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Un trabajador con la cara cubierta de polvo, en una mina de oro de Uganda.
La fiebre africana del oro

La fiebre africana del oro

Tras el 'boom aurífero' hay mucho más: alcoholismo, drogas, prostitución y la expansión del sida. Y peor aún, los padres se van a la mina y desatienden a sus hijos

GERARDO ELORRIAGA

Lunes, 28 de julio 2014, 09:29

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Existe una enfermedad sin cura, capaz de afectar a individuos, pero también de movilizar a poblaciones completas, arrasar paisajes, crear grandes fortunas y propagar algunos de los hábitos sociales más nocivos. La fiebre del oro fue identificada a mediados del siglo XIX en California y, desde entonces, se ha propagado por todos los territorios donde se ha hallado este metal precioso. Hoy, un tercio de su producción proviene de África y, como siempre, cada descubrimiento aurífero ha provocado transformaciones económicas, demográficas y, sobre todo, de modos de vida.

El caso de Ghana, segundo productor continental y octavo del mundo, es paradigmático porque los recursos se sitúan en la región central, que posee algunos de los peores indicadores de renta y sanitarios del país. El impacto de su explotación ha sido mayor en una sociedad tradicional, ligada a la agricultura de mera subsistencia. «Se ha producido una carrera hacia la riqueza, la gente espera encontrar un filón y hacerse rica fácil y rápidamente», explica Lara Giuriato, técnica de proyectos de la ONG Anesvad que visita regularmente el distrito de Upper Denkyra East, uno de los escenarios de esta búsqueda del oro.

El hecho de cobrar unos emolumentos supone toda una revolución. El uso de dinero en efectivo implica un profundo cambio de mentalidad para quienes tan solo han conocido el trueque y nunca han probado la fascinación del consumo. Los antiguos campesinos, además, han de enfrentarse a la mutación global de un país que ha hallado petróleo en sus costas. «Hay mucha rabia porque se mezcla la pobreza con la riqueza de los pocos que se han favorecido del descubrimiento, y los precios se han disparado», indica.

La autorización del jefe de la tribu o la venta particular es el preludio habitual para la explotación. «Los propietarios que enajenan logran una cierta suma pero no hay costumbre de invertir, se les acaba pronto y, al final, no tienen nada», arguye. En el caso de Uganda, la mayoría de las tierras afectadas son comunales y eso facilita su enajenación sin ningún tipo de reparación a sus antiguos detentadores, la tribu karamojong. La presión también ha reducido la superficie de cultivos tradicionales, caso del cacao tanto en Ghana como en la vecina Costa de Marfil, donde ya se han instalado más de 30 empresas del sector.

El primer impacto afecta simultáneamente a costumbres y valores ecológicos porque la minería implica la devastación del bosque tropical y, a menudo, la rápida contaminación de los ríos por el uso de mercurio en las labores de extracción artesanal, la más común. «Es el agua que usaban para todo y que siguen utilizando porque no hay alternativas e, inevitablemente, se envenenan animales y personas», lamenta y apunta a la reciente proliferación de enfermedades de la piel, como la úlcera de Buruli, un mal que combate la fundación vasca.

«La búsqueda de oro es humus fértil para todo tipo de prácticas», señala, y menciona el incremento de la prostitución, las drogas y el alcoholismo. También ha crecido el absentismo escolar y el porcentaje de embarazos no deseados, y la expansión del VIH Sida. En 2012 se produjeron 400 nuevos casos y el pasado año, 500 en un distrito de 80.000 habitantes. En los seis primeros meses del 2014, 50 personas se han ahogado en las pozas creadas por las excavaciones.

Bandas de delincuentes

La ilegalidad abunda en este sector productivo, sobre todo en las pequeñas explotaciones. El fácil transporte de volúmenes no muy considerables de material impide el control de la actividad por la Administración. Asimismo, la atracción de las ganancias fáciles ha provocado una fuerte emigración interna y otros fenómenos que cuestionan el aparente progreso derivado de un pujante negocio. En Burkina Faso y Mali abunda el trabajo infantil en las minas.

La desnutrición infantil es otra de las lacras detectadas. «Me resultaba extraño en un ámbito tan fértil hasta que me explicaron que se debe a que los padres se van a la mina y los niños quedan totalmente descuidados», indica la cooperante. «No faltan alimentos, sino cuidados».

La internacionalización del negocio rentabiliza la producción, pero también provoca un gran impacto social. Mali, el tercer productor africano, ha explotado sus minas desde el siglo XIV, pero pretende un incremento del 100% del volumen anual extraído abriendo la participación a firmas extranjeras, fundamentalmente chinas. La contrapartida es el fin de las operaciones a pequeña escala, que no proporcionan ingresos estatales, pero permiten la subsistencia a miles de individuos trabajando más de diez horas diarias.

El primer productor es Sudáfrica, que cuenta con miles de minas abandonadas, hoy convertidas en la última esperanza para los desempleados y los inmigrantes que rebuscan en sus entrañas. Pero las nuevas extracciones también han atraído a las bandas de delincuentes, ya habituadas a apropiarse de sus escasos ingresos.

La inminente apertura internacional del mercado en Sudán del Sur también puede proporcionar recursos al gobierno, conocido por su rampante corrupción, pero condena a la miseria a la población que ha sobrevivido al hambre y la guerra con la venta de las pepitas. Los nativos llevan más de medio siglo dedicados a la batea. En los sesenta, el trabajo de un día producía un gramo de oro y hoy es necesaria una semana de esfuerzo.

La nefasta experiencia de otros territorios tocados por el maná de los recursos minerales no permite albergar esperanzas en un futuro donde prime la equidad y la ética, el respeto al medio ambiente y mejores condiciones de vida. «Soy bastante escéptica», confiesa Giuriato. «Como la historia ha confirmado, es posible dormir sobre un colchón de oro y petróleo, y no tener para dar de comer a tus hijos».

La minería de oro emplea entre 10 y 15 millones de personas en 70 países, incluyendo tres millones de mujeres y niños.

Entre el 30 y 50% de los trabajadores en las minas de África Occidental son menores, pero es difícil controlar este fenómeno porque existen 200.000 explotaciones de muy diversa envergadura en la región.

El 20% de la producción anual proviene de explotaciones artesanales, responsables de la emisión de 400 toneladas métricas de mercurio. Una gran cantidad acaba en los ríos de los que todavía beben personas y animales que acaban contrayendo enfermedades.

La contaminación química y la deforestación producida por la industria extractiva se han convertido en uno de los principales riesgos para la supervivencia de los bosques tropicales húmedos de África.

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