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Los camareros del Robot Restaurant de Hardin, en la provincia china de Heilongjiang. Abajo, un 'paciente' de un dentista en prácticas; una máquina que imita el galope de un caballo y 'El increíble hombre biónico' del Museo Smithsonian de Washington.
Queridos y temidos androides

Queridos y temidos androides

ISABEL IBÁÑEZ

Lunes, 25 de mayo 2015, 14:37

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En 2012 abrió el Robot Restaurant de Harbin, en China, donde los camareros son de chapa, chips y circuitos. Máquinas con las que compartimos ciertas similitudes físicas; robots humanoides y androides, como se denomina a los que imitan al máximo nuestra apariencia. Cosas sin vida a las que vemos de otro modo gracias a un aspecto que nos recuerda a nosotros mismos... e incluso al vecino del segundo, por qué no. En principio generan simpatía, como los majetes camareros de la foto, que reciben al cliente con frases como 'Hola, terrícola. Bienvenido al Robot Restaurant' y otras cosillas simples para arrancar una sonrisa.

Mucha culpa de esta empatía la tienen las películas, no hace falta hurgar demasiado para rescatar a los geniales R2D2 y C3PO de 'La Guerra de las Galaxias' y sus posteriores entregas. O los protagonistas de 'Naves silenciosas' ('Silent Running'), aquella cinta de 1972 con trasfondo ecológico donde Bruce Dern reprogramaba a los encantadores robots de mantenimiento, Huey y Dewey, para que le ayudaran en los invernaderos. En el otro lado está el equipo de Terminator, que nos enfrenta a lo que podría ser un futuro donde su inteligencia artificial sobrepasase a la nuestra con intenciones más que oscuras. En medio, una legión de máquinas ayudan de infinitas formas a mejorar nuestras vidas.

En el caso del Robot Restaurant, los clientes disfrutan con las evoluciones de esos toscos ingenios trayendo a la mesa su chop suey, especialmente los niños. Estas máquinas llegan incluso a hacerse cargo de tareas en la cocina, como cocer el arroz o los noodles y calentar la comida precocinada. Tampoco hay que esperar aquí exquisiteces fuera de lo común, porque lo importante es el espectáculo, ver a los robots circulando por una especie de circuito portando bandejas y exhibiendo un remedo de expresión en sus ¿caras? Por si esto fuera poco, uno de ellos entretiene a la parroquia cantando con su vocecilla electrónica. Cada uno ha costado entre 30.000 y 40.000 euros. Tras un duro día de labor, solo necesitan 'comer' un poco de electricidad.

No es el único restaurante de este tipo; especialmente en Asia se pueden encontrar ya un buen puñado de locales donde los robots adquieren peso específico, ante las risas de unos y los temores de otros, que los ven como una avanzadilla de currantes que vienen a ocupar incluso los puestos donde hasta ahora se primaba la interrelación, como es el caso de los camareros. El 'Wall Street Journal' acaba de publicar un artículo titulado 'Un robot puede dejarle sin empleo', donde se recogen cifras apabullantes: algunos expertos creen que en solo una década las máquinas se harán cargo de un tercio de los trabajos que hoy desempeñan los humanos.

Tachados de «tontos»

El economista Erik Brynjolfsson, del Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT), es uno de los que tendía a menospreciar esta 'amenaza', pero ahora la tiene muy presente: «Se ha vuelto cada vez más fácil sustituir empleos por máquinas. Se obtiene más riqueza con menos trabajo, aunque habrá personas que quieran trabajar y no puedan», advierte. Al parecer, esto afectaría en mayor medida a los puestos ocupados tradicionalmente por la clase media. Otro compañero suyo del MIT, David Autor, recuerda cómo a los que pensaban que las máquinas podrían constituir un serio problema en un futuro se los tachaba de «tontos», en base a que, en realidad, hasta el momento han contribuido a nuestra mejora en campos como la medicina.

Pero las cosas están cambiando y los que saben vaticinan que la automatización acrecentará las desigualdades. Otra predicción para echarse a temblar, en este caso, los camioneros: la mayoría de ellos podría no tener trabajo en diez años. Aunque lo que de verdad da miedo es descubrir en los robots sentimientos, como el que expresaba el pequeñajo R2D2 con su elocuente lenguaje de bips: «Disculpa. ¿A qué te refieres con desnudo? ¿Que se me ven los circuitos? ¡Oh, qué vergüenza!».

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