenencia. «Y va a costar que suceda».

Tampoco ha tenido un gran arraigo la idea de solidaridad. Un dato objetivo: cuando un país pasa de receptor neto a contribuyente, sus habitantes empiezan a ser más remisos a aceptar el trasvase de fondos en el interior de la Unión. «Es lo que pasa con los refugiados. Existe una reclamación social para que se les acoja, pero las encuestas muestran que casi nadie quiere tenerlos en su vecindad. Solidarios, pero a distancia», concluye Elzo.

Esa hipocresía social debe tenerse en cuenta también al realizar las consultas. «No se puede construir Europa a base de plebiscitos casi existenciales. En Holanda han llegado a hacer uno sobre un acuerdo de la UE con Ucrania... Un referendum es para ratificar algo sobre lo que hay un gran consenso político, porque si no se divide a las sociedades», insiste Enrique Barón. «En Alemania el último que hicieron fue en 1933, y no han hecho más».

Y luego está la falta de ilusión transmitida por los defensores de la UE, en Reino Unido y en todo el continente. «Un modelo basado solo en lo económico y que carezca de lírica es a la larga difícilmente sostenible. Y esos han sido los únicos argumentos de los defensores de la permanencia, salvo quizá en los últimos días. No se ha vinculado Europa a ninguna ilusión», subraya López Basaguren. En el otro bando, en cambio, apelaban continuamente al mito de la soberanía y la lucha contra la burocracia de Bruselas.

La voz de Francisco Aldecoa, catedrático de la Universidad Complutense, que lleva un par de meses viajando por el continente, contrata bastante con las anteriores. A su juicio, la desafección «puede extenderse, pero no tiene por qué pasar». La UE sigue avanzando, asegura. Y desvela una realidad que ha permanecido oculta en los últimos meses: los órganos comunitarios han avanzado en la integración en numerosos apartados, pero se ha mantenido en la sombra porque había una instrucción de no contar nada hasta después del referendum. «El plan Juncker está teniendo un gran éxito, pero apenas se cuenta. Lo sucedido es un asunto específicamente británico, debido a un conflicto que avivó Cameron, que ha gestionado la crisis de una forma disparatada».

Los políticos tienen ahora la obligación de recalcar el gran valor del proyecto europeo, no solo en lo económico, para que la sociedad vuelva a creer que merece la pena. Porque si no, volverá a suceder algo que ya pasó el pasado enero en las fiestas de San Sebastián: cuando una banda interpretó el Himno a la Alegría, hubo una gran pitada. No silbaban a Beethoven, explicaron, sino a Europa. Esa Europa que durante décadas fue el mas hermoso sueño político.

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