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Jorge Dezcallar, retratado ayer en Madrid.
«En el 11M se vio  que la política es muy sucia en este país»

«En el 11M se vio que la política es muy sucia en este país»

Jorge Dezcallar repasa su carrera como diplomático y jefe de espías. «Hay un momento para callar y otro para hablar»

CARLOS BENITO

Martes, 13 de octubre 2015, 10:48

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Si no fuera por los tres años que estuvo al frente del Centro Nacional de Inteligencia, el libro que edita estos días Jorge Dezcallar no tendría mayor trascendencia política. Se leería simplemente como la atractiva «recolección de recuerdos selectivos» de un diplomático que ha llegado al final de su carrera con un envidiable equipaje de experiencias: anécdotas de primera calidad, encuentros a veces surrealistas con personajes muy influyentes y esa sensación de estar trabajando en la trastienda de la Historia, allí donde se fabrica lo que después va saliendo en los periódicos. A Dezcallar, que por fuerza ha de ser un fantástico amenizador de sobremesas, le ha tocado entrevistarse con dos papas y ser agasajado con un banquete de ojos de cordero en Mauritania, y lo mismo ha recorrido el planeta en jornadas maratonianas (cena en Damasco, desayuno en Amán, comida en El Cairo y cama en Madrid) que ha disfrutado de privilegios como el de pasar veinte minutos a solas en la Capilla Sixtina, tumbado en el suelo para tener mejor perspectiva.

Pero están esos tres años al frente de los servicios de inteligencia, como primer civil en ese puesto y en una época muy concreta. Aznar lo nombró jefe de los espías en junio de 2001, cuando faltaban dos meses para los ataques del 11S, y permaneció en el cargo hasta que Rodríguez Zapatero prescindió de sus servicios en 2004, un mes después del 11M. Así que 'Valió la pena', su libro, ofrece por fin un testimonio largamente buscado sobre aquella masacre: a Dezcallar y su equipo se les ha señalado a menudo como últimos responsables de la atribución a ETA de los atentados, aprovechando que los agentes secretos tienen poca costumbre de dar la cara para pedir rectificaciones. «El libro no es un ajuste de cuentas, ni soy yo quién para pedir cuentas a nadie, pero se están contando muchas medias verdades que tergiversan lo que ocurrió. No digo que nadie mienta: digo que la gente cuenta las cosas a medias según le conviene, y yo tenía el deber conmigo, con mis hijos y con el centro que dirigí de explicar cómo viví aquello. Hay un momento para callar y otro para hablar», aclara a este periódico.

En los dos capítulos dedicados al 11M, Jorge Dezcallar explica que se sintió «engañado y manipulado» por el Ejecutivo del PP durante aquellas jornadas trágicas y enrarecidas. Por un lado, al CNI no se le mantuvo al tanto de los avances en la investigación, que muy pronto habían decantado la balanza hacia la autoría yihadista y no hacia la etarra: la primera reunión a la que fue convocado el propio Dezcallar se celebró el día 16, pasadas ya las elecciones que habían dado el triunfo a los socialistas. Además, el Gobierno trató de servirse de él para influir en la opinión pública: según el libro, el sábado, cuando ya había detenidos en relación con la trama islamista, Aznar y el ministro Acebes presionaron a Dezcallar para que apareciese en televisión explicando la otra hipótesis, que sabían errónea. Finalmente, el vaso de su paciencia se colmó con la desclasificación parcial que hizo Aznar de dos notas del CNI, en un intento de quitarse responsabilidades de encima. Dezcallar desvela que llegó a presentarle la dimisión al presidente, aunque al final siguió en el cargo al considerar que lo importante en aquel momento era la investigación.

¿Le sorprendió esa actitud del Gobierno o son cosas que cabe esperar cuando se opera en los terrenos extraños de los servicios de inteligencia?

Más que los terrenos extraños de los servicios de inteligencia, ahí estamos en los terrenos extraños y resbaladizos de la política, que acaba siendo muy sucia, muy maniquea, muy cainita, por lo menos en este país. Aquí, cuando no estás cien por cien conmigo, estás contra mí, pese a que hay una riqueza infinita de grises que se desaprovecha. No es que yo me sintiera engañado, es que objetivamente fue así.

¿Cómo juzga la actuación de Aznar y Acebes?

Me decepcionó, aunque hay que tener en cuenta la dureza terrible del momento: ahora es muy fácil juzgar, pero había que estar en la tormenta de aquellos tres días, con un vértigo tremendo. Yo soy independiente, nunca he pertenecido ni perteneceré al PP ni al PSOE, y a mi modo de ver se hizo una gestión muy partidista.

