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Peter Dundas es íntimo de la multimillonaria Eugenie Niarchos, a la izquierda.
Dundas, el playboy de la pasarela

Dundas, el playboy de la pasarela

Coqueto y «terriblemente» supersticioso, el modisto de Oslo apura la noche y arrasa con sus ultrasexuales y psicodélicos estampados

LUIS GÓMEZ

Lunes, 26 de enero 2015, 12:09

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Peter Dundas (Oslo, 1969) disfruta con lo que es: un playboy de tomo y lomo que le tiene tomada la medida a la industria de la moda. Es el rey de la pasarela, pero también de las fiestas. Un hedonista al que le gusta apurar la noche y exprimir las bodas de las celebrities a las que confecciona los vestidos nupciales. Casi siempre es el último en abandonar la pista, donde echa el resto. Le sucedió en los festejos 'hippie-chic' que siguieron la pasada primavera al enlace de la 'it girl' Poppy Delevingne. Aunque la ceremonia tuvo lugar en Londres, la traca final continuó una semana después en Marruecos, donde se sucedieron tres días con sus interminables tres noches.

La cuenta de Instagram del diseñador noruego echó humo de lo bien que se lo pasó junto a un puñado de multimillonarias y famosas, entre las que figuraban la actriz Sienna Miller, Lauren Santo Domingo, tía de la esposa de Andrea Casiraghi, o las modelos Georgia May Jagger, Suki Waterhouse y Cara Delevingne, hermana de la novia. Dundas no solo le confeccionó tres modelos para la ocasión, sino que 'retransmitió' la fiesta en directo. No resistió la tentación, en la que cada vez caen más famosos, de plasmar el acontecimiento a través de las redes sociales. El director creativo de Emilio Pucci no se despegó de la top y actriz Waterhouse, novia de la estrella de Hollywood Bradley Cooper. «Es increíble. Es la mujer que mejor baila en el mundo. Está dos niveles por encima del resto, pero cuando la música es buena, yo lo doy todo», precisa. Dundas bailó el pasado verano al ritmo de 'Fade Out Lines', del grupo francés The Avener, en sus escapadas a discotecas de Ibiza, Míkonos y Marruecos.

No crean, sin embargo, que no pega un palo al agua o se dedica a vivir de las rentas tras resucitar una vieja casa apolillada. Simplemente, se limita a cumplir con su trabajo y para eso, cuenta, es «muy importante» comprender el mundo en el que «se mueven y desenvuelven mis chicas. No es solo por pasármelo bien, que también, pero es una forma de estar donde están 'mis chicas Pucci' y entender sus necesidades. Si haces vestidos para fiestas, pero nunca vas a ellas, ¿cómo puede tener sentimiento un vestido?», admitió en la entrega del premio 'Telva' al mejor diseñador internacional. Lo recogió hecho un pincel: gafas de cristal ahumado L.G.R., cazadora de flecos de Yves Saint Laurent y zapatos de Hermès.

Pese a su fama de trasnochador, asegura llevar una vida «mucho más aburrida» de lo que la gente piensa, porque diseñar colecciones «te ocupa mucho tiempo», sostiene este modisto «terriblemente supersticioso». Luce la misma pulsera de cuerda azul que se puso hace diez años en Brasil -«se supone que tengo que llevarla hasta que se caiga», matiza-, nunca pasa debajo de una escalera y se enfada cuando alguien derrama sal sobre la mesa. «Tengo un amigo al que le digo 'a ver, la sal solía ser un alimento preciado y si la tiras, quiere decir que no te importa y no es bueno que no te importe'. Tampoco es bueno ser descuidado en el trabajo», reflexiona Dundas, que diseña con la música puesta, sobre todo 'house', y siempre lleva un bolígrafo encima. Si no, se siente «desnudo» y se pone «de los nervios».

Antes de rejuvenecer la legendaria etiqueta de Florencia con la recuperación de los 'prints' y ultrasexuales y psicodélicos estampados, trabajó en los talleres de Gaultier, Lacroix y Cavalli, que no son precisamente el colmo de la discreción. Dundas ha salido a ellos. Es un tipo duro que saca a relucir su lado punk a las primeras de cambio y planta cara, si es preciso, a sus jefes. No le gusta que le digan lo que tiene que hacer y «si lo hacen, suele hacer lo contrario. Soy un poco rebelde e indisciplinado», afirma.

Apasionado de Tchaikovsky

No siempre lo tuvo fácil este apasionado de Tchaikovsky, Hendel y Mozart. Ha aprendido de los fracasos, que también le han tocado. Dundas se fue por la puerta de atrás de Emanuel Ungaro. Es el único lunar de un modisto que impone ley y marca tendencia. Desde 2008, cuando tomó las riendas de Pucci, ha cogido carrerilla y no hay manera de echarle mano. Sin ir con el pavo subido, es el diseñador del momento. Asumió como peaje el respeto de las señas de identidad de la marca, aunque reconozca que a veces «tanto 'print'» le llega a saturar: «Son un regalo, pero al mismo tiempo un reto creativo. Hay temporadas en que me siento obligado a introducirlos porque es parte de la tradición», sentencia. También sigue al pie de la letra el consejo que le dio Gaultier si algún día quería convertirse en uno de los grandes mandamases de este negocio: «Cuando hagas algo que sea muy diferente, tienes que introducir un elemento de familiaridad para no espantar a nadie», recalca.

No solo lo ha logrado, sino que se ha hecho con una colección de clientas con las que coquetea en cuanto puede. Al tener que usar gafas «por necesidad», pidió que se las hicieran con cristales «un poco más oscuros para que no parecieran de lectura», lo que le lleva a ver «un poco nublado» los días en los que «salgo la noche anterior». Por cuestiones «prácticas» viste casi siempre igual para no perder el tiempo en pensar qué se tiene que poner cada mañana. «Siempre he llevado el pelo algo desastrado para no tener que arreglármelo, sobre todo cuando tienes el pelo rizado».

Estos modales le han convertido en el playboy de la moda, aunque no suelta prenda sobre sus conquistas. Es un hombre de éxito que se infunde miedo a sí mismo. «Tenemos la capacidad de ser nuestro propio enemigo. Todo lo que me pasa que no me gusta lo he provocado yo mismo», se justifica Dundas, que critica los ritmos que impone la moda: «Apenas hay tiempo para pensar y siempre tienes la sensación de llegar tarde a los objetivos que te marcas». Menos a la próxima fiesta.

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