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El CIS y las tendencias

El CIS y las tendencias

La encuesta preelectoral pronostica que las fuerzas independentistas habrían perdido la mayoría

Antonio Papell

Madrid

Lunes, 4 de diciembre 2017, 18:53

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La encuesta preelectoral del CIS, publicada horas antes de que comience esta madrugada la campaña electoral, pronostica que las fuerzas independentistas que han gobernado la Generalitat con la conocida deriva soberanista que ha obligado a aplicar el artículo 155 CE habrían perdido la mayoría. En efecto, si Junts pel Sí y la CUP consiguieron en 2015 un total de 72 escaños en un parlamento de 135 asientos, (62 de JxS y 10 de la CUP), ahora las dos formaciones que formaban aquella coalición y que se presentan por separado y la CUP sólo obtendrían 67 actas, una menos que la mayoría absoluta (32 ERC; 25-26 JxCat y 9 la CUP). En estas circunstancias, es evidente que los populistas de En Comú Podem tendrían la última palabra, una perspectiva bien poco tranquilizadora si se consideran la volubilidad de Iglesias y la ambigüedad de Colau, juntos de la mano en esta aventura que de momento cosecharía 8 escuálidos pero vitales escaños.

Los constitucionalistas catalanes se habrán sentido reconfortados con este presagio, pero no hay que engañarse: el gozo es extemporáneo en este momento, en que el problema catalán está más enmarañado que nunca y la realidad más evidente es que persiste el empate técnico, que las fuerzas soberanistas y constitucionalistas tienen una potencia electoral semejante, por lo que es inadmisible, en términos políticos y sociales ( y no sólo legales), plantear siquiera la secesión. Toda la elaboración teórica realizada por el constitucionalismo en torno a la canadiense ley de Claridad (que no es de aplicación por muchas razones a la realidad europea pero que puede servir de pauta) pasa por reconocer que la secesión sólo podría plantearse razonablemente cuando tiene tras de sí una considerable mayoría cualificada que la haga socialmente incontestable.

Pero conviene que nos convenzamos pronto de que una situación de equilibrio como la que el CIS pronostica (y que coincide con la que anuncian otros sondeos) no puede gestionarse a medio plazo mediante tácticas frentistas. Es cierto que sería muy saludable para la atribulada sociedad catalana un periodo de calma prodigado por fuerzas moderadas y autonomistas, pero, a la larga, el fin de la crisis no provendrá de que el fiel de la balanza se incline levemente hacia un lado u otro sino de una reflexión más profunda y de una conciliación objetiva y sincera. El caso vasco sienta un precedente bien claro: la tensión generada por el ‘plan Ibarretxe’ no se disipó sólo gracias al periodo de sosiego que proporcionó a la vida política vasca la legislatura a cargo del PSE de Patxi López secundado por aquel benéfico personaje que era el popular Basagoiti sino también y sobre todo gracias a la catarsis del Partido Nacionalista Vasco, una formación que realizó un proceso introspectivo que le llevó a orillar el objetivo de la independencia y a adquirir el realismo que exhibe hoy en medio de un gran consenso y con unos resultados muy provechosos para la comunidad a la que sirve.

Muchos pensamos seguramente que ojalá se cumpla el pronóstico del CIS, porque ello facilitaría mejor que cualquier otra fórmula un regreso a la normalidad, pero que nadie pierda de vista que la normalización pasa por otras tareas que en cualquier caso deberán realizarse y que no pueden aplazarse ni un minuto. La modernización del modelo de Estado compuesto de que disfrutamos mediante una medida reforma constitucional, no para satisfacer a un soberanismo insaciable que sólo se conforma con la independencia sino para facilitar el acomodo de todas las comunidades (también de Cataluña) en el conjunto del Estado, parece ser uno de los elementos clave de semejante proceso de distensión. Un proceso en que la firmeza no debe decaer —quienes organizaron la cuartelada incruenta se están dando ya cuenta de ello— pero en que ni el inmovilismo ni el desquite son herramientas adecuadas. Hoy es más necesario que nunca el dialogo, como ingrediente para la negociación y el pacto, que debe terminar proporcionando frutos transversales y un clima mucho más habitable en que se fundan las dos mitades en que se ha desgajado dolorosamente la unidad catalana.

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