En realidad, el CNI supuso un breve paréntesis en el cumplimiento de una vocación diplomática que había nacido cuando Dezcallar era aún un niño, fascinado por las lecturas de Salgari y por la figura cosmopolita y culta de su tío Guillermo Nadal. En el libro se suceden escenarios como Nigeria, Polonia, Uruguay, Botsuana, el Líbano o, por supuesto, los tres estados ante los que ha servido como embajador: Marruecos, la Santa Sede -donde le correspondió vivir la muerte de Juan Pablo II y la entronización de Benedicto XVI- y Estados Unidos -allí estaba cuando fue elegido Barack Obama-. «Se dicen muchas bobadas sobre los diplomáticos, hay muchos clichés estúpidos: por ejemplo, esa memez de que nos pasamos la vida con la copa en la mano, en cócteles. Sí, vas al cóctel después de toda la jornada de trabajo, cuando no te apetece, porque es allí donde puedes hacer contactos. He tenido que acudir a dos cenas en un día, y es espantoso. Es un trabajo muy bonito, pero también muy duro», resume.

Jorge Dezcallar tiene muy claro que el personaje que más le ha impresionado en todos estos años fue Nelson Mandela: «Su sola presencia y su elegancia natural llenaban el espacio entero en el que se encontraba», elogia al líder sudafricano. Tampoco duda al identificar quién ocupa el extremo opuesto del espectro, por haber sido «el más estrafalario» de sus interlocutores. En 2002, acudió a Caracas para entrevistarse con Hugo Chávez acerca de unos etarras afincados en Venezuela. El presidente le citó a las nueve de la noche y le tuvo tres horas esperando en una antesala, para después someterle a casi tres horas de cháchara disparatada. «Oye, chico, ¿dices que te llamas Dezcallar? Uy, qué complicado es eso, te llamaré Jorgito», arrancó, y después le habó de béisbol, le dibujó con tiza el plano de la casa de su abuela y le planteó mil ocurrencias, apoyándose en una Biblia y una Constitución Bolivariana que iba sacándose de los bolsillos. «¿Tú sabes, chico, lo que a mí de verdad me gusta? Lo que a mí de verdad me gusta es irme a la cama con mi señora», continuó, ante un Dezcallar alarmado por el giro de la conversación. Pero resultó que le gustaba tanto porque su mujer hacía «las mejores cotufas (palomitas de maíz) de América» y solían ver pelis de acción en la cama. Al día siguiente, por cierto, los seis etarras de los que el enviado español quería hablar se habían esfumado de sus casas.

Viajar ancho

No es el único encuentro hilarante que se recoge en el libro. En su primera entrevista con Benedicto XVI, para romper el hielo, Dezcallar le preguntó con una sonrisa cuál era su principal preocupación como 'gran inquisidor', pero se encontró con un papa poco amante de la charla intrascendente. «¿Me permite que piense la respuesta a su pregunta?», le pidió, y acto seguido apoyó la frente en la mano izquierda y estuvo reflexionando durante una eternidad. «Mire, embajador -volvió por fin a la vida-, lo que de verdad me preocupa es el relativismo moral». También está aquella vez que le enviaron a Angola para recibir a Alfonso Guerra, que visitaba el país en representación de su partido. Dezcallar pensaba regresar a Madrid en el avión del socialista, un Falcon con muchos asientos libres, pero el jefe de gabinete de Guerra se lo impidió con un argumento demoledor: «Al vicepresidente le gusta viajar ancho». El pobre diplomático tardó tres días en encontrar un vuelo a Kinshasa y, además, le acuchillaron la maleta y le birlaron todo el contenido.

En un pasaje del libro, escribe: «No son precisamente los mejores los que se dedican de forma profesional a la política».

La gente que se dedica a la política me merece respeto en el sentido de que sirven a los demás, aunque a veces sea a través de servir a su propio partido. Pero no son los mejores, eso es una obviedad. Y no me gusta que, una vez que te metes en un partido, tengas que comulgar con ruedas de molino y aplaudir con las orejas todo lo que dice tu jefe, aunque con frecuencia sean tonterías. Tengo una opinión regular de los políticos, creo que podían ser mejores.

Usted ha trabajado para seis presidentes del Gobierno. ¿De cuál de ellos se fiaría más para comprarle un coche de segunda mano?

De Aznar, porque hacía lo que decía y decía lo que hacía. Tiene esa virtud: si te dice blanco, es blanco. Yo digo que tiene poca cintura, y es verdad, pero estoy seguro de que no iba a engañarme con el coche. Aznar cumplió siempre lo que me dijo hasta el final, cuando perdió los papeles en aquel momento tan traumático. Los demás eran más de decir media cosa y esperar que el otro entienda la otra media y así vamos adelante.

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