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ARANTZA FURUNDARENA
Martes, 1 de diciembre 2015, 01:19
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En estos momentos se debate en París cómo preferimos morir: si a manos del siniestro fanatismo o a causa de nuestra alegría de vivir. Porque esta forma de vida nuestra que tanto nos gusta (y con razón) resulta que también mata. Que lo de llegar en coche hasta la puerta, no pasar nunca frío ni calor, consumir sin freno y generar basura a manta es una manera de agredir a otros (los más expuestos al cambio climático) y, a la larga, una manera de suicidarnos enterrándonos poco a poco en nuestra propia sobreabundancia. Ya hay gente que se ha quedado sin país porque la marea ha subido tanto que se ha tragado su isla. Y de ser apacibles ciudadanos de la paradisiaca Vanuatu han pasado a convertirse en refugiados climáticos; que ahora hay refugiados climáticos igual que existen pobres energéticos. Remedios no encontraremos pero etiquetas nos sobran. Hablo del calentamiento global. Eso que antes negaban Rajoy y su primo, me temo que más por calentamiento que por global, y que ahora reconocen arrepentidos. París (todos somos París, o eso quisiéramos) se debate estos días entre lo global y lo patriótico. Ya ha proclamado un diario francés que las víctimas de los últimos atentados son héroes porque murieron por Francia. Hombre... Tal vez sea porque a mí con la patria me pasa lo que a Rambo con las piernas (que no me la siento), pero la cosa es que no acabo de ver ese heroísmo. ¿Irse a cenar o a un concierto es hacer algo por la patria? No caigamos en el síndrome Angelina Jolie, que cada vez que se opera dice hacerlo por el bien de la humanidad. Así que si algún día muero ametrallada por cualquier iluminado en la terraza de un bar mientras me tomo un verdejo, espero que nadie diga en mi nombre que he caído por la patria. Habré caído por tener la mala pata de coincidir por azar con las coordenadas mortíferas de ese energúmeno. ¿Y por practicar la alegría de vivir? También. Pero es que nuestra alegría de vivir tampoco es del todo inocente. También mata.
